50 días de guerra en el Sáhara Occidental: balance y algunas notas
Artículo original de Contrainformacion.es
La declaración del Estado de Guerra abrió las secciones de internacional de todas las grandes cadenas y periódicos, que tuvieron que mirar en el mapa donde quedaba la otrora colonia española sobre la que llevaban sin informar décadas. El estallido comunicacional inicial se fue desinflando poco a poco hasta el actual silencio mediático, en el que ha estado inmerso la causa saharaui desde hace años.
Esta primera fase de la guerra en el Sáhara Occidental es limitada, asimétrica, de hostigamiento y de desgaste. Algo lejano a los grandes bombardeos, espectaculares enfrentamientos y matanzas mucho más vendibles y visuales para los escasos minutos de cobertura internacional de los telediarios.
El conflicto saharaui exige un ejercicio de análisis y transmisión mucho más exigente y complejo que las guerras convencionales a las que estamos acostumbrados en la última década. Quizá por eso el desierto informativo se ha impuesto tras explotarse el titular fácil y de corto recorrido de “Vuelta a la guerra en el Sáhara Occidental”, porque este conflicto de más de cuarenta años obliga a un seguimiento exhaustivo y riguroso al que no están acostumbrados los medios españoles.
Fase de hostigamiento en torno al muro marroquí
La desinformación general sobre el Sáhara hace que no se comprenda que tras cincuenta días de guerra no haya grandes batallas que radiar. Lo cierto es que la propia realidad sobre el terreno impide esos grandes choques en una fase inicial. Desde 1980 el Sáhara está dividido por un muro defensivo construido en varias fases por Marruecos para frenar los ataques relámpago del ejército Polisario, que durante los primeros años de guerra se movía con libertad y rapidez por el desierto, penetrando en el interior del país y llegando a emboscar a tropas incluso en suelo marroquí y mauritano.
Este muro, de 2.700 km de largo, tiene entre 2 y 3 metros de altura y está rodeado por unas siete millones y medio de minas antipersona. Un complejo sistema de radares interconectados y capaces de identificar y atacar automáticamente varios objetivos a la vez, completan el denominado por los saharauis como “muro de la vergüenza”. La tecnología militar estadounidense, el dinero de las monarquías del golfo y el apoyo técnico israelí -que ya había puesto en práctica muros divisorios en la Palestina ocupada- lo hicieron posible.
Desde entonces la guerra en el Sáhara entró en una nueva fase, la superioridad militar marroquí (de hasta 10 a 1 según algunas estimaciones) no valía en la inmensidad del desierto donde los saharauis sabían moverse con rapidez y emboscar a sus objetivos. El muro limitaba eficazmente el movimiento a los saharauis, y aunque en los años finales de la guerra consiguieron rebasarlo varias veces, esta vez el coste humano era mucho mayor y exigente para un pueblo agotado tras tres lustros de guerra armada.
Pero Marruecos también es preso de su propia creación, la existencia del muro permite hacer efectivo el control del Sáhara ocupado, pero obliga a un elevadísimo coste de mantenimiento y a un descomunal despliegue militar que haga eficaz la construcción defensiva. Además, se cede totalmente la iniciativa militar al adversario, relegando al ejército marroquí a una función exclusivamente defensiva a la espera de los ataques saharauis.
Desde el inicio de la guerra, el 14 de noviembre, las acciones militares se han limitado a bombardear diariamente el muro defensivo. En total, según los partes emitidos por el Ejército de Liberación Saharaui, se han producido unos 370 bombardeos tierra-tierra (con morteros y carros) sobre una veintena de objetivos militares -bases desplegadas a lo largo del muro y puntos de vigilancia en su mayoría-, habiéndose producido bajas humanas según el Polisario. Incluso, se habla de que el Ejército llegó a alcanzar y ocupar temporalmente un puesto de vigilancia que abandonó poco tiempo después. Esta habría sido la única incursión en el muro.
En esta primera fase Marruecos niega las bajas y la guerra y solo ha admitido, a través de declaraciones en prensa, “ciertos enfrentamientos”. Según el Ejército Saharaui, Marruecos habría intercambiado bombardeos puntualmente en respuesta a los ataques del Polisario; también se han reportados dos incursiones de la aviación marroquí sobre la zona en conflicto con fines de observación.
Estrategias comunicativas y evolución plausible del conflicto
La estrategia de negación es coherente con los objetivos de Marruecos, que confía en que la guerra se estanque en la fase actual y no escale implicando a terceros Estados o dañando la capacidad económica o comercial del reino alauita. Mohamed VI está dispuesto a pagar el precio de bajas materiales y probablemente humanas de una guerra en el muro mientras pueda seguir controlando de manera eficaz el Sáhara ocupado. Reconocer la guerra y que esta escale sería un foco de inestabilidad regional e interna en un contexto de debilidad económica por la crisis de la COVID. Riesgos que Marruecos no está dispuesto a asumir y que busca evitar intensificando sus movimientos diplomáticos, buscando aislar internacionalmente al Polisario y sus posibles apoyos políticos, militares o económicos.
El Frente Polisario estudia de manera concienzuda los pasos a seguir, y según varias fuentes es cuestión de tiempo que los bombardeos localizados de esta primera fase se incrementen y combinen con incursiones al muro a corto o medio plazo. No obstante, la política comunicativa saharaui está favoreciendo indirectamente los intereses marroquíes, pues salvo un vídeo oficial emitido por la Televisión Saharaui no hay respaldo visual de que los bombardeos sean diarios o hayan generado bajas humanas; tampoco hay respaldo gráfico en la ocupación del puesto de vigilancia o la incursión de la aviación marroquí.
Marruecos se apoya en esto para restar importancia a la declaración del Estado de Guerra del Polisario y transmite la idea de que lo que hay son “escaramuzas” de “un grupo guerrillero al servicio de Argelia” que miente y exagera en cifras.
Algunos apuntes
A modo de conclusión, es lógico que en una primera fase de la guerra las acciones militares se circunscriban al muro de la vergüenza, en una suerte de “tanteo” del despliegue y capacidad marroquí y su capacidad de respuesta. Paralelamente la batalla diplomática sigue su curso y condiciona en gran medida la evolución de la guerra militar; el respaldo de Argelia y una posición favorable de terceros Estados magrebís favorece una escalada saharaui, mientras que la tibieza de las grandes potencias y el avance entre países occidentes favorece la posición de Marruecos, a quien el Estado actual de la guerra no asusta.
La guerra en el Sáhara exige tiempo y será lenta, el Ejército Saharaui necesita planificar sus ofensivas y gozar del apoyo material -compra de armamento sofisticado, una labor en la que están inmersos desde hace semanas- y físico -entrenamiento de nuevos soldados y reorganización militar-. La guerra no será en ningún caso una guerra total, sino de desgaste, porque los números son tozudos y la superioridad militar marroquí incontestable. Aun así, estrangular la economía mediante acciones de sabotaje, internacionalizar el conflicto implicando a terceros actores y generar una crisis interna en Marruecos por bajas y desmoralización, es una estrategia suficiente para generar una actualizada mediación internacional o al menos un escenario más favorable a la causa saharaui. Hacia eso intentará caminar en los próximos meses el Polisario.
No obstante, la batalla comunicativa -fundamental en los conflictos modernos- está siendo desaprovechada por el Polisario, que no está consiguiendo situar su discurso en la opinión pública por falta de material, difusión y en parte de estrategia comunicativa. Y manteniéndose encorsetados métodos de los 80 y 90 más que en las nuevas vías de comunicación. El Polisario solo tiene margen que ganar desde el punto de vista comunicativo: dar veracidad a la guerra y visibilizar la causa objetivamente les interesa, pues les avala el derecho internacional.
El alto mando saharaui debe leer los nuevos códigos de comunicación y adaptar su estrategia comunicativa a los mismos, los partes de guerra son insuficientes en la era de las tecnologías. Vídeos diarios, propaganda, multiplicación en redes sociales, redes de influencia en medios e hiperactividad comunicativa son aspectos fundamentales que han marcado la diferencia en conflictos como el de Nagorno-Karabaj, donde el anticuado e incapaz estilo comunicativo armenio topó con un eficaz engranaje azerí que sabía pasear sus ministros por canales nacionales y de medio mundo, publicar imágenes diarias de la guerra e imprimir su discurso dentro y fuera de las fronteras gracias a una gran estrategia propagandística.