El dilema de Eurovisión
El festival, que en teoría es un canto a la concordia entre los pueblos, se celebra este año en un estado que comete crímenes de guerra y viola los Derechos Humanos a diario.
Mañana se celebra la final del Festival de la Canción Eurovisión en Israel, tras la victoria de Netta Barzilai en la edición de 2018. En un principio, los organizadores tenían previsto realizar la gala en Jerusalén, en un intento de legitimar la histórica ciudad como capital del Estado sionista, saltándose todas las resoluciones internacionales. Finalmente las presiones políticas consiguieron que se trasladara a Tel Aviv. Sin embargo, este cambio no supone un gran avance. La semana pasada, y a tan solo 80 kilómetros de donde mañana se realizará la final del evento, el ejército de ocupación israelí bombardeaba Gaza como respuesta al lanzamiento de cohetes desde la Franja. El ataque acabó con la vida de 29 personas, entre ellos dos bebés. Ante esta cuestión uno se plantea hasta qué punto resulta ético disfrutar de una gala musical cuando a pocos kilómetros los organizadores asesinan a civiles y someten violentamente a todo un pueblo.
Desde el mismo momento en que Netta Barzilai se coronaba ganadora de la edición de 2018, muchos empezamos a pensar: "¿Se va a celebrar el año que viene en Israel?¿En serio?". Y es que para los que conocemos minimamente la situación del pueblo palestino, el hecho de que una gala de estas características se celebre allí es de una hipocresía de proporciones épicas. Un festival que celebra la concordia entre los pueblos, en un estado que somete a otro pueblo al apartheid más cruel. Cinismo en estado puro. Tan solo dos días después de esa victoria en Eurovisión 2018, Israel masacraba a 62 personas en Gaza, entre ellas cinco niños y un bebé. Esa misma noche Netta Barzilai actuó en un concierto en Tel Aviv, declarando: "Tenemos razones para estar felices". Y nosotros para estar tristes.
Para denunciar la ocupación y la reiterada violación de los derechos humanos por parte de Israel, diversos colectivos y artistas de todo el mundo se han unido al boicot del festival, sumando muchas voces en contra. Para Israel esto supone un grave contratiempo, puesto que la celebración forma parte de su estrategia de blanqueo de la ocupación "Marca Israel", que tiene como finalidad mostrar la cara más amable del país para esconder lo que sucede a apenas unas decenas de kilómetros.
El debate ha llegado a cada casa, a cada bar donde se celebra y a cada círculo de amigos: ¿Vemos Eurovisión este año? ¿Qué tiene que ver el festival con la situación política del país? Los mas acérrimos defensores del festival se escudan en que "no hay que mezclar churras con merinas", asegurando que el festival no tiene nada que ver con todo lo que sucede alrededor. Si esto fuera cierto, Israel no se tomaría tantas molestias para evitar el boicot cultural. “El activismo es algo que se debe hacer todo el año y no solo dos semanas antes de Eurovisión”, es otra de las respuestas que podemos encontrar en diversos foros y grupos de apoyo al festival. Ambos argumentos parece que cojean un poco si los comparamos con la realidad que se vive en Palestina debido a la ocupación israelí.
A pesar de que el festival va a contar con apoyo y hay algunos colectivos que están en contra del boicot, a lo largo del todo el estado diferentes grupos y colectivos han organizado protestas en contra de la celebración del festival y del el uso cínico de los derechos LGTB para normalizar el apartheid.
Pero las protestas también se han visto por las calles de Tel Aviv. El pasado martes, y coincidiendo con el inicio del festival, cientos de manifestantes salieron a la calle para promocionar el boicot a Eurovisión.
"Estamos aquí para tratar de atrapar a la opinión pública tanto local israelí, palestina e internacional que llegó para Eurovisión, y explicar que lo que se muestra no es exactamente la realidad de Israel, la realidad son los millones de palestinos que están bajo la ocupación israelí desde hace decenas de años", Efraim Davidi, profesor de la Universidad de Tel Aviv.