Maras, yihadistas, sicarios, niños soldado: ¿Cuál es la lógica de la crueldad?

Los antropólogos tratan de entender la violencia desde la cultura en la que esta se genera. Pero ¿cómo se pueden explicar similares actos de sadismo e impunidad entre jóvenes de mundos tan distintos como los pandilleros salvadoreños o los niños soldados en Sierra Leona? El antropólogo y fotoperiodista holandés Teun Voeten viajó a varias zonas de conflicto buscando entender las raíces de la crueldad. En su reciente libro identifica factores comunes que hacen que “vivir rápido y morir joven” sea una máxima compartida por sicarios mexicanos y yihadistas en Europa: la exclusión social y económica, la búsqueda de respeto, el dominio de masculinidades tóxicas, la presión de grupo, el romanticismo de la guerra.
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Foto: Juan Teixeira.
Maras, yihadistas, sicarios, niños soldado: ¿Cuál es la lógica de la crueldad?

Teun Voeten estudió filosofía y antropología cultural y aprendió fotografía de su tío, un reconocido fotógrafo en Holanda. Desde 1990 cubrió conflictos en Israel, Ruanda, Siria, Iraq, Afganistán, Liberia, Líbano y Sudán para medios como Vanity Fair, National Geographic, Newsweek, The New Yorker y The New York Times. Fue herido por un francotirador en Bosnia y en Sierra Leona casi fue ejecutado por un niño soldado que estaba visiblemente drogado. También fue secuestrado a punta de pistola por rebeldes colombianos y ha sobrevivido a múltiples emboscadas de Talibanes.

En 2009 viajó a Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos, que por aquel entonces no solo era la ciudad más peligrosa en México sino del mundo.

Más de una década después de ese viaje, Teun Voeten publicó el libro Mexican Drug Violence: Hybrid Warfare, Predatory Capitalism and the Logic of Cruelty, (Violencia del Narcotráfico en México: Guerra híbrida, Capitalismo Predador y la Lógica de la Crueldad, 2020), basado en su tesis doctoral.

Aunque su foco es un análisis exhaustivo del contexto histórico, económico y antropológico de la violencia criminal en México, en la última parte ofrece un examen interdisciplinario sobre las motivaciones que tienen tres grupos que se han destacado por su violencia sádica: pandilleros en El Salvador, yihadistas islámicos en Europa y sicarios en México.

A partir de su propia experiencia entrevistando grupos criminales en el mundo y basándose en una extensa revisión de literatura de distintas disciplinas, encontró que en los tres casos, a pesar de sus contextos culturales tan distintos, se observa “un mismo nivel de impunidad, violencia y crueldad”.

Teun Voeten cita como ejemplo, el testimonio de un joven de 23 años que se unió a ISIS a los 17 años, y admitió haber violado a 200 mujeres y haber matado a 500 personas.

Independientemente de la veracidad de estas cifras, el relato es “asombrosamente similar” a los que él ha recogido entre niños soldados en Sierra Leona y sicarios mexicanos.

Voeten no es el primero en reparar en que una violencia similar emerge en contextos tan diversos. Por ejemplo, el periodista Jon Lee Anderson, “compara los videos de ISIS en donde decapitan a sus víctimas con los videos de ejecuciones de carteles mexicanos”, explica el investigador. Pero Voeten ha ido más lejos, al buscar las causas de esa violencia que cruza fronteras, credos y culturas.

 

Niños soldados, sicarios y yihadistas

Un gran mérito de este trabajo es su intensa revisión de la literatura académica sobre violencia y la crueldad. Esta incluye estudios más allá de las ciencias sociales, como la biología, la neurociencia y hasta la etología pues, para entender los motivos detrás de la violencia humana, “ninguna línea de investigación debe descartarse”, dice el autor.

Voeten sostiene que una de las principales causas de la existencia de grupos como los sicarios o los yihadistas es tan obvia que muchas veces se pasa por alto. La mayoría de los niños soldados se involucra en la guerra porque la guerra ya existe. Es decir, la existencia misma del conflicto armado es un factor de riesgo para que niños y jóvenes sean más fácilmente reclutados, voluntaria o forzosamente.

“En algunos países la guerra es una realidad del día a día para muchos menores de edad, por lo que se establece como una rutina normal” escribe el antropólogo en su libro. Este también es el caso de los niños y jóvenes sicarios en México, que lleva 15 años de guerra contra el narcotráfico. Dos jóvenes sicarios entrevistados por el autor le explicaron que ellos sentían que en su ciudad natal, Ciudad Juárez, se estaba viviendo una guerra y la lógica que habían aprendido era que “o matas o te matan”.

¿Qué tienen en común los niños soldados de Sierra Leona, los sicarios en México y los yihadistas?

Lo que encontré en mi investigación es que una proporción muy pequeña de ellos podrían ser considerados como sádicos. La gran mayoría inicia en la violencia por cuestiones ajenas a su voluntad, incluso hasta por accidente, algunos de ellos presionados por un tercero, incluyendo sus propios amigos. Estos tres grupos de perpetradores se criaron en contextos culturales diferentes pero comparten muchas similitudes, y decir esto para un antropólogo es inusual porque generalmente tratamos de entender la violencia desde la cultura en la que se genera.

Los factores comunes que Voeten identifica son: “La exclusión social y económica, la búsqueda de respeto, masculinidades tóxicas, presión de grupo, el romanticismo de la guerra”.

Vive rápido y muere joven

Por ejemplo, el lema de “vivir rápido y morir joven” es una máxima compartida por sicarios mexicanos y yihadistas en Europa, quienes tienen en común que la mayoría de ellos crecieron en contextos de pobreza.

Esas condiciones, aunadas con otros factores como desintegración familiar, generan una baja autoestima, sobre todo en sociedades en las que el éxito económico es parte del modelo aspiracional de vida, como es el caso de México. Por lo tanto, para amortiguar ese sentimiento de poco valor, los niños y jóvenes buscan compensarlo ganándose el respeto de amigos y enemigos a través del uso de la fuerza y la violencia.

Lo que es evidente, resalta el autor, es que tanto los yihadistas de Siria e Iraq, como los jóvenes sicarios en México, o los niños soldados en Sierra Leona, buscan escapar de una vida llena de violencias y sufrimiento.

Para los yihadistas, muchos de ellos poco religiosos antes de su ingreso a ISIS, reclutarse en este grupo criminal significa un mejor futuro, aunque este sea después de la muerte. “Algunas veces las personas con el peor pasado crean el mejor futuro”, es la frase que los reclutadores utilizan. De la misma manera, los sicarios en México y los niños soldados buscan un mejor presente, y tal vez un futuro, en estos grupos criminales, sabiendo que esto implica una posible muerte temprana.

La violencia no es una aberración

Como resultado de su investigación Voeten concluye que “la violencia no es una aberración; de hecho es parte integral del comportamiento humano”. Esta idea se sostiene desde la biología pero, crucialmente, también es confirmada por observaciones sociológicas y antropológicas.

Lo que estas disciplinas sugieren es que los humanos tienen la misma capacidad de cometer actos de maldad como de bondad, o cooperación. “El ser humano no nace siendo una criatura pacífica, pero tampoco nace siendo un guerrero salvaje”.

La mirada de Teun Voeten se alinea con la del reconocido psicólogo social Philip Zimbardo, para quien es el entorno y algunos detonantes particulares los que hacen que un individuo se convierta en un despiadado asesino, o un devoto altruista.

-Los bebés nacen siendo inocentes, pero algo sale mal en el camino y eso es lo que hay que estudiar.

Aunque hay personas que sin motivos externos o experiencias traumáticas, son sádicas, estos son una minoría, documenta Voeten en su libro. El grueso de los jóvenes que termina realizando prácticas horrorosas comparten experiencias extremas que desatan y facilitan la violencia.

“Encontré que una de las similitudes es que en los tres grupos utilizan casi los mismos mecanismos de entrenamiento. Lo más importante es el primer asesinato. Una vez pasada esa primera experiencia se facilita la práctica. Para algunos la primera vez es un accidente: matan en defensa propia. Este fue el caso de varios sicarios que entrevisté en México, su primera víctima la mataron para salvarse. Para otros la primera vez es un evento traumático porque son forzados a hacerlo, como muestran videos de niños soldados en Sierra Leona que son forzados a matar prisioneros. En todos los casos, toma tiempo acostumbrarse, pero con el tiempo se van insensibilizando. Otro mecanismo compartido es el uso de drogas para lidiar con el estrés y los niveles de violencia en los tres grupos”.

El autor fue testigo de cómo niños soldados en Sierra Leona utilizaban sustancias ilegales para mantenerse alertas, y que los sicarios que entrevistó en varios penales del norte de México coincidían en que el uso de drogas ilegales es algo rutinario en su trabajo.

El placer de la guerra y el sadismo

Una de las perspectivas más interesantes del trabajo de Teun Voeten es que en su discusión incluye la lógica de la crueldad en los crímenes cometidos por quienes por ley tienen permitido matar: los militares.

En sus análisis sobre las motivaciones de individuos que reconocen sentir placer al infligir dolor a otra persona, el antropólogo señala que este placer siniestro no es exclusivo de los criminales. Existe una amplia literatura sobre la conexión entre placer y sadismo que analizan los testimonios de exmilitares, quienes una vez terminada la guerra se dieron cuenta de su gusto, o incluso su adicción a la violencia.

En su libro, Voeten discute los resultados de investigaciones sobre veteranos de varias guerras, entre ellas las dos guerras mundiales y la de Vietnam. Estos estudios coinciden en que “para los soldados, tener la libertad de quitarle la vida a alguien puede llegar a ser algo emocionante”.

Según los testimonios recabados por esta literatura, el portar un uniforme y tener el permiso de disparar un arma son una fuente “empoderamiento” para muchos soldados. Uno de los estudios más reveladores que discute Voeten es el de la historiadora Joanna Bourken, quien destaca que el placer que sienten al matar algunos soldados se llega a comparar con una experiencia sexual.

Cuando estos veteranos hablan sobre la primera persona que mataron lo comparan con su primera experiencia sexual, y el placer que obtienen de matar es referido como “tan profundo e intenso como un orgasmo”.

Así pues, el análisis de Voeten resalta la relevancia de reconocer los múltiples desafíos y complejidades que usualmente se invisibilizan bajo la etiqueta del monopolio legítimo de la violencia. De hecho para Voeten no es relevante distinguir entre perpetradores fuera o dentro de la ley y por ello enfatiza: “no hice diferencia entre niños soldados de Sierra Leona y soldados regulares”.

Una vez establecido el argumento del placer de la guerra que experimentan algunos soldados, Voeten se concentra en tratar de entender los factores que inciden para que niños soldados, sicarios y yihadistas se involucren en prácticas abyectas de violencia.

El investigador cree que quienes sostienen que la violencia es una práctica contra natura, representan a estos grupos como monstruos o incluso como “animales o demonios perversos”. Y al hacerlo no solo niega una parte de esa violencia –que sí es parte de la condición humana–, sino que además ignoran las condiciones socioeconómicas, y psicológicas detrás de esas acciones inhumanas.

Entre los elementos que inciden en la violencia sádica de estos grupos, Voeten destaca la relevancia de incluir los sentimientos y emociones en el análisis. Por ejemplo, la vergüenza y la repulsión son emociones que el autor destaca como recurrentes en los grupos que analiza.

En particular, los niños soldados de Sierra Leona hacen referencia a estos sentimientos como motivaciones internas de seguir cometiendo actos violentos. Los reclutadores los obligan a matar a sus propios familiares, o vecinos, y utilizan el sentimiento de culpa y vergüenza para presionarlos para que no abandonen el grupo, explica Voeten en su libro.

La falta de remordimiento o culpa es otra de las líneas de investigación del autor. En su análisis incluye el estudio de la neuropsicóloga Kathleen Taylor, el cual sugiere que algunos perpetradores obtienen satisfacción del simple hecho de lograr cometer un crimen sin ser descubiertos, o castigados por ello.

La emoción de la impunidad se manifiesta cuando “alguien supera sus escrúpulos morales y comete un acto agresivo, la expectativa de un castigo o represalia libera hormonas de estrés. Sin embargo, si el castigo no se materializa, el sentimiento de alivio que experimenta el sujeto le otorga un sentimiento de placer tan intenso, volviendo los efectos de las hormonas de estrés como euforia más que algo desagradable”, escribe el autor.

Teorizar menos y escuchar más

El trabajo de Teun Voeten hace también una importante contribución al debate sobre las perspectivas que usa la academia para estudiar la criminalidad. Este debate se centra en la discusión sobre qué factores tienen más peso cuando se discute sobre las causas de la violencia o la crueldad. Por un lado, la perspectiva que se enfoca en “la estructura” subraya los factores contextuales, es decir: ¿en qué condiciones socioeconómicas crecieron los perpetradores? Mientras quienes abogan por darle relevancia a “la agencia” señalan que los individuos tienen libre albedrío y que, independientemente de la situación en la que crecieron, el análisis se debe de centrar en las características individuales de los perpetradores y no en su contexto.

El autor se decanta partidario de un enfoque balanceado. Por un lado reconoce que cada individuo es un caso único, cada uno vive en un contexto socioeconómico específico y tiene una personalidad distinta. No obstante, hay motivaciones recurrentes que pueden ser identificadas a través de un análisis sistemático, el cual se enfoque en buscar un común denominador y patrones similares en contextos interculturales.

De esta manera, el académico sugiere que, para entender los orígenes del comportamiento violento, se deben tomar en cuenta ambos ángulos, y evitar una perspectiva paternalista de los perpetradores como “víctimas pasivas atrapadas en las ruedas del sistema”, y el extremo de considerarlos como seres monstruosos.

Para tener un mejor entendimiento de la lógica de la violencia, “necesitamos más investigaciones cualitativas con perpetradores, teorizar menos, y escuchar a quienes cometen actos de violencia y crueldad sin ideas preconcebidas”. Este enfoque, buscar un mejor entendimiento de la lógica de la crueldad, no significa justificarla.

Al contrario, la meta es entender para prevenir.

 


Artículo de Karina G. Garcia Reyes, Profesora de la Escuela de Sociología, Política y Relaciones Internacionales y del departamento de Estudios Latinoamericanos, University of Bristol

La versión original de este artículo fue publicada por el Centro de Investigación Periodística (CIPER) de Chile.