Zona gris: la ignorada y terrible realidad de vivir en el conflicto ucraniano

Ahora que los intereses económicos y geopolíticos vuelven a a hacer redoblar con fuerza los tambores de guerra en Ucrania, los grandes medios de comunicación vuelven a fijarse en un conflicto olvidado durante años y en el que han muerto más de 10.000 personas desde su comienzo en 2014. Muchos azuzan el avispero desde la comodidad de sus hogares, ajenos al sufrimiento real que supone un conflicto armado y dando alas a los señores de la guerra que hacen negocio del sufrimiento de millones de personas.
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Un civil cruza andando la línea de frente que separa las posiciones del ejército ucraniano y de la República Popular de Donetsk. Foto: Juan Teixeira.
Zona gris: la ignorada y terrible realidad de vivir en el conflicto ucraniano

Texto: Pablo González // Fotos: Juan Teixeira

Miles de personas sobreviven durante años a los combates, la escasez y el abandono por parte de las autoridades en el este de Ucrania. Es la tierra de nadie, la denominada zona gris que separa a las partes del conflicto armado.

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Morir por fuego de artillería mientras estás durmiendo en tu casa o morir por un disparo mientras esperas en un control, pasar frío y hambre de manera sistemática, no tener la oportunidad de trabajar o estudiar, todo ello les pasa a los habitantes de la zona gris de la guerra del Donbass. Ignoradas por todos, miles de personas sobreviven en una zona de guerra que ya no sale en las primeras planas de los noticiarios.

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Los conflictos armados se componen de muchos elementos, unos son más mediáticos que otros. Los noticiarios suelen dedicar espacio a los combates, a las declaraciones de los políticos o al asesinato de civiles. En cierto momento todo ello deja de ser noticia, bien por que surgen nuevos puntos de interés a lo largo del globo, bien por que el conflicto se alarga en el tiempo y se vuelve rutina. Es en ese momento cuando el sufrimiento cotidiano de la población local cae en el olvido, especialmente el de aquellos que no pueden huir de los combates y tienen que vivir bajo los proyectiles que unos y otros se lanzan. La tierra de nadie, la zona gris del Donbass es uno de esos puntos olvidados.

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Visitamos la en otros tiempos próspera región del Donbass durante el invierno de 2016-2017 para conocer como es la vida de los miles de personas en esa franja de terreno que ocupa el frente militar. A pesar de los combates con armas pesadas como tanques y artillería la mayoría de personas que permanecen simplemente no tiene a donde ir, ni ayudas por parte del estado, ni familiares que los puedan acoger en Ucrania o Rusia. Los habitantes locales no son los únicos civiles que tienen que sufrir la zona gris, muchos miles más deben cruzarla para poder trabajar o visitar a sus parientes.

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Los combates activos empezaron en el Donbass en el verano de 2014. Los habitantes locales apoyados por Rusia empezaron una rebelión en contra del estado ucraniano surgido tras el golpe de estado ocurrido en Kiev en febrero del 2014. El nuevo gobierno, declarado pro-occidental, ante las protestas en su contra en la región del Donbass mandó allí fuerzas militares y paramilitares. Ello provocó que buena parte de la población se radicalizara aun más. El conflicto empezó a tener todas las características de una guerra moderna por el uso de artillería, tanques, drones y otros equipos. Ya para septiembre de ese año el frente se estabilizó en gran medida, siendo ligeramente alterado solo por algunos combates del invierno 2014-2015.

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Desde entonces miles de personas viven secuestradas por las circunstancias. La mayoría de los que podían abandonar la región lo hicieron ya en los primeros meses de la guerra. Bien hacia Rusia, bien hacia otras partes de Ucrania, pero mucha población local simplemente no tenía a donde ir, especialmente los ancianos, ni quien les ayudase, como a las familias más pobres. Por eso optaron por permanecer en sus casas y esperar que la guerra parase pronto. La fase más activa paró, pero no los combates a lo largo de la línea del frente, donde los intercambios de fuego artillero siguen siendo habituales.

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Todo ello no ocurre tan lejos como le pueda parecer a la mayoría de gente que vive en la Unión Europea. La guerra está al lado. Desde el estado español se tardan unas diez horas de viaje en llegar al frente de Ucrania. Cuatro horas de vuelo hasta Kiev, cinco horas de tren hasta el Donbass y una hora más de coche y ya estamos en zona de guerra. Allí los militares controlan todo y los habitantes civiles pasan a segundo o tercer plan, todo esta supeditado a la seguridad y a la victoria sobre el enemigo.

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El primer punto al que le prestamos atención en la zona gris en el pueblo de Zaitsevo. En este municipio situado a unos 50 kilómetros al norte de Donetsk vivían antes de la guerra más de 800 personas. En la actualidad quedan 160 habitantes, de los cuales 100 son jubilados y unos 20 son niños. Este pueblo es la primera línea del ejército ucraniano en su mayor parte, pero la zona más sur está en poder de las fuerzas rebeldes de Donetsk. En el municipio no hay luz eléctrica. No hay tampoco gas para las cocinas o la calefacción. El agua la abastecen los pozos privados, los cuales en invierno se congelan, dejando también sin agua a los habitantes en los meses fríos.

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Si esto no fuera suficiente los habitantes tienen más problemas en su día a día. Las ambulancias no van a este lugar. En los casos más graves solo se puede esperar que el ejército ponga un blindado para evacuar a la persona enferma. En el mejor de los casos no será antes de tres horas que el paciente llegará a un hospital. Aunque se esté levemente enfermo, tampoco se podrá comprar medicamentos o incluso alimentos básicos, ya que no funciona ninguna farmacia o tienda en el municipio. Las autoridades tampoco emprenden ninguna iniciativa para suministrar bienes de consumo esenciales a la población.

Otro problema que deriva del transporte es la problemática de salir del municipio por cualquier motivo. Primero se tiene que caminar varios kilómetros hacia la retaguardia sin ser alcanzado por el fuego cruzado y sin pisar ninguna trampa explosiva. Una vez allí esperar en la cola para coger un autobús que cuesta 70 grivnas (un poco más de dos euros) hasta la ciudad más cercana, Artemovsk-Bajmut. El viaje de ida y vuelta sale por lo tanto en 140 grivnas. La mayoría de los jubilados tienen una pensión de unas 1.300 grivnas (unos 45 euros), con lo cual no pueden viajar de manera sistemática, y mucho menos abastecerse de manera eficaz con lo necesario.

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La gente depende de la ayuda humanitaria y lo que les envían sus familiares que trabajan en otras regiones, incluidas las rebeldes, pero sobre todo Rusia. Como nos comentan los habitantes locales, es el destino más común, más popular incluso a la propia Ucrania.

Por un lado la situación económica en Rusia es sustancialmente mejor, por otro, las personas procedentes del Donbass son vistas con simpatía, mientras que en el resto de Ucrania son recibidos a menudo incluso con agresividad debido a la resistencia al gobierno de Kiev que existe en el Donbass.

Zaitsevo aun así tiene una situación favorable en comparación a la de otros muchos municipios ya que se encuentra cerca de uno de las cuatro puestos de control, el de Mayorsk concretamente, para cruzar la línea del frente entre las tropas ucranianas y las fuerzas rebeldes de Lugansk y Donetsk. Al estar cerca de una vía importante, hay algo más de atención hacia núcleos así, en otros el olvido y la dejadez son mayores. Precisamente los puntos de control son otro de los puntos de atención de la zona gris.

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Los puntos habilitados para el cruce de la línea del frente son utilizados a diario por miles de personas. La gente cruza el frente para visitar a sus parientes, viajar a lugares más lejanos, comprar medicinas o hacer gestiones de cualquier otro tipo. Estos puntos proporcionan una dura experiencia a la mayoría de personas. Para empezar es necesario hacer cola durante horas, incluso días en las fechas más concurridas. Si se tiene la suerte de tener un coche se puede estar dentro mientras tanto, pero muchas personas deben cruzar los varios kilómetros de cola a pie. En verano pasando calor de más de 30 grados, en invierno pasando frío con temperaturas con una media de 10 bajo cero y que en algunas épocas bajan hasta los 25 bajo cero. Sin lugares para resguardarse, sin comida caliente, sin atención de ninguna clase.

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Una vez superada la espera los usuarios se tienen que enfrentar a registros y interrogatorios de los soldados de ambos bandos. Es zona de guerra y se nota en la poca amistad y consideración de los uniformados hacia los civiles. Además no pocas veces ocurren accidentes en esos puntos de control. Así en el paso de Mayorsk el 14 de diciembre del año pasado un soldado ucraniano se subió al tejado de un barracón en el que había montado un punto de control de pasaportes y desde allí disparó su arma al aire para según él calmar a la multitud. Al bajar, su arma se disparó y mató a un hombre de cincuenta años. La mujer del hombre sufrió un infarto y murió en el hospital unas horas después. A pesar de la multitud de testigos presentes en el lugar, y periodistas como nosotros llegados poco después, las autoridades ucranianas declararon que la muerte se produjo por fuego enemigo, quitándose de esa manera toda responsabilidad. Fue un caso llamativo, pero no el único. Asesinatos de civiles que quedan impunes suceden periódicamente. 

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La arbitrariedad de la guerra está presente en cada momento de la vida en zona de guerra. Municipios con miles de habitantes como Avdeevka, Yasinuvata, Gorlovka o Dokuchaevsk sufren bombardeos esporádicos. La gente se ha acostumbrado a ello, pero resulta increíble la tranquilidad con la que se toman hechos que amenazan gravemente su vida. Un ejemplo lo vimos en Yasinuvata. Una familia de jubilados que viven con su nieta, de la cual cuidan mientras los padres trabajan en Rusia, sufrió el impacto de un proyectil en su casa. La suerte según ellos es que el calentador de agua, instalado fuera, fue el que absorbió el impacto. Es la tercera vez que la casa sufre impactos de artillería, y por ahora siempre han evitado los daños personales. Seguirán allí, ya que según dicen, es su hogar y no tienen otro.

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Sin embargo, no todos los impactos de artillería acaban igual de bien. De los más de diez mil muertos oficiales que se lleva en el conflicto, de manera oficiosa se hablan de muchos más, más de dos tercios son civiles. El fuego de artillería es precisamente el responsable de la mayoría de las bajas. Como un caso que se produjo en Avdeevka, cuando un proyectil de tanque o cañón autopropulsado entró por la ventana de un bloque de pisos y mató a una anciana y su nieto. Visitando el edificio, se puede encontrar justo en el piso encima al de la tragedia cajas de munición de un cañón antitanque sin retroceso. La guerra es así, a los militares solo les importa la victoria, y si se tiene colocar un cañón en un edificio con civiles dentro, se coloca.

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Otras personas han tenido más suerte en ese sentido, sus casas o bien han quedado destruidas, o bien no pueden volver a ellas por motivos de seguridad, pero están vivos. Eso sí, son refugiados en zonas cercanas al frente. Como en el monasterio de Svyatogorsk, donde varios centenares de personas, en su mayoría mujeres con hijos, viven en la incertidumbre, ya que por un lado no tienen a donde ir, por otro no tienen oportunidades laborales. Alena de 34 años de Donetsk es una madre soltera que llegó ya embarazada al monasterio huyendo de los combates de 2014. Desde entonces vive allí sin atreverse a cruzar la línea de vuelta a su ciudad natal. Caso similar es el de Tatiana, que con 40 años ya es madre de 7 hijos. La familia no tiene a donde volver, han perdido su hogar de Donetsk, y tienen escasas esperanzas sobre su futuro.

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Ese parece ser el principal problema de mucha gente de la región a la hora de plantearse su futuro, no tienen posibilidad de vivir dignamente en su región de origen, una de las más prosperas antes de la guerra. Tampoco tienen la posibilidad de irse. De esta manera quedan atrapados en un círculo del que les es muy difícil salir. Por todo ello arriesgan sus vidas en la esperanza de que el tiempo mejore su situación de una u otra manera.

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De momento todo parece indicar que el conflicto del Donbass no tiene una solución sencilla y sobre todo pronta. Otros ejemplos como los conflictos congelados de Transnistria, Abjasia u Osetia del sur, o el semicongelado del Nagorno Karabaj muestran que la solución militar no va a llegar, y la solución política se puede alargar en el tiempo a decenas de años. Por todo ello la problemática del Donbass y el sufrimiento de su población no parece que vayan a acabar pronto. La gente seguirá viviendo en una zona cada vez más gris incluso más allá de la línea del frente. Al sufrimiento que ya han provocado miles de muertos le seguirá el prolongado dolor que causa toda la situación actual, en la que incertidumbre y la arbitrariedad marcan el día a día de miles de personas que viven y seguirán viviendo en la zona gris del conflicto del Donbass.