La huella ecológica del capitalismo digital

La actividad asociada a Internet genera impactos socio-ambientales dañinos tanto para las personas como para el medioambiente. El mayor impacto se concentra en las dos primeras fases, la de la extracción de los recursos minerales y producción de los aparatos tecnológicos que utilizamos para conectarnos a Internet, tales como ordenadores y teléfonos inteligentes. Por otro lado, el consumo de Internet también genera un importante consumo de energía y un elevado impacto medioambiental. Por ejemplo, Google emite unos 500 kilos de emisiones de gases de efecto invernadero por segundo. Por último, el sobreconsumo de productos electrónicos genera alrededor de 50 millones de toneladas de residuos cada año que terminan en su mayoría en países en vías de desarrollo. En resumen, si Internet fuera un país, sería el sexto más contaminante del mundo.

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La huella ecológica del capitalismo digital

Según un informe fechado en 2017 de la organización ambientalista Greenpeace, alrededor del 7% de la energía que se consume en el planeta deriva de la demanda energética asociada al capitalismo digital. Es probable que la cifra haya aumentado desde la publicación del estudio, ya que se proyecta que la cifra alcance el 14% en 2040. Y es que el uso de Internet no ha dejado de incrementarse en los últimos años: el tráfico en la Red se triplicó entre 2012 y 2017. En 2020, la mitad de los habitantes del planeta usaban Internet, frente a los 500 millones de 2001. En el Estado español, según datos de 2018, el 85% de la población estaba conectada a la Red. Además, 35.8 millones de usuarios utilizan el teléfono móvil para conectarse a Internet.

Contrariamente a la visión que podamos tener todo el mundo de lo digital como un ámbito de producción y de consumo impoluto y poco contaminante, en contraste con las viejas fábricas industriales o los camiones y coches con los que se mueven personas y mercancías, las nuevas tecnologías de la información tienen un elevado impacto ecológico que no se percibe a primera vista - José Bellver, investigador y activista de Fuhem Ecosocial

Las fases de extracción y producción causan el mayor impacto  

El mayor impacto se concentra, según afirman ciertas fuentes, en las dos primeras fases, las de extracción y producción de los aparatos tecnológicos que utilizamos para conectarnos a Internet, tales como ordenadores y teléfonos inteligentes.  

Uno de los problemas en lo referente al impacto es el que tiene que ver con la extracción de los minerales, ya que estos no son infinitos y están sujetos a poderosos intereses económicos. Al ritmo de consumo actual, es probable que nos encontremos más pronto que tarde con problemas de escasez y encarecimiento. Por otro lado, la extracción de estos minerales estratégicos está asociada a conflictos sangrientos, como ocurre con el coltán en el Congo. "El coltán no es la causa principal de la guerra, la guerra que ha comenzado no ha comenzado por el coltán pero los minerales se han convertido en una oportunidad para alimenta esta guerra",  subraya la periodista congoleña Caddy Adzuba. "El negocio del coltán, en lugar de ser una fuente de riqueza para el país, es un negocio que a menudo termina beneficiando a los grupos armados que controlan las minas", añade.

Según datos de la organización Friends of the Congo (Amigos del Congo), el país africano concentra cerca del 80% del coltán mundial, un mineral de color negro pizarra compuesto de columbita y tantalita que resiste altas temperaturas y que se utiliza para las baterías de dispositivos móviles, GPS u ordenadores, entre otros aparatos - ElDiario.es

La extracción del litio, un elemento considerado como fundamental para la transición energética, también ha impactado a las comunidades indígenas en los lugares donde se produce la extracción.  Al respecto, Melisa Argento, integrante del Grupo de Estudios en Geopolítica y Bienes Comunes subraya lo siguiente:

A Jujuy [al norte de Argentina] llegaron las empresas en 2010 con la promesa de empleo, progreso y desarrollo. El primer impacto se traduce en división al interior de las comunidades, porque la extracción del litio crea ganadores y perdedores. Las comunidades se han organizado para demandar información que las empresas rehúsan dar, como qué químicos se usan en el proceso de extracción. La mayor preocupación es por el agua: qué pasará con los ojos de agua de las vegas donde emerge el agua dulce que ellos utilizan para regar los cultivos de los que depende su economía local - Melisa Argento

En lo referente a la producción, según Bellver, se trata de "una particularidad del sector". "Es en la fabricación donde se concentra cerca del 80% del consumo de energía de todo el ciclo de vida del producto. Con los coches, por ejemplo, sucede al contrario: el consumo energético se concentra en el uso, a medida que recorremos kilómetros", subraya. De ahí viene la importancia, en lo referente a la huella ecológica, de que cambiemos los teléfonos móviles. Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT/ONU), en 2016 el ciclo de vida medio de los teléfonos móviles en Estados Unidos, China y las principales economías de la Unión Europea era de entre 18 meses y 2 años. Por otro lado, según datos de 2014, los habitantes del Estado español desecharon ese mismo año 20 millones, mientras que el ciclo de renovación de los celulares era de 18 meses. En 2018, el 96% de ciudadanos españoles tenían un teléfono móvil y de ellos un 87% eran teléfonos inteligentes.

Funhem Ecosocial nos proporciona, además, los siguientes datos: fabricar un ordenador requiere una media de 240 kilógramos de combustibles fósiles, 22 kilos de productos químicos y 1.500 litros de agua. Por su parte, fabricar un microchip de memoria RAM supone 1.2 kilos de combustibles fósiles, 72 gramos de productos químicos y 20 litros de agua. Es decir, que en resumidas cuentas se gastan cientos de toneladas de recursos para fabricar los aparatos tecnológicos orientados a alimentar el voraz apetito de millones de personas.

A todo esto hay que añadirle, además, la huella ecológica asociada a la fase de circulación. Los recursos se extraen en África o América Latina (principalmente). Después viajan miles de kilómetros a fin de ser ensamblados en un país asiático, generalmente. Acto seguido, recorren miles de kilómetros más hasta llegar a los puntos de consumo, Estados Unidos y Europa, particularmente.  Este funcionamiento sistémico totalmente irracional desde el punto de vista de la sostenibilidad es la piedra angular del sistema capitalista que consigue de esta manera ofrecer productos "económicamente asequibles" a los consumidores finales.

La fase de consumo también contamina

La fase de consumo también genera un importante consumo de energía y emisiones elevadas de gases de efecto invernadero. Según la iniciativa CO2GLE,  Google emite unos 500 kilos de emisiones de gases de efecto invernadero por segundo. Un email corto y sin adjuntos conlleva la emisión de un gramo de CO2, subrayan. Si consideramos los correos electrónicos que se envían en todo el mundo, la huella de carbono sería igual que arrojar 890 millones de automóviles más en nuestras autopistas. Según Statista, Spotify, Twitter y Facebook se encuentran entre los mayores emisores de gases de efecto invernadero. Sin embargo, el mayor responsable de las emisiones de la Red es el streaming, que en 2020 supuso aproximadamente el 80% del total del tráfico global, según el informe Clicking Clean.  Haciendo un computo general, si internet fuera un país, sería el sexto más contaminante del mundo.

El 21% de la energía que necesitan las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) corresponde a los servidores de datos, según subrayan ciertas fuentes. Cuando nos conectamos a la red nos conectamos a estos servidores: la nube, aunque parezca algo inmaterial,  supone la existencia de cables, antenas, routers y centros de datos repletos de computadoras. Existen unos cien millones de servidores repartidos en centros de datos. El 42% del total se encuentra en Estados Unidos, mientras que en el Estado se concentra el 3.5%. Las mayores instalaciones se encuentran en Tokio, Chicago, Dublín, Gales y Miami.

El final del ciclo: toneladas de desechos

Por último, está el grave impacto provocado por los desechos, que con la rapidez con la que desechamos los productos no deja de crecer. Según José Bellver, "el sobreconsumo de productos electrónicos genera alrededor de 50 millones de toneladas cada año [...] que en buena medida son exportados como 'productos de segunda mano' a países del sur global, en especial al continente africano y el sudeste asiático".  

Además, según relata el investigador y activista, "en esas regiones no existen las tecnologías para realizar el procesamiento adecuado y seguro de productos que contienen una gran cantidad de tóxicos". Estos son liberados con la quema y el reciclaje rudimentario de los desechos electrónicos que producimos, causando un impacto devastador en materia de salud pública y daño medioambiental. Se calcula que, por ejemplo, 100.000 teléfonos móviles pueden contener unos 2.4 kilos de oros, equivalentes a 130.000 dólares, más de 900 kilos de cobre, valorados en 100.000 dólares, y 25 kilos de plata a 27.300 dólares. El dinero manda, y se hace todo lo que se pueda y más para obtenerlo en los países donde escasea y donde la pobreza es la norma.

Esto ilustra la lógica neocolonial de nuestra economía  global: se extraen materiales en los países empobrecidos del sur global para elaborar aparatos que son consumidos en los países opulentos del norte, para devolver al sur en forma de residuos tóxicos - La Marea