Juan Teixeira
14:59
22/10/19

No es España, son los franquistas

Hace tiempo que el tema de la independencia de Catalunya me resulta un poco cansino. No soy catalán, pero he vivido en Barcelona seis años. Nunca he participado en un CDR ni en ningún tipo de organización independentista. Todas la banderas me parecen trapos de colores. Y sin embargo encuentro muy atrayente el movimiento rupturista que está sucediendo. Si eres capaz de abandonar tu trinchera por un par de minutos, te explicaré las razones.
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No es España, son los franquistas

Bajo mi punto de vista, y el de una grandísima cantidad de catalanes que conozco o he entrevistado, todo lo que está sucediendo en torno a Catalunya ya no trata tanto de independentismo, sino de defensa de derechos básicos y democráticos, y sobre todo, de ruptura con el régimen del 78. Puede sonar un poco intensito o conspiranoico eso del “Régimen del 78”, pero si te paras a pensarlo es muy ajustado a la realidad. Resumiendo a lo bruto:


Tras la muerte de Paco, se realizó una transición democrática que muchos calificaron de ejemplar. Se pasaba de una larga dictadura a un sistema democrático, sin víctimas. Pero claro, con el paso del tiempo se ha hecho evidente que esa transición no fue tan ejemplar, y solo fue un rotundo éxito para los que ejercían el poder durante la dictadura. 
Los empresarios que hicieron fortuna durante la larga noche de piedra gracias a su cercanía al franquismo, siguieron en la misma posición. Hoy mismo podemos ver como gran parte de las grandes fortunas del estado español tienen los mismos apellidos de entonces. El IBEX 35 está copado por los herederos de los clanes que tuvieron éxito gracias al Generalisimo, y sus nuevos amigos. 
Lo mismo sucede con la clase política, donde quizás no pesen tanto los apellidos, pero sí la complacencia con las grandes empresas, que obviamente en un sistema capitalista son quienes regentan gran parte del poder del estado. No hace falta más que echar un vistazo a los consejos de administración de las más potentes empresas de nuestra amada patria. Todos aquellos políticos que fueron generosos y legislaron o favorecieron a estos conglomerados empresariales, hoy tienen un opíparo retiro con sueldos que jamás alcanzarían en la vida política. No hace falta ser muy listo para atar cabos. 
Seguimos para bingo con la judicatura. ¿Cambiaron los jueces y fiscales tras la muerte de Franco? No. Ahí están copando los más importantes cargos a nivel nacional, ejerciendo su poder en contra de todo aquello que pudiera acabar con el modelo social resultante de esa ejemplar transición. Llamadme loco, pero considero que un juez que consiguió su cargo a dedo por parte de un dictador genocida no debería estar habilitado para ejercer ese mismo puesto en una democracia. 
Y qué decir del brazo armado del sistema… Militares, altos cargos policiales y demás garantes de la dictadura continuaron en sus cargos como si nada hubiera pasado durante 40 años de salvaje represión. 
Lo mismo sucede con el brazo armado ideológico, los medios de comunicación. Quizás no sea tan evidente en un principio porque el aparato franquista en este aspecto era reducido, y con el paso a la democracia creció exponencialmente. Sin embargo, aquí entra la sinergia del poder. Como si de un coworking postfranquista se tratara, políticos, jueces, militares, policías y empresarios franquistas han generado una élite de poder cerrada que maneja a su antojo ante la pasividad de la sociedad. ¿Que los medios de comunicación empiezan a propagar ideas subversivas y libertarias? No pasa nada, los compramos todos, ponemos a amigos infiltrados como Ferreras a dirigirlos y ya está. Así es como hoy la libertad de prensa está en la UCI, dominada por dos grandes entidades que manejan la práctica totalidad de los medios. Y estos medios tienen mucho más poder del que creemos. Pueden llegar a hacerte odiar a los catalanes y creer que son el origen de todos tus problemas. Son tan poderosos que pueden llegar a absorberte el cerebro de tal manera que te duela mucho más un millón de euros gastados en mobiliario urbano quemado, que 60.000 millones de euros de dinero público regalado a la banca. 

Todo este proceso de “transición” se aceptó de buena voluntad por gran parte de la población, que veía como un éxito rotundo el acabar con una dictadura salvaje sin necesidad de regar el proceso con sangre. Lo entiendo perfectamente e imagino que de haberlo vivido también me alegraría. Pero el tiempo pone todo en su lugar, y hoy se hace evidente que esa transición no fue más que un lavado de cara para que las mismas élites siguieran ejerciendo el poder. “Hubierais ganado la guerra, rojos de mierda!”: puedo escuchar el argumento de algunos nostálgicos constitucionalistas que lean estas líneas retumbando en mi cabeza. 

Y volvemos a Catalunya y a mi interés por todo lo que aquí sucede, a pesar de no ser independentista. Toda la rabia que se está revelando estos días es en contra del estado postfranquista español, no de los españoles. Eso debe quedar muy claro. Exceptuando a algunos lunáticos (que los hay en todos los bandos), los catalanes no odian a los españoles. Odian a los fascistas y a sus defensores. Y yo también. Estamos hartos de este abuso de la élite resultante de la transición. Es el momento de pactar un nuevo modelo de sociedad, evolucionar y dejar atrás todo lo que tenga que ver con Paco y los Aguiluchos. Exhumar todo aquello que huela a dictadura, y no solo el polvo que quede en su tumba. Eso es lo que quiere la sociedad catalana, y por eso tiene mi apoyo.