Eulixe

Lee «Scratch» Perry, músico de vanguardia

La semana pasada, a los 85 años, murió Lee «Scratch» Perry. Genio del sonido, el jamaiquino fue también un productor politizado. A modo de homenaje, repasamos su biografía y algunas de sus grabaciones más importantes.
1600px-Lee_Scratch_Perry_2016_7_von_13
Lee “Scratch” Perry en Múnich, 2016. (Wikimedia Commons)
Lee «Scratch» Perry, músico de vanguardia

Por Howen Hatherley - Jacobin

Al escuchar los discos de Lee «Scratch» Perry aprendemos sobre el pasado, sobre el presente y sobre el futuro. Hay una página web dedicada exclusivamente a recoger frases que Lee pronunció en distintas entrevistas. La mayoría pertenecen a un período en el que el músico, ya retirado, solo tocaba y grababa ocasionalmente.

Mucha gente asocia la imagen de Perry a la de un viejo excéntrico que aparecía sorpresivamente en algunos festivales. Pero durante los años 1960 y 1970 en Jamaica, este músico produjo literalmente cientos, tal vez miles, de grabaciones geniales. Sus discos combinaban, en un sencillo de 7 pulgadas, temas antiguos, canciones contemporáneas y ambientes futuristas, y narraban historias inspiradas en la Biblia, en lo que estaba sucediendo en ese momento en la calle y en fantasías espaciales.

Perry contenía multitudes —rural y futurista, pionero de la ciencia ficción, intérprete de la Biblia, profeta poscolonial y comediante, unas veces cursi y otras grosero, todo podía convivir en la misma grabación—, pero se destacó sobre todo por su capacidad para hacer funcionar cosas aparentemente imposibles.

Una cosa es decir que Perry era un genio —claramente lo era—, pero otra es decirlo sabiendo que, en este mundo, la gente como él no suele ser convocada a experimentar con el sonido. Perry nació en una familia de peones rurales de Jamaica, en ese momento una colonia productora de azúcar, explotada sin piedad por el imperio británico. Su genio surgió en parte de su habilidad para hacer de la necesidad una virtud.

Dada la pequeña magnitud de su población, no deja de ser sorprendente que, luego de conquistar su independencia, Jamaica se haya convertido en uno de los sitios que más innovaciones musicales alumbró durante la segunda mitad del siglo veinte: equipos de sonido, rap, remix, todo se originó allí. El rap y el remix surgieron de la necesidad de extender las grabaciones sin necesidad de pagar por tiempo de estudio extra (o de pagarles dos veces a los músicos). Entonces, se «versionaba» la misma pista una y otra vez, mientras un MC tomaba la palabra o aplicaba distintos efectos de sonido sobre la base. Perry se especializó en este tipo de reutilización creativa: era capaz de llenar un disco entero de The Gatherers con distintas versiones de «Words of my Mouth», canción derivada de los salmos. Realmente tenía una capacidad alquímica para convertir la mierda en oro.

Los obituarios de Perry se concentran en su colaboración de los años 1970 con Bob Marley —a quien convirtió de estrella menor del pop jamaiquino en un roquero experimental y politizado, gracias a dos álbumes y a varios sencillos que terminaron siendo, por lejos, los mejores de su carrera— y, con justicia, mencionan la experiencia de Black Ark, pequeño estudio bautizado en honor a Marcus Garvey, donde Perry elaboró sus obras más importantes. Un estudio jamaiquino en los años 1970 se dedicaba básicamente a producir en masa sencillos de 7 pulgadas —recuperados en los años 1980 y reeditados en una serie de compilados aparentemente infinita—, pero Perry combinaba esta actividad con la creación de discos serios, concienzudos y políticos, mucho más osados en términos musicales que cualquier cosa que se haya producido entonces en Nueva York, Los Ángeles o Londres.

Produciendo, arreglando y a veces colaborando en la composición de discos como War Ina Babylon, de Max Romeo, o Police and Thieves, de Junior Murvin —ambos de 1976—, Perry logró crear una música futurista, militante y siempre coherente. La política ardiente y las letras de tonos bíblicos de estos discos entusiasmarían luego a los roqueros punk, pero no dejan de ser valiosos en términos estrictamente musicales, veta que Perry indagó en Super Ape, su tormenta eléctrica personal. Hubo también discos de soul clásico, preciosos y delicados, como To Be a Lover, de George Faith, o Party Time de The Heptones. Y luego la música religiosa, que dio origen a algunas de las grabaciones más potentes y perdurables de la época, como Heart of the Congos, disco a la vez mundano y sobrenatural, devotamente rastafari.

Como sea, siempre hubo algo más que el arte por el arte. En los discos de Lee Perry es posible escuchar una historia política completa de Jamaica, «producida y dirigida» entre fines de los años sesenta y fines de los setenta. Como en tantos países de América, durante ese período los intentos de romper con el neocolonialismo se toparon con la mano dura de la CIA. En 1972, el Partido Laborista de Jamaica, organización derechista, fue aplastado en las elecciones por el Partido Nacional del Pueblo (PNP), fuerza populista de izquierda dirigida por Michael Manley, que llegó al gobierno con un programa socialista democrático apoyado por muchos artistas reggae. Cuando el PNP fue reelecto en 1976, las tácticas de desestabilización política fomentadas por los Estados Unidos llevaron a una ola de asesinatos y violencia política, que culminó solo cuando el Partido Laborista de Jamaica retomó el poder en 1980.

Algunos músicos de la escena reggae de los años 1970 estaban realmente comprometidos con el socialismo: no por nada la banda principal de Channel One se hacía llamar The Revolutionaries y cantantes como Max Romeo se tomaban el trabajo de expresar sus posiciones políticas de forma frontal y sincera. Perry era un emprendedor afilado y nunca fue un tipo fácil de encasillar, pero el desplazamiento del optimismo revolucionario hacia la desilusión, y finalmente hacia la desesperanza, se deja escuchar en su voluminosa producción de mediados de los años 1970. Las grabaciones anteriores, como «Justice for the People», de The Upsetters, o «Beat down Babylon», de Junior Byles, transmiten ira y esperanza, pero la época dorada de 1976-1977 registra más bien la expansión del caos y la violencia: War Ina Babylon y Police and Thieves están signados por la decepción y los vaivenes de esa recaída. Para 1978, la confusión y el terror que se vivían en ese país vuelto ingobernable quedaron plasmados en temas como «City too Hot», manifiesto de la desesperación de Perry, o la tormentosa «Open the Gate», producida para Watty Burnett, que afirma que la única salida es escapar, camino por el que terminó optando el propio Perry cuando —según se dice— prendió fuego Black Ark y se mudó a Suiza para disfrutar de un merecidísimo retiro de cuatro décadas.

Así las cosas, la genialidad de Perry tampoco remite exclusivamente a la temática o al contenido de sus producciones: se trata también del sonido. Las parábolas políticas de War Ina Babylon están cantadas sobre ritmos entrecortados y guitarras y vientos endulzados por el phaser. En Police and Thieves y Super Ape todo eso se convierte en el flujo psicodélico de un «río de sonido», algo que Perry se tomaría en términos más literales en uno de sus sencillos más impactantes. En Heart of the Congos o «City too Hot», el jamaiquino explotó al máximo su mezcladora rudimentaria de cuatro pistas, combinando un espectro de sonidos que abarca desde el mugir de las vacas, truenos repentinos, líneas de bajo increíbles y ráfagas de percusión, hasta melodías inquietantes tocadas en sintetizadores.

Este último período, marcado por un experimentalismo exacerbado, representó un límite para la industria de la música. Island Records rechazó Return of the Super Ape, álbum producido con The Upsetters, que recorría el largo camino de lo extraño y lo sublime a lo deliberadamente ridículo, y, para desazón del mítico productor, se negó también a lanzar el primer disco que firmó con su nombre, Roast Fish, Collie Weed and Corn Bread. De hecho, las grabaciones de 1978 son muy raras, pero aspiran sobre todo a condensar los rasgos que definían la personalidad de Perry: la psicodeliael soul ligeramente desafinado y esa cosa siempre medio en chiste y medio en serio.

El rechazo de la discográfica no deja de transmitir un mensaje. Un artista de reggae podía ser raro, pero no tanto. Solos los roqueros blancos podían lanzarse a crear álbumes bizarros, excéntricos y personales, aunque la verdad es que The Clash nunca hubiese podido decir lo que dice Roast Fish, Collie Weed and Corn Bread. Esta suerte de condena todavía pesa sobre la música popular y, para decirlo sin ambages, se sigue discriminando la música producida por gente de clase trabajadora, como Perry. Parece que estaba bien que este jamaiquino dejara su testimonio y se pronunciara con simpleza sobre ciertas cuestiones políticas, pero eso no le daba derecho a ser psicodélico, raro, futurista ni «autocomplaciente».

No cabe duda de que Perry era especial. Pero la abundancia de creatividad obrera, de la que él fue el corazón, también es una muestra de que un futuro en el que todos puedan hacer su propio arte —o al menos sencillos de 7 pulgadas— no puede ser aburrido.