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Inside de Bo Burnham: alienación sarcástica del confinamiento

Agorafobia pura, perdiendo la concentración, coraza destruida. Un libro entregado en mano por un dron, disociación total, mentalmente completamente fuera, la desrealización de Google, odias todo lo que allí encuentras. Que sensación tan divertida” - That Funny Feeling de Bo Burnham

Desde su nacimiento, Netflix ha apostado siempre fuerte por el stand-up comedy mediante sus numerosos especiales, contando con cómicos de la talla de Ricky Gervais, Sarah Silverman, Dave Chapelle o Kevin Hart. Personalidades que se han subido al escenario para actuar como monologuistas puros, que venían del humor más normativo. Por ello, el caso de Bo Burnham es especialmente llamativo. A los 16 años, allá por 2006, este brillante joven publicaba vídeos cómicos y musicales en Youtube, adquiriendo tal fama que le permitiría firmar un contrato para producir un álbum musical y humorístico con Comedy Central, siendo el más joven de la historia de Estados Unidos en hacerlo. Siempre ha oscilado entre el humor con una vertiente más artística, social y filosófica, sin dejar de lados las cuitas de las generaciones millenial y Z. Burnham es capaz de moverse entre la pedantería, la autoconsciencia y, aunque parezca paradójico, el no tomarse a sí mismo tan en serio como artista.

En este caso, Robert Burnham es el que parte y reparte las cartas en su segundo especial (ya trabajó con la plataforma con Make Happy), realizado, editado y producido por la misma persona: él. Inside parte de los impulsos creativos, aunque sobre todo depresivos, provocados por el confinamiento en plena pandemia de un Burnham retirado de la comedia desde 2017 por problemas de ansiedad al subirse a los escenarios. Muestra durante más de hora y media el increíble talento que desprende, tanto que uno no puede evitar sentir la rabia de la envidia mientras lo está viviendo. Si un superdotado como él se siente a disgusto con su trabajo, cómo no estaremos los demás. 

Inside trata más de sacarte una sonrisa que de soltar una carcajada. No obstante, el tema principal no es otro que la autoconsciencia de alguien que está pasando un mal trago. Esto lo muestra varias veces al terminar una canción y, en vez de cortar la secuencia e ir directo al siguiente sketch, muestra el momento en el que no le parece suficiente y se pide a sí mismo otra toma, aunque sea esa misma la que finalmente entrará en el corte a estrenar. Esta maldición del artista en el que aquello que escribes o creas no se termina, sino que se abandona y empaqueta como se puede. Y es que Burnham saca a relucir el hecho de que ser tan autorreferencial le da el toque de verosimilitud que te engancha y permite convertir esas cuatro paredes en las que todo sucede en una especie de escenario de ensueño en plena vigilia. 

Burnham es conocedor y asume con naturalidad que es producto de Internet, y ha acabado interiorizando el tipo de humor que impera en esta época: el sarcasmo existencialista de una generación perdida entre la fantasía digital y la dura realidad laboral. Confiesa que estar encerrado en las redes sociales le ha provocado disociarse de la realidad, algo así como la alienación marxista y el concepto de la libertad que tienes al sentirte realizado y listo para proveerte a ti mismo. Como teorizaba el filósofo y escritor británico Aldous Huxley, así como en la Roma Imperial se mantenía ocupada a la población con espectáculos impregnados de gladiadores, recitales o ejecuciones públicas (¿cultura de la cancelación dixit?), Internet ha permitido que no sea necesaria la violencia para mantener a los internautas inmersos en un mundo ajeno, alienandoles con pan y circo a la población. Bo se mantiene en la línea de esta aseveración de Huxley: «A una sociedad cuyos miembros pasan la mayor parte del tiempo (…) en el mundo irrelevante de los deportes y las telenovelas, de la mitología y las fantasías metafísicas, le será difícil resistir la invasión de aquellos que quieren manipularla y controlarla».

El cómico y cantautor, por lo que podemos observar en su discurso social, se encuentra en la postura ideológica de Chomsky, Zizek o Pikkety, teniendo muy poco que ver con la izquierda estadounidense y mucho más con la europea. Es probable que la facción más republicana de Norte América no haya sido demasiado dura criticándole porque adereza su discurso con una ironía y un ritmo en las canciones que encandilan y confunden hasta al texano más leído.

Otro factor que engrandece este trabajo de dimensiones elefantiásicas (para una sola persona) es la gran meta-narrativa subyacente durante todo el especial. No lo parece a simple vista, pero en realidad, lo que se nos muestra se basa en una dialéctica al más puro estilo Hegel entre el Bo Burnham artista y el Bo Burnham persona que nunca se conforma con el resultado y que vive atormentado; el que no quiere que se termine el especial porque entonces volverá a convivir con los pensamientos intrusivos del día a día. La dicotomía artista-persona. Bo y Robert. Quizás no sea intencionado, pero esto se manifiesta claramente en el sketch del gameplay, en el que el artista dirige a la persona y no al contrario. El creador ávido de contenido acaba cargándose a la persona que hace las veces de coraza y defensa de los males exógenos.

Es, a nivel de montaje y apartado técnico, una creación audiovisual tremendamente imperfecta, siendo la irregularidad un elemento totalmente intencionado, pues al conocer las reglas de cómo se genera una transición orgánica entre las diferentes tomas y planos, te permite saltártelas para provocar otro tipo de reacciones en el espectador, ya que él mismo se da cuenta de que hay algo que no cuadra. Y sabemos que es intencionado porque lo dice al principio del especial. También opina Burnham que usar cortes repentinos le parece un buen elemento cómico, ya que te corta el rollo y ya es sabido que lo impredecible, aquello que te cambia los planes, suele ser como mínimo divertido o gracioso. Acaba generando una narración intermitente realmente orgánica, con un manejo de las transiciones entre sketches excelente.

Inside no es, por tanto, un producto especialmente gracioso. Tampoco destaca su nivel de producción. Las canciones son pegadizas, pero seguramente no te las pongas para salir a correr. Y, sin embargo, la sensación imperante es de fascinación y de estar observando algo realmente único y salido de la mente de alguien excepcional, muy lúcido. Alguien que ha conseguido dar en un producto cultural la versión más acertada del sentir general de las clases medias y bajas en el confinamiento: a rebosar de pesimismo, ensimismamiento y hastío ante la impotencia de una situación que mejoró la vida de los más poderosos y le cortó las alas a toda una generación que, sin haber superado la crisis del 2008, se veía inmersa en otra que además de económica, se estaba llevando la vida de sus seres queridos. Y luego dicen que Dios no castiga dos veces. 

Por Álvaro García-Dotor Baglietto - Nueva Revolución

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