Hipocresía made in U.S.A

Los absolutamente increíbles índices de pobreza o desigualdad, la discriminación racial y socioeconómica, la falta de protección social etc. convierten al país “más avanzado” del mundo en una bomba de relojería que cada vez está más cerca de la detonación. Aunque a la hora de defender los intereses estadounidenses a lo largo y ancho del planeta en nombre de "la libertad y la protección de la democracia y los derechos humanos” el país demuestra una fortaleza increíble, no ocurre lo mismo a la hora de proteger los derechos básicos de su propia población. Algo que se pone de manifiesto con la actual crisis sanitaria global, que va camino de pulverizar todos los récords negativos en la "primera potencia mundial". Contradicciones crónicas del adalid de la democracia y el buen gobierno.

BUSH KATRINA
El presidente George W. Bush consuela a Bronwynne Bassier, a la derecha, y a su hermana Kim después de aterrizar en Biloxi, Misisipi, el viernes 2 de septiembre de 2005, como parte de su gira por la costa del Golfo devastada por el huracán Katrina. Su familia perdió todo a raíz de la devastadora tormenta. Foto de la Casa Blanca por Eric Drape.
Hipocresía made in U.S.A

A día de hoy, EE.UU. sigue siendo la principal potencia militar, política y económica a nivel mundial. Desde el punto de vista militar, es el único país a escala global que divide el planeta en regiones que se encuentran bajo un determinado mando militar estadounidense y que tiene la capacidad de enviar a sus soldados en cuestión de horas a cualquier parte del mundo, ya que cuenta con bases en más de 70 países. Políticamente, su influencia es excepcional, ya que dispone tanto del poder como de los mecanismos necesarios para poder implementar, aunque sea en parte, su agenda a nivel internacional. Económicamente, el dólar es una de las monedas más usadas del mundo y se distingue por ser el referente en las operaciones comerciales internacionales.

A todos los efectos estaríamos hablando de un imperio que, aunque sea uno de los más poderosos que ha conocido la historia moderna, no obstante, está en decadencia. Desde el punto de vista geopolítico, la consolidación de otras superpotencias como la República Popular de China y el fortalecimiento de otras como la Federación Rusa, que tiene asumida su estatus de potencia intermedia, ambas pertenecientes al Consejo de Seguridad de la ONU, han complicado en parte las aspiraciones de crear “un nuevo siglo americano”. Hoy en día, hay más jugadores en el tablero internacional, cada uno con su propia agenda e intereses, y es más difícil para los estadounidenses que todo el mundo baile bajo su compás.

No obstante, aparte del factor internacional hay otro factor, aún si cabe más importante, que puede debilitarlo: el factor interno. Los absolutamente increíbles índices de pobreza o desigualdad, la discriminación racial y socioeconómica, la falta de protección social etc. convierten al país “más avanzado” del mundo en una bomba de relojería que cada vez está más cerca de la detonación. Aunque a la hora de defender los intereses estadounidenses a lo largo y ancho del planeta en nombre de "la libertad y la  protección de la democracia y los derechos humanos” el país demuestra una fortaleza increíble, no ocurre lo mismo a la hora de proteger los derechos básicos de su propia población

El sheriff del mundo

El “Nuevo Orden Mundial” declarado a bombo y platillo por George H. W. Bush después de la campaña militar efectuada contra Iraq en Kuwait en la Primera Guerra del Golfo (2 de agosto de 1990-28 de febrero de 1991), y afianzado por Clinton (desmembramiento de Yugoslavia y la campaña en Europa oriental), empezó a ver el principio de su ocaso después de que George W. Bush siguiera los pasos de su padre e interviniera militar y en este caso ilegalmente en Iraq, arrasando un país entero y provocando la muerte de cientos de miles de personas.

En 2003, los ánimos estaban muy caldeados después de que unos terroristas suicidas volasen utilizando aviones comerciales uno de los centros financieros más importantes del mundo y dañasen parcialmente el Pentágono, asesinando a más de 3.000 personas. Era la primera vez que “algo” (en este caso no se sabía a ciencia cierta el qué o quienes) había atacado al país en su corazón, causando un seria psicosis colectiva en un país que estaba acostumbrado a bombardear a otros, pero no a recibir golpes de tal calado. El pueblo americano reclamaba sangre, y ahí estaban Bush y todos los neoconservadores para proporcionarla.

Por otro lado, el escenario iraquí era altamente interesante para las multinacionales americanas, tanto para los pertenecientes al complejo industrial-militar como para contratistas de construcción y empresas energéticas. Y, de hecho, muchas de ellas obtuvieron ganancias astronómicas debido a una guerra que se vendió como una santa cruzada en nombre de la libertad, la democracia y los derechos humanos.

Para el 2004, el Pentágono y la Agencia Internacional de EE.UU. para el Desarrollo (USAID) repartieron cerca de 13.000 millones de dólares entre un puñado de corporaciones petroleras y de construcción, «bien conectadas» en Washington. Casi la mitad de esos fondos se destinaron a dos megacontratos de Halliburton (dirigida hasta el año 2000 por el ex vicepresidente Dick Cheney, pero que en aquellos instantes seguía cobrando de la empresa), una para proveer apoyo logístico a las tropas por 3.400 millones de dólares, y otra de 2.400 millones de dólares para la reconstrucción de la infraestructura petrolera.

El resto del dinero se distribuyó principalmente entre otras siete empresas estadounidenses: Bechtel (2.800 millones de dólares para contratas de infraestructura no petrolera); Fluor, Perini y Washington Group compartían una contrata de 1.000 millones para reparar el tendido eléctrico; Computer Sciences Corporation participó en varias contratas que sobrepasan los 1.000 millones; Parsons (800 millones para proyectos petroleros); y SAIC, una empresa privada vinculada a las agencias de espionaje de EE UU, tenía varias contratas por más de 600 millones. Según el Almirante David Nash, que dirigía en aquellos instantes en Iraq la Oficina de Contratos de Estados Unidos, las concesiones se otorgaron «sin ningún tipo de favoritismo».

El verdadero propósito de la ofensiva era apartar a Saddam Hussein del poder, ya que era un gobernante “incomodo”, por el hecho de que no seguía la batuta estadounidense. Los estadounidenses sabían a la perfección que la caída de Hussein aumentaría la tensión entre las diferentes facciones, sobre todo entre los suníes y chiíes, y que el país podía entrar en una espiral de violencia que condujera a una guerra civil.

Pero lo más probable es que los mismos estadounidenses persiguieran este objetivo, con la finalidad de destruir un país que antes de la invasión era una potencia regional. Se entiende en esta clave, por ejemplo, la disolución del ejército iraquí (el único que podría garantizar el orden durante la transición) y la criminalización de sus altos cargos. Todo esto, sin embargo, se hizo en nombre de la libertad y la protección de los derechos humanos.

No obstante, al ver que toda la operación de Iraq respondía a otros intereses, lejanos a la “guerra contra el terror”, la cosa empezó a ponerse fea en “la patria de los valientes”. Los muertos se amontonaban y la guerra amenazaba con convertirse en otro Vietnam. La moral estaba baja y la mentira, esculpida con mucha delicadeza, perdió su fuerza al revelarse la simple y llana verdad:

Iraq no disponía de armas de destrucción masiva en aquellos instantes, no suponía ninguna amenaza y el verdadero objetivo no residía en la protección de los derechos humanos, sino el saqueo de un país.

Bush dejó la Casa Blanca y llegó otro señor, de apariencia más afable, que encarnó las ansias de cambio de un sector social importante. No obstante, Obama, que al principio parecía el nuevo héroe de los desfavorecidos, hizo poco por proteger a los habitantes del país que dirigía. Siguiendo la lógica de sus predecesores, se olvidó de su pueblo y se fue a la guerra, de manera más oculta eso sí, con el objetivo de “proteger” las libertades y los derechos humanos que “otros”, según él, vulneraban.

Intervino en Libia, dejando tras de sí un país destruido y sumido en el caos más absoluto, y en Ucrania, apoyando a los sectores golpistas que su administración los definía como los nuevos “freedom fighters” que luchaban para hacer frente a una nueva supuesta “agresión” rusa. Participó de manera activa apoyando las “primaveras árabes”, soltando dólares a diestro y siniestro por aquí y por allá, por ejemplo, en países como Siria, donde se desató una cruel y duradera guerra que ha dejado cientos de miles de muertos.

Por otro lado, el Nobel de la Paz, asesinó a cientos de miles de personas, muchas civiles seguramente, mediante “ataques selectivos contra sospechosos de terrorismo” utilizando aviones no tripulados en países como Iraq, Afganistán, Pakistán, Yemen y Somalia. Todo en nombre de la libertad, la democracia y la protección de los derechos humanos.

Obama se fue, y llegó Donald Trump. El nuevo inquilino, que llegó al poder prometiendo la salvación al americano golpeado por la globalización, ha seguido e intensificado la campaña de bombardeos popularizado por Obama. Hasta lanzó una MOAB, "la madre de todas las bombas", en Afganistán el 13 de abril de 2017, contra objetivos del Estados Islámico, supuestamente.

Por otro lado, el 3 de enero de este año dio la orden de asesinar al general de división iraní, comandante de la Fuerza Quds, Qasem Soleimani, mediante un bombardeo aéreo efectuado con un dron.

Trump ha hecho todo lo posible y lo sigue haciendo para derribar a los gobiernos de Irán y Venezuela, calificándolos como “enemigos” de la libertad y “terroristas”.

Los problemas están en casa

Con una población de 332.639.102 habitantes, Estados Unidos es el tercer país más habitado del planeta. El 38.92% de la población tiene entre 25 y 54 años, siendo la edad media de 38.5 años. El 72% de los habitantes son de etnia blanca y la mayoría, un 46.5%, es protestante. La tasa de mortalidad infantil media es de 5.3 muertes por 1.000 nacimientos, una de las más altas entre los países más desarrollados. El 0.5% de los niños por debajo de los 5 años tiene bajo peso. La esperanza de vida es de 80.3 años, colocándose en el número 45 si lo comparamos con los demás países.

Según el Banco Mundial, el índice Gini que mide la desigualad de ingresos, donde 0 es la igualdad absoluta y 1 la desigualdad perfecta, es de 0.414 en EE. UU., uno de los más elevados entre los países altamente desarrollados. Es curioso mencionar el hecho de que el índice de la Federación Rusa, por ejemplo, es menor (0,375).

Como es bien sabido, Rusia puso en marcha una agresiva política de privatización en los años 90, convirtiendo al país en el productor number one de oligarcas y empobreciendo hasta la más absoluta miseria a la población. Después de la llegada de Putin, hubo varios cambios, no obstante. Algunos oligarcas perdieron el poder y los recursos económicos empezaron a distribuirse de manera más equitativa. No obstante, las diferencias entre los ricos y los pobres siguen siendo importantes hoy en día. Pues esta diferencia, aunque sea sorprendente a primera vista, es más alta en Estados Unidos.

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Boris Yeltsin y Bill Clinton en 1995, en una época donde "la doctrina del shock" golpeaba sin piedad a Rusia

Según los datos publicados en 2018, unas 40 millones de personas viven en pobreza, 18.5 millones en pobreza extrema y 5.3 millones en condiciones de pobreza extrema propias del tercer mundo en los Estados Unidos de América.

En un país rico como Estados Unidos, la persistencia de la pobreza extrema es una decisión política adoptada por quienes están en el poder. Con voluntad política podría ser fácilmente eliminada – Philip G. Alston, relator sobre pobreza extrema y derechos humanos de la ONU.

Según Alston, las altas tasas de pobreza infantil y juvenil perpetúan muy efectivamente la transmisión de la pobreza intergeneracional. «La igualdad de oportunidades, que es tan valorada en teoría, en la práctica es un mito», señala el experto y agrega que es especialmente duro ascender en la pirámide social en el caso de las minorías y las mujeres, pero también para muchas familias de trabajadores blancos de clase media.

Los ricos son trabajadores, emprendedores, patriotas e impulsores del éxito económico. Los pobres son vagos, perdedores y tramposos. Como consecuencia de ello, (se considera que) el dinero que se gaste en bienestar social es dinero tirado a las cañerías - Philip G. Alston, relator sobre pobreza extrema y derechos humanos de la ONU

Según cifras oficiales, en 2017 había en Estados Unidos unas 553.742 personas sin techo, pero según el experto de las Naciones Unidas, «hay muchas evidencias de que la cantidad verdadera sea mucho mayor». Afirma que solo en la zona de Skid Row, en el centro de Los Ángeles, hay unos 1.800 sin techo que disponen de apenas 9 baños públicos, una cifra que ni siquiera cumple con los estándares de la ONU para los campos de refugiados sirios y para situaciones de emergencia.

En 2018, el 8.5% de las personas, o 27.5 millones, no tenían seguro médico en ningún momento durante el año. La tasa de personas sin cobertura de seguro y la cantidad de personas sin cobertura de seguro médico aumentaron desde 2017 (7.9% o 25.6 millones). Este es el primer aumento anual en el porcentaje de personas sin seguro desde 2008-2009.

La pobreza generalizada y la falta de acción del Gobierno, generan un coctel de carácter explosivo cuando se desatan emergencias a nivel nacional. Las crisis provocadas, por ejemplo, por el Huracán Katrina y el Covid-19 dan fe de ello.

En el caso de Katrina, el huracán que azotó el sur de Estados Unidos en 2005, murieron 1.833 personas. Se inundaron 107.379 casas, quedando el 80% de la superficie de Nueva Orleans bajo el agua, y 26.965 edificios sufrieron daños por el impacto de los fuertes vientos.

El 80% de la población que se encontraba en el área metropolitana de Nueva Orleans (con 1.3 millones de habitantes) tuvo la oportunidad de abandonar sus casas. No obstante, la gente que no disponía de los recursos económicos o materiales necesarios o estaba incapacitada sufrió el violento impacto del huracán. Fueron literalmente abandonados por el Gobierno estadounidense. Muchos murieron ahogados en sus casas, incapaces de salir de ellas.

El Presidente Bush efectuó un total de 13 visitas a Nueva Orleans después del Katrina. Su reacción, no obstante, fue lenta y torpe.

Me enorgullezco de mi habilidad para tomar decisiones claras y efectivas. Aún así, tras el Katrina, eso no ocurrió. El problema no fue que yo tomara malas decisiones. Fue que me tomé mucho tiempo para decidir – George  W. Bush

En el caso de la crisis provocada por el Covid-19, según los datos, la tragedia será de proporciones astronómicas. El 2 de abril, Estados Unidos volvió a romper un récord de muertos por Covid-19: con 1.169 víctimas reportadas en las últimas 24 horas, se ha convertido en el primer país del mundo en reportar más de mil fallecidos en un solo día.

Según los datos proporcionados por el Centro de Ciencia e Ingeniería de Sistemas de la Universidad Johns Hopkins, el país norteamericano ha confirmado 244.678 casos hasta el jueves 2 de abril. Mientras, la cifra total de fallecidos ascendió a 5.911 y el número de pacientes recuperados subió a 9.058.

Esta semana, la Casa Blanca estimó que entre 100.000 y 240.000 personas morirán en EE.UU. a causa de la propagación del nuevo coronavirus, y eso si se preservan las actuales políticas de distanciamiento social.

Mientras que el Comando Norte del país ha tomado la medida de dividir a su personal, reubicando parte de él a un bunker de las Fuerzas Armadas en las Montañas de Colorado, el Pentágono pretende hacerse con 100.000 bolsas para cadáveres, para que puedan ser utilizados si la situación empeora.

Para garantizar que podamos defender la patria a pesar de esta pandemia, nuestro equipo de vigilancia de comando y control aquí en la sede se dividió en múltiples turnos, y partes de nuestro equipo de vigilancia comenzaron a trabajar desde la Estación de la Fuerza Aérea de Cheyenne Mountain - Jefe del Comando Norte, el general Terrence O'Shaughnessy.

Estados Unidos no es una democracia, es una plutocracia. La no corrección de las contradicciones que presenta como país acrecentará las tensiones internas. Los imperios caen, es un hecho histórico, y según ciertos analistas, Estados Unidos está vislumbrado el comienzo de su fin como imperio. Por un lado, la consolidación de nuevas potencias complicará la implementación de la agenda estadounidense en el tablero internacional. Por otro lado, las tensiones internas debilitarán aún más el país. El tiempo lo dirá, pero si algo está claro es que la caída de los imperios genera turbulencias a nivel global y seguramente, EE.UU. no cederá el testigo sin antes pelear.