Ver el mundo con el cerebro
Nos relacionamos con el mundo a través de los sentidos. Eso sí, desde la antigua Grecia hasta nuestro días se ha cuestionado cómo de veraz es aquello que percibimos a través de ellos. Esto ha hecho que existan posturas que se lo confiaban todo y otras que recelaban de lo que nos transmitían.En general, nadie duda de que, para ver, hacen falta ojos. Un estudio realizado por la Universidad Miguel Hernández parece haber puesto en tela de juicio este requisito: tal vez se pueda llegar a ver sin ellos.
Un experimento para recuperar la vista
Bernardeta Gómez perdió la visión con 41 años a causa de una septicemia. Su ojos dejaron de ser capaces de desempeñar su función: captar propiedades físicas de la luz (longitudes de onda), convertirlas en impulsos eléctricos y mandarlas a la corteza visual primaria, una zona del cerebro justo en la parte posterior de nuestra cabeza, en el lóbulo occipital. En definitiva, se había cortado una conexión que llevaba toda su vida funcionando.
Los investigadores decidieron implantar en el área una placa de electrodos que estimulase directamente el cerebro. La señal procedería de unas gafas que, actuando como la retina, captarían las propiedades físicas (color, forma…) y analizarían los patrones de luz del entorno.
Tras varios meses de prueba, Bernardeta comenzó a ver puntos de luz. Después, pequeñas formas. Como los propios investigadores señalan: ‘se habían saltado los ojos en el proceso de la visión’.
Es la primera vez que se logra colocar una placa de electrodos en la corteza visual. Ahora bien, hay esferas en las que este tipo de procedimientos están obteniendo resultados que hace unas décadas podrían haber parecido ciencia ficción.
Interfaz cerebro-máquina
Una de las claves de estos procedimientos se basa en la idea de traducir los estímulos del entorno en señales eléctricas. Señales con las que el cerebro pueda operar. Dicho de otra manera: traducirlo a su idioma. También en el sentido contrario, convirtiendo las señales del cerebro en datos. Para esto podemos ver dos ideas.
Una la encontramos en el uso de exoesqueletos. La posibilidad de traducir los impulsos nerviosos del cerebro en datos con los que poder operar permite que estos mismos también se envíen a dispositivos electrónicos. Y eso, a su vez, que se pueda interactuar con ellos.
Su aplicación en casos de alteraciones de movimiento es bastante grande, si bien aún está en desarrollo. No es raro ver noticias bastante alentadoras en las que se señala que se ha logrado mover con la “mente” exoesqueletos, permitiendo que personas con diversos tipos de alteraciones del movimiento puedan recuperar algo de funcionalidad.
El segundo punto lo encontramos, por ejemplo, en el experimento que abre este artículo. Un detalle que pasa desapercibido es que la placa de electrodos implantada en Bernardeta es bidireccional. Es decir, no solo recibe información de las gafas, también la puede enviar. Podríamos ver lo que está viendo.
Hay otros equipos de investigadores que también trabajan en ello. ¿El objetivo? Descodificar la actividad de las áreas visuales para poder obtener una imagen de lo que estamos viendo.
Ambos ejemplos ilustran el potencial que esa interfaz cerebro-máquina podría tener. Eso sí, algunas predicciones futuras nos generan más de un dilema ético y moral. ¿Los resultados de este experimento quieren decir que podremos ver sin los ojos?
La relación entre sentidos y cerebro
En el caso de Bernardeta, esa conexión cerebro-sentidos llevaba 41 años funcionando antes de verse interrumpida. Tal cese recibe el nombre de “desaferentación”.
Existe un síndrome muy llamativo, llamado Charles Bonnet, en el que las personas que empiezan a experimentar una ceguera progresiva comienzan a ver caras u otro tipo de formas flotando en el entorno. La persona es consciente de que no son reales, pero no puede evitar verlas.
Puede parecer que este fenómeno se produce porque el cerebro deja de recibir información de los sentidos, pero no. En realidad continúa con su actividad, generando esa “experiencia perceptiva”. Como diría William James, parece que lo que vemos no solo está “fuera” de nosotros, sino también está en nuestros cerebros.
Sin embargo, esta relación tan íntima entre cerebro y sentidos parece construirse a lo largo de toda una vida de interacción.
Otro ejemplo lo tenemos en el caso del esquiador Mike May. May perdió la vista a los 3 años y la recuperó 40 años después gracias a un procedimiento quirúrgico. Para él, la recuperación visual fue más un problema que un alivio: no lograba interpretar correctamente las cosas que veía (profundidad, distancia respecto a objetivos…).
Ante el fallo de un sentido, el cerebro se reorganiza para que las áreas dedicadas a este se orienten al procesamiento de otro sentido. Y esto tiene una difícil vuelta a atrás.
¿Se podrá ver sin nuestros ojos?
Lo expuesto en este artículo señala la posibilidad, en base a todos los avances, de generar posibles procedimientos para recuperar la visión a través del cerebro cuando nuestros ojos se vean dañados.
Lo cierto es que hay que ser muy cautelosos. Todo dependerá del momento de pérdida de la visión, la forma en la que haya ocurrido así como de una relación existente entre el cerebro y los sentidos, que parece ser bidireccional. Esto último lo hace tan complejo que quizá enviar “solo” la información al cerebro no sea suficiente.
Además, hay muchos procesos cuya función desconocemos que ocurren durante el breve lapso de tiempo en el que la información recorre todo el cerebro, desde los ojos, para llegar al lóbulo occipital.
Tal vez, como le ocurre a Bernardeta, estamos empezando a ver luces y formas, pero nos queda bastante para poder ver el cuadro al completo. Eso no quita que sea algo emocionante.
Artículo de Aarón Fernández Del Olmo - Neuropsicólogo, Universidad Loyola Andalucían // The Conversation.