Sobre Pablo González y la menguante libertad de prensa

Que un periodista acabe en la cárcel no es algo habitual. Que un periodista pase más de dos meses totalmente incomunicado, sin poder hablar con su familia y ni tan siquiera con su abogado es algo realmente excepcional. Y que esto le suceda a un ciudadano español ejerciendo su labor profesional en un país miembro de la UE es simplemente inconcebible. Pero es lo que está pasando ante el vergonzoso silencio mediático e institucional. Es el caso de nuestro compañero Pablo González, acusado formalmente por Polonia de ser ni más ni menos que un espía de la inteligencia militar rusa (GRU), por lo que pasará como mínimo 3 meses en prisión preventiva, y hasta 10 años en el peor de los casos. 
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Pablo durante la cobertura de la la Segunda Guerra del Nagorno Karabaj, donde fue uno de los pocos periodistas sobre el terreno.
Sobre Pablo González y la menguante libertad de prensa

Conozco a Pablo desde hace 12 años. Estudiamos juntos el Máster de Periodismo Multimedia El Correo en el año 2010. Cuando acabamos el curso, nuestro ímpetu aventurero y las ganas de labrarnos una carrera en el reporterismo internacional nos unió, comenzando una curiosa colaboración que nos llevó a multitud de destinos durante la última década, todos en Europa del este. Porque Pablo tiene una íntima relación con los espacios post soviéticos. Su abuelo fue uno de los niños de la guerra que fue recibido en la antigua URSS, y él siempre ha estado interesado en esa época y sus consecuencias en la geopolítica actual. Estudió filología eslava. Su padre, al que visita habitualmente, vive en Moscú. Él mismo habla ruso como un moscovita más. Por todas estas razones, al acabar el Máster su meta era clara: convertirse en periodista especializado en los espacios post soviéticos. Y al poco tiempo se produjo un golpe de estado en Ucrania, en el año 2014. Desde entonces hemos visitado el país juntos en 6 ocasiones, y él alguna más en solitario, intentando arrojar algo de luz en un triste conflicto que para muchos es reciente, pero que ha provocado más de 13.000 muertos en los últimos 8 años.  

Cabe destacar que Pablo es un periodista de la vieja escuela. Le gusta recabar información de primera mano, se reúne con todo aquel que tenga algo que decir, pregunta, escucha, analiza, intenta hacerse una idea general de las cosas y no quedarse en la superficie… Algo totalmente contrario a las tesis del periodismo actual, donde vende más lo anecdótico y el simplificar la realidad hasta el absurdo para que los espectadores puedan creer que entienden algo y puedan seguir con sus atareadas vidas. Obviamente, para un periodista es mucho más fácil ceñirse a reproducir las notas de prensa oficiales con desparpajo, que buscar la información por uno mismo e intentar comunicarla. Y casualmente a los grandes medios de comunicación les gusta más, así que cada vez menos periodistas se atreven a trabajar como lo hace Pablo. Mientras otros reproducen notas de prensa y buscan carnaza, Pablo busca explicaciones. Tan solo dos días antes de ser detenido, publicaba el siguiente tuit que sirve de ejemplo:

Esto, sumado a su carácter fanfarrón y su presencia intimidante en primera instancia, hacen que su figura sea un tanto extraña para los que no lo conozcan personalmente o sigan su trabajo. Y si sumamos su curiosa vida y carácter con una guerra en Europa, un estado de paranoia colectiva antirrusa y diversos y poderosos intereses posicionándose ante el incierto futuro que se avecina, tenemos la tormenta perfecta en la que Pablo se encuentra inmerso. 

Su situación actual se podría comparar con esa película en la que un pesquero sale a faenar a pesar de los indicios de que algo gordo se estaba cociendo mar adentro. Pablo sabía que los servicios de inteligencia ucraniano y español desconfiaban de él. Y sin embargo salió a faenar, en una mezcla de inconsciencia, necesidad y fe en su inocencia y buen hacer profesional. La tormenta lo pilló de pleno. 

Para explicar las razones de la desconfianza del CNI español hacia Pablo tenemos que retrotraernos hasta el año 2016, cuando los analistas españoles Nicolás de Pedro y Marta Ter realizaron una lista de  "creadores de opinión prorrusa en Twitter", a instancia última de George Soros, el magnate detrás de la todopoderosa Open Society, y que pagó a estas dos personas para la realización de dicha lista. Fueron los primeros en colocar la diana en la cabeza de Pablo, por el simple hecho de informar sobre la realidad que se vive en ambos lados del frente y no ceñirse a la propaganda de ninguno de los dos bandos. 

Desde entonces la paranoia antirrusa en occidente ha ido creciendo en paralelo a las limitaciones a la libertad de expresión, hasta llegar al culmen que vivimos hoy en día y que se materializa día tras día en recortes a las libertades y una cada vez mayor polarización de la sociedad. Como últimos ejemplos, la censura a canales rusos como Rusia Today o Sputnik, o la normalización de mensajes de odio. Hace poco nos hubiéramos escandalizado si un señor apareciera en horario de máxima audiencia en televisión con un arma exigiendo "matar más rusos". Hoy en día ya se ve como algo normal. 

Asistimos en directo a la creación de un nuevo telón de acero, a una nueva era de bloques enfrentados donde el odio visceral a quien vive del otro lado permite que el presidente de la primera potencia global hable de una III Guerra Mundial con total normalidad. O que periodistas que buscan poner cordura con información sean detenidos y tratados sin ningún tipo de humanidad o protección jurídica.  

Cuando el SBU llama a tu puerta

Cuando parecía que las cosas no podían ir a peor, este 2022 arrancó con la cristalización física sobre Ucrania de la tensión entre Rusia y la OTAN. Estados Unidos se pasó meses asegurando que una invasión rusa del país era inminente, por lo que Pablo y yo decidimos a finales de enero visitar una vez más el país y conocer de primera mano cuánto de verdad había en dichas afirmaciones. Durante estos días, Pablo dejaba clara su firme oposición a una posible invasión rusa de Ucrania con tuits antibelicistas como el siguiente:

A pesar de que los tambores de guerra se dejaban oír, la lógica nos decía que Rusia no se lanzaría a una invasión del país: no tenía ningún sentido. Al igual que opinaban entonces muchos analistas y expertos en geoestrategia, sería un movimiento suicida para Putin y el comienzo de una guerra de impredecibles consecuencias en Europa en la que todos saldrían perdiendo (excepto Estados Unidos). Lo mismo opinaban la mayor parte de personas de diversos ámbitos que entrevistamos sobre el terreno, y así lo hicimos público en diversos artículos y conexiones de Pablo en directo con La Sexta. Nos equivocamos. 

Precisamente en una de estas conexiones con Ferreras es cuando todo comenzó a torcerse. Nos encontrábamos en el Este de Ucrania, en un pueblo a pocos kilómetros del frente llamado Avdeevka. Debido a que nuestras acreditaciones militares no llegaron a tiempo, nos vimos obligados a no acompañar al frente a un compañero con el que compartíamos cobertura, y que sí tenía su acreditación en orden. Pablo y yo nos fuimos (con permiso de los militares ucranianos) al centro del pueblo a informar sobre la vida de la población civil tan cerca del frente de combate. Al volver a recoger al compañero, Pablo decidió hacer su directo con los militares de fondo, que siempre queda más televisivo. Desde La Sexta lo tuvieron más de 45 minutos esperando, bajo la nieve y con los militares cada vez más tensos preguntándose qué hacía ese calvo de pie delante de un móvil sobre un trípode.

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Hasta que los militares se cansaron y nos invitaron a irnos, no sin antes borrar todo el material y hacerle una foto al pasaporte de Pablo. Esa misma noche, recibió una llamada del SBU (servicios de inteligencia ucranianos), indicándole que debía personarse lo antes posible en sus oficinas centrales. A pesar de que quedaba trabajo por hacer, volvimos a Kiev. Allí Pablo fue interrogado durante 4 largas horas, y acusado de ser un agente ruso con pruebas tan convincentes como escribir para Gara y tener una tarjeta bancaria de Caja Laboral Kutxa, según ellos ambos financiados por Rusia. Todo tan loco que Pablo no se lo tomó demasiado en serio. Pensaba que simplemente le estaban "apretando las tuercas" para que midiera sus palabras. 

Pablo era sin duda un testigo incómodo en Ucrania, porque estaba decidido a informar sobre lo que sucede en este conflicto sin filtros, con conocimientos profundos y desde la honradez y la ética. Bajo mi punto de vista, esto es lo que ha iniciado esta pesadilla. 

Hasta que se enteró que en esos mismos momentos, agentes del CNI se habían personado en su casa familiar de Euskal Herria y en la de su madre y un amigo de infancia en Catalunya para interrogarlas e informarles de que Pablo era un agente ruso. Ante esta situación, decidimos abandonar el país por nuestra propia seguridad y terminar la cobertura. Es la última vez que vi a Pablo, despidiéndome de él a las puertas del hotel Kozatskiy de Kiev. 

En este momento es cuando Pablo envía el siguiente audio a un amigo, publicado hace unos días por el diario Público:

Tras este preocupante incidente, Pablo pasó unos 15 días en su casa familiar, donde no tuvo más noticias de ningún servicio de inteligencia, por lo que entendió que tras haber sido investigado, estos se habrían dado cuenta de que no escondía nada. Llegamos así al 24 de febrero, día en el que da comienzo la invasión rusa de Ucrania ante nuestra total incredulidad y preocupación. A pesar de que Pablo sabía que no era seguro, decidió viajar a Polonia para cubrir desde la frontera con Ucrania el éxodo provocado por la guerra. El 28 de febrero es detenido en mitad de la noche por cuerpos de élite de los servicios de inteligencia polaca (ABW).

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Tras la detención a Pablo solo le permiten una breve llamada a su mujer. Desde entonces ha estado totalmente incomunicado y sin que nadie sepa nada de él. Su único contacto con el exterior ha sido una breve visita del cónsul español en Polonia, quien ha comunicado a la familia que se encuentra "bien". Dejando a un lado el debate sobre su culpabilidad o no, Polonia ha vulnerado con su modo de actuar 18 artículos de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE, entre ellos los que amparan la integridad física y psíquica de las personas, la dignidad humana y el derecho a la vida, la prohibición de infligir trato degradante o a que se respeten sus comunicaciones y su domicilio.

Y ante este atropello a los derechos más básicos de cualquier persona, el silencio. Silencio desde la Embajada española y el Ministerio de Exteriores. Y silencio de la mayor parte de medios de comunicación y compañeros de profesión. Imagino que muchos habrán pensado que si Polonia actúa de un modo tan brutal, será porque tienen pruebas convincentes de que Pablo es un agente ruso. No se atreverían a hacerle algo así a un periodista si no tuvieran la plena convicción de que tienen razón, ¿no?

Yo mismo llegué a dudar de Pablo durante los primeros días de su detención. Me pasé días repasando mentalmente cada uno de los muchos viajes que hicimos juntos, cada conversación, cada detalle. Y llegué a una conclusión: es absurdo pensar que Pablo sea un agente de la inteligencia militar rusa. Y aunque lo fuera, el trato que ha recibido es inhumano y contrario a todo derecho internacional.

Por lo poco que se sabe hasta ahora, las pruebas que tienen los servicios polacos para acusar a Pablo es que el momento de la detención portaba dos pasaportes con diferentes nombres, tarjetas bancarias y dinero en efectivo. Y es correcto. Lo del dinero es evidente cuando vas a cubrir un conflicto y no sabes si podrás sacar efectivo. Respecto a los pasaportes, Pablo tiene doble nacionalidad, y en el pasaporte ruso aparece su nombre en ruso con el apellido de su padre, y en el pasaporte español aparece su nombre en español con el apellido de su madre. Todo esto es fácilmente verificable con documentos oficiales. Y lo mismo sucede con las dos tarjetas bancarias con las que lo detuvieron. En la nota de prensa que el Gobierno polaco hizo pública, en ningún momento se afirma que los pasaportes fueran falsos. Y sin embargo así titulaban algunos medios:

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No tengo palabras para describir la falta total y absoluta de ética y profesionalidad de estos medios, lanzándose a la yugular de un compañero en graves aprietos, publicando una información falsa y dándole más importancia a un hecho secundario sin contrastar que al atropello de derechos que supone la propia detención. Con compañeros así quien necesita enemigos… Mención especial para El Correo, donde Pablo cursó el costoso máster con el que inició su labor periodística. Mientras los profesores de dicho Máster apoyaban a Pablo a través de un solitario tweet, desde la redacción lo apuñalaban sin compasión. 

Pero entre tanto silencio y desinformación también se han escuchado gritos de apoyo exigiendo justicia para Pablo, principalmente de aquellos que lo conocen en persona y saben que a pesar de su complejo carácter, Pablo es una grandísima persona. En su pueblo por ejemplo, de apenas 100 habitantes, se juntaron más de 500 personas para pedir su inmediata liberación: 

Asociaciones de prensa de todo el mundo, organizaciones que defienden la libertad de expresión y hasta el Consejo de Europa (entre muchos otros) también han exigido que se garanticen los derechos fundamentales de Pablo. Incluso acabamos de conocer su candidatura al Premio José Couso de Libertad de Prensa. Porque no solo está en juego la vida de Pablo, sino la de la maltratada libertad de expresión y prensa. Sin periodistas independientes y profesionales la sociedad está ciega ante lo que sucede en el mundo, y por lo tanto se vuelve fácilmente manipulable. Y sin un mínimo de seguridad es difícil trabajar.

A pesar de que en la historia ha habido casos famosos de espías camuflados como periodistas, la detención y el trato a Pablo sientan un peligroso precedente en la UE, y desde luego supone un aviso a navegantes: aquel que se atreva a contradecir de algún modo la versión oficial podrá ser acusado de agente enemigo. Los periodistas en zonas de conflicto ya no solo se arriesgan a recibir una bala perdida, metralla de mortero o ser secuestrados o asesinados por alguna milicia. Ahora también existe el riesgo de ser detenido y tratado peor que a un criminal de guerra por cualquier Gobierno donde uno trabaje. Esperamos que todo esto acabe pronto y que Pablo pueda probar su inocencia y pueda volver a trabajar con normalidad. Tiene mucho que contar.