11 de enero de 1929: la URSS implanta la jornada laboral de siete horas diarias

Tal día como hoy de 1929 se estableció en la ex Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, en plena etapa de industrialización, la jornada laboral de siete horas diarias, en circunstancias en que en la entonces principal potencia económica del planeta, los Estados Unidos de América, se avecinaba el estallido de una gran crisis que se expandió por casi todo el mundo. 
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11 de enero de 1929: la URSS implanta la jornada laboral de siete horas diarias

La URSS fue uno de los pocos países del mundo que no se vio sacudido gravemente por la crisis del 29, ya que su proceso de activa industrialización no se encontraba atado a los manejos del sistema financiero internacional que desde hacía aproximadamente un siglo venía imponiendo sus condiciones y que allá por los años 1820 había convertido a los jóvenes estados de América Latina en los principales deudores del planeta.

Desde ese 11 de enero de 1929 hasta la fecha las políticas económicas y sociales tuvieron oscilaciones tanto temporales como geográficas al punto de que en algunos países europeos en los que se había llegado con el devenir del tiempo a una jornada laboral de solamente seis horas durante cinco días a la semana la nueva debacle de la situación mundial a partir del estallido financiero en 2008 hizo que se revirtiesen conquistas de los trabajadores.

La jornada laboral de siete horas diarias fue el resultado del enorme crecimiento registrado a partir de la Revolución Bolchevique de 1917, inicialmente apelando a un duro comunismo de guerra, luego reformulado en 1921 con la Nueva Política Económica que si bien hizo crecer fuertemente el producto nacional generó un desequilibrio en la distribución del mismo, con seis millones de desposeídos, lo que dio lugar, a partir de 1928, a los planes quinquenales implementados, también con mano dura, por el gobierno de Iósif Vissáariónovich Dzhugashvili, más conocido como Stalin.

La URSS, así denominada desde 1922, con una fuerza laboral de unos 100 millones de trabajadores, desde la Revolución había ido desarrollando áreas como las del petróleo y el gas natural, la minería y el acero, la industria de la defensa y la de la alimentación, entre otras. Décadas más tarde se convirtió en una gran potencia con un alto grado de desarrollo científico-tecnológico que le permitió, entre otros logros, desarrollar el primer satélite artificial y liderar la investigación espacial.

Tras el derrocamiento de la monarquía zarista, según el historiador francés Marc Ferro “En Moscú, los trabajadores obligan a su patrón a aprender las bases del futuro derecho obrero; en Odesa, los estudiantes dictaban a su profesor el nuevo programa de historia de las civilizaciones; en Petrogrado, los actores sustituyeron a su director de teatro y escogieron el próximo espectáculo; en el ejército, los soldados invitaban al capellán a sus reuniones para que este diera sentido a sus vidas. Incluso los niños menores de catorce años reivindicaban el derecho de aprender boxeo para hacerse escuchar ante los mayores. Era el mundo al revés”.

Y pronto, impulsado por Aleksándra “Shura” Mijáilovna Kollontái, la gran olvidada, los bolcheviques tomaron el poder. Acerca de las transformaciones efectuadas en materia económico-social y de los planes quinquenales de los que fue parte la disminución de la jornada laboral, el gran politólogo inglés Harold Joseph Laski destacó que “Si el liberalismo económico y político retrocede en los países capitalistas, desaparece completamente en la sexta parte de la tierra, donde la revolución rusa (…) es la primera etapa de una transformación fundamental de los principios sociales de la civilización occidental”.

Fuente: marcelobonelli.cienradios.com