El científico que metió su cabeza en un acelerador de partículas y sobrevivió para contarlo

El 13 de julio de 1978, el científico Anatoli Bugorski estaba realizando un chequeo rutinario en el acelerador de partículas Synchrotron U-70 ubicado cerca de Moscú. En un momento dado, al registrarse un problema, efectuó una comprobación visual metiendo la cabeza dentro del túnel del acelerador. Debido a un fallo de seguridad, fue alcanzado por un rayo de protones. Según se informó, vio un destello “más brillante que mil soles”, pero no sintió ningún dolor.  El rayo le atravesó la nuca, los lóbulos occipital y temporal del cerebro, el oído medio izquierdo y salió por la parte izquierda de la nariz. Recibió una dosis de entre 200.000 y 300.000 roentgen, una dosis de radiación que va mucho más allá de la mortal. Aunque sufrió lesiones de diversa índole, el científico sobrevivió y pudo continuar con su vida y su carrera.

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Se desconoce la razón por la cual Bugorski no sufrió más síntomas y sobrevivió al incidente. Según afirman algunas fuentes, el rayo lo atravesó a lo largo de la única línea posible que no atravesaba los centros vitales del cerebro y de los vasos sanguíneos. Fuente: Captura de pantalla de YouTube.
El científico que metió su cabeza en un acelerador de partículas y sobrevivió para contarlo

En muchas películas los superhéroes se enfrentan a los malhechores con rayos de energía de elevado de poder. Aunque estos escenarios se enmarquen en la producción literaria o cinematográfica de ciencia ficción, como dice un dicho popular, a veces la realidad supera a la mismísima ficción. En este caso concreto, en vez de impactar contra un bandido, el rayo de energía, compuesto por protones y acelerado en un acelerador de partículas, impactó contra Anatoli Bugorski, un joven científico soviético que tenía 26 años cuando sucedió el incidente. Un superhéroe a todas luces, ya que, debido a la suerte o a la divina providencia, el joven sobrevivió con todas las probabilidades en su contra.

¿Qué es un acelerador de partículas?

Hasta 1932, la ciencia pensaba que los átomos consistían en un núcleo con carga eléctrica positiva, que era otorgada por los protones, y que estaba rodeado de cargas negativas, es decir, los electrones. Ese año se descubrieron los neutrones, es decir, las partículas con carga neutra. Se creía que estas tres partículas servían para explicar la naturaleza de los elementos químicos, desde el hidrógeno hasta el uranio. Sin embargo, 28 años después, en la década de los 60, se habían encontrado indicios de que los protones y neutrones estaban compuestos por otras partículas aún más pequeñas que reciben el nombre de partículas elementales.

Estudiar las partículas elementales es una tarea muy difícil. No obstante, los físicos encontraron una solución que les permitía mirar el interior de las partículas y descubrir de qué están compuestas: estrellarlas unas contra otras. El estudio de los restos de las colisiones sirve para estudiar la estructura fundamental de distintos tipos de partículas y también para descubrir otras nuevas (el bosón de Higgs, por ejemplo). Sin embargo, las partículas necesitan colisionar con una enorme energía cinética, y para ello, hay que acelerarlas a velocidades cercanas a las de la luz en el momento de impacto. Estos es lo que hacen los aceleradores de partículas. Concretamente, aceleran partículas a velocidades de hasta casi 300.000 kilómetros por segundo.

Los aceleradores de partículas son, básicamente, tubos vacíos muy largos rodeados de imanes. Los campos magnéticos producidos por los imanes confinan las partículas en el centro del tubo y las propulsan a lo largo de él, acelerándolas mientras lo recorren y manteniéndolas concentradas en un fino haz que, en los aceleradores más grandes, tan solo mide un milímetro de diámetro – El Confidencial

El accidente

El 13 de julio de 1978, el joven científico de 26 años Anatoli Bugorski estaba realizando su tesis en el Instituto de Física de Alta Tecnología de Protvino (Óblast de Moscú), en la antigua Unión Soviética. En 1978, el Synchroton U-70 era el acelerador de partículas más potente de su tipo en el país. Entre otras labores, Bugorski se encargaba de efectuar las reparaciones. Aquel 13 de junio, al registrarse un problema, el científico acudió a efectuar las labores de reparación. Sin embargo, debido a un fallo de seguridad, la luz de encendido dejó de funcionar. Al creer que el acelerador de partículas se encontraba apagado, Bugorski metió la cabeza para inspeccionar el fallo. Al instante, sin que tuviera tiempo para reaccionar, un rayo luminoso de protones viajando a casi la velocidad de la luz atravesó su cráneo.

Según se informó, el científico observó un destello “más brillante que mil soles” pero no sintió ningún dolor. El rayo le atravesó la nuca, los lóbulos occipital y temporal del cerebro, el oído medio izquierdo y salió por la parte izquierda de la nariz. Recibió una dosis de radiación entre 200.000 y 300.000 roentgen, una dosis que va muchísimo más allá de la dosis mortal. Bugorski comprendió en seguida la gravedad de lo sucedido, pero siguió trabajando en el equipo averiado, y en un principio, optó por no contar a nadie lo ocurrido. Acabó su jornada laboral y esperó a que aparecieran los síntomas.

Las consecuencias

Sin embargo, los síntomas aparecieron pronto: esa misma noche el lado izquierdo de su cara se hinchó de forma considerable, por lo que finalmente buscó asistencia sanitaria. Durante los próximos días, la piel del lado izquierdo de su cara comenzó a desprenderse, revelando el camino que el haz de protones había recorrido. Se valoró que Bugorski recibió una dosis de radiación muy superior a la mortal, y debido a este hecho, fue trasladado a una clínica de Moscú. Los médicos esperaban su inminente fallecimiento. Sin embargo, contra todo pronóstico, el joven científico sobrevivió.

Al principio, Bugorski estaba en la unidad de cuidados intensivos. Pocos médicos creían que con tal “agujero” y con tal dosis sobreviviría. Fue cuidado por los mejores radiólogos del país, incluidos los famosos científicos V.N. Petushkov y A.K. Gustova – Pravda

Se desconoce la razón por la cual Bugorski no sufrió más síntomas y sobrevivió al incidente. Según afirman algunas fuentes, el rayo atravesó a Bugorski a lo largo de la única línea posible que no atravesaba los centros vitales del cerebro y de los vasos sanguíneos. Es decir, debido a que el haz de protones era estrecho y muy concentrado, este no daño grandes áreas del cerebro, que por otra parte es un órgano con una gran capacidad regenerativa. Según otras de las hipótesis manejadas, la clave está en el tipo de radiación.

Sin embargo, si sufrió lesiones de diversa índole. Aunque no hubo daños en su capacidad intelectual, la fatiga producida por el trabajo mental aumentó considerablemente. El científico perdió por completo la audición en el oído izquierdo, y desarrolló tinnitus. Además, la mitad izquierda de su cara quedó paralizada debido a la destrucción que sufrieron los nervios. Por último, aunque se mantuvo con un estado de salud general adecuado, comenzó a sufrir convulsiones de diversa índole y perdidas de conocimiento ocasionalmente.

A pesar de las secuelas, Bugorski completó su doctorado y siguió trabajando como físico en el Instituto de Física de Altas Energías y ocupó el puesto de coordinador de experimentos de física. Debido a la política de secreto que había en la Unión Soviética sobre cuestiones relacionadas con la energía nuclear, tal y como ocurrió en muchos otros casos, Bugorski no pudo hablar públicamente del accidente durante más de una década. Fue solamente después del accidente de Chernóbil cuando su historia salió a la luz.

Continuó acudiendo a la clínica de Moscú dos veces al año para someterse a exámenes y reunirse con otras víctimas de accidente nucleares. En 1996, 18 años después del accidente, solicitó sin éxito el estatus de discapacitado para recibir atención médica para la epilepsia. A sus 79 años, Anatoli Bugorski sigue vivo actualmente.