Diario de viaje: riding Kerala (I)

Diario de viaje: riding Kerala (I)

No hay nada como la sensación de emoción cuando llegas al aeropuerto para comenzar un viaje en condiciones. Así como tampoco hay nada como la sensación de acojone e ira asesina cuando te dicen que no puedes embarcar. Me dirijo a Kerala, un estado al sur de la India, que me ha llamado la atención por ser el único estado comunista del país. También me llamó la atención a la hora de elegir destino el precio del billete (375€ i/v desde Madrid). El problema de las cosas baratas, es que a veces salen caras. Me explico: el vuelo en cuestión hacía escala en Jedda (Arabia Saudí) durante 12 horas y 25 minutazos. Una tortura, pero es lo que hay cuando vas justo para viajar. El caso es que al llegar a la ventanilla de facturación y entregar el pasaporte, la alegre empleada de Saudia me dice: “Ah! pues eres tú el que no va a poder viajar, me acaban de avisar”. Pánico. Resulta que en Arabia Saudí no se puede hacer escala de mas de 12 horas sin visado. Así que por esos 25 minutazos casi me quedo sin viaje. La única solución que encontré, después de cagarme en todos los muertos de TRIP.COM (web nada recomendable), fue cambiar el destino a Kozhikode, que aunque a mi me sonaba a plato típico japonés, resulta que era una ciudad al norte de mi destino original, Kochi. Aún así, escala larga en el aeropuerto de Jedda, sin duda el peor que he conocido. No es más que una sala abarrotada de gente por cada esquina, donde casi ni se puede andar.

Pues nada, ya llegué. Lo primero que sientes, pues lo que se suele decir: calor, mucha gente, mucho ruído, mucha gente, suciedad… miticadas que son en parte verdad, aunque Kerala en menor cantidad por lo que parece (es mi primera vez en India). La primera parada es en Malappuram, un pueblo que no destaca por nada en concreto. Yo fuí porque quedaba cerca del aeropuerto y no me daba la olla para ir hasta Kochi, que es a donde volaba en principio, y a 7 horas en bus, lo cual después de tanto vuelo no es aconsejable para el bienestar físico y psicológico. Lo primero que noto es que los keraleños son gente amigable y curiosa. Se te quedan mirando como si fueras de otro planeta, de arriba a abajo, y se ríen, o siguen caminando o paran a preguntarte. Esto se nota más en lugares donde no existe el turismo, como Malappuram. Dando un paseo por las afueras, un joven local se me acerca de buenas maneras y empieza a hacerme preguntas. Me dice que él vive allí, y que su sitio preferido está cerca, que me lleva a verlo que me va a gustar. Es un palmeral al lado de un río. Me dice que me siente con él y me toca la mano. Lo aparto, y él como sorprendido me hace amables gestos ofreciéndome sexo oral. Vaya vaya con las bienvenidas keraleñas… Me siento halagado, pero soy un amante del cortejo clásico y declino la oferta. 

Mi primer amigo en Kerala, en su sitio preferido...

Me retiro a mis aposentos con sentimientos encontrados, y por la mañana temprano cojo un bus a Fort Kochi. Aquí comienzo a comprobar la extraña forma de conducir (a ojos de un occidental) que tienen los indios. Pero vaya, que esto me da para otro post completo. Tras 5 horas llego a mi destino. Fort Kochi es una ciudad (mas bien una parte de la ciudad de Kochi) que tiene un encanto especial, detalle del cual te das cuenta nada mas llegar. No sabría muy bien decir la razón, pero se está a gusto. Miles de callejuelas por donde perderse, arquitectura colonial portuguesa, neerlandesa, mysora y británica, mezclada con un toque hindú comunista afrojamaicol. Tiene personalidad propia, quizás sea eso lo que atrae.

Una de las cosas que llama la atención es la amabilidad de la gente. Como en todos lados, hay de todo, y por supuesto que puedes encontrarte con ogros u otro tipo de especímenes a evitar. Pero en linea general, los keraleños son mucho más agradables que a lo que estoy acostumbrado. Siempre hay una sonrisa, o un momento para hablar o explicarte lo que sea necesario. También resulta chocante la seguridad que se siente. Las puertas siempre están abiertas, los cascos de las motos apoyados en el retrovisor y los niños juegan solos por las calles. Cosas que a un europeo le resultan tristemente distantes. 

Después de unos días de aclimatación me lanzo a lo que venía: alquilar la mítica moto india y recorrer todo el estado de Kerala. Las Royal Enfield son todo un clásico motero. La “Bullet” lleva en fabricación ininterrumpida desde 1948, y no encuentro cuantos millones de unidades lleva vendidos, pero deben ser un porrón porque aquí cada familia tiene una. Después de mucho regateo en varios locales de alquiler, consigo una por la mitad de lo que me habían dicho en un principio: 700 rupias/día (unos 8,5€). Es importante comparar y comprobar el estado de la moto antes de salir. Finalmente me decanté por otro modelo de la marca, la Thunderbird, que es muy parecida pero es más moderna, y sobre todo, frena mejor. La Bullet que probé (que era un poco antigua) frenaba como la bici de mi sobrina, y no quería arriesgarme. Viéndolo hoy me alegro enormemente, porque los indios conducen como putos degenerados y en varias ocasiones tuve que clavar frenos o hacer una gravesinha para evitar acabar con mis huesos por el asfalto. Arranco y me siento como Denis Hopper en Easy Rider. Pero se me pasa rápido, y muto en Pierre Nodoyuna de los Autos Locos. Lo de conducir aquí es una auténtica aventura.

Me voy acostumbrando, y llego a mi primer destino, la región de Munnar, salvando el desnivel de 1500 metros y quedándome impresionado por las increíbles e infinitas plantaciones de té. Hay otras opciones para recorrer la zona, pero creo que la moto es de largo la mejor. Puedes contratar un jeep con guía que te llevará a los sitios típicos, aunque es algo caro. También puedes hacerlo en tuk-tuk que es más barato, aunque también lento e incómodo. Sea como sea, lo bonito de esta zona es perderse. Hay miradores típicos, el museo del té y otras historias, pero sinceramente, son reclamos para turistas que no saben muy bien qué hacer. Con lo simple que es en esta zona perderse y disfrutar de cualquier rincón, creo que no vale la pena obcecarse en buscar lo que viene en las guías. Me hacía ilusión ver elefantes en libertad, pero no tuve suerte. Hay un par de sitios donde tienen elefantes en cautividad y puedes subirte y darles de comer y eso. No lo hagas. Caca. No seas cómplice de explotación animal. 

Recolectores de té en Munnar.

Desde Munnar sigo perdiéndome hacia el sur por carreteras secundarias, hacia el parque nacional de Periyar. El estado de estos caminos es por zonas bastante lamentable. A ello ha influido en gran medida las grandes riadas sucedidas en agosto de 2018, que fueron las más potentes del siglo y que dejaron más de 370 muertos en todo el estado. A pesar de ello, las vistas son espectaculares. Plantaciones de té verde chillón, palmerales infinitos, ríos serpenteando abriéndose paso entre las montañas… y silencio. Después de la locura de las zonas urbanas, pararse por aquí y tan solo escuchar a los pájaros es una sensación orgásmica. Continúo serpenteando, y en una curva el silencio se rompe. Un autobús a velocidad cósmica se abalanza sobre mi, ya que ellos no toman las curvas, sinó que van haciendo rectos para no perder tiempo. En milésimas de segundo mi cerebro razona: “a ver chicas, ¿es mejor un impacto frontal contra un autobús o aventurarse al arcén?”. Acto seguido me encuentro en la cuneta agazapado entre un mullido manto de piedras. Por suerte no me sucedió nada grave (mas allá de rasguños varios), y a la Royal Enfield menos. Están hechas para estas cosas. El autobusero por supuesto no detuvo su marcha, pero el jeep que iba detrás si. El buen hombre se reía, me dijo que era normal, que tenga cuidado con los autobuses (gracias por el consejo!). Me ayudó a levantar la moto, y seguimos ruta (con las manos un poco temblorosas eso si). 

Otra de las cosas que me llama la atención el gran número de iglesias en la zona y sus extravagantes formas, adheridas al llamado "modernismo híbrido”, que surge a raíz del establecimiento de la iglesia india posterior a la independencia. Este movimiento intentó diferenciarse del histórico estilo de construcción colonial, inspirándose en las tendencias del movimiento moderno de Le Corbusier, y llenando todo Kerala de curiosos edificios de colores chillones y rocambolescas formas cristianoides. Me arrepiento de no haber hecho más fotos de estas curiosas casas de Dios, pero es que la religión va en contra de mi religión. De todas formas ya se me habrían adelantado. Si os interesa el tema echadle un vistazo a la galería sobre este tema de la fotógrafa Stefanie Zoche de Haubitz-Zoche.

También llama la atención uno mismo. La gente no está acostumbrada a ver muchos occidentales por aquí, lo que unido a la innata curiosidad de los keraleños, hace que en todo momento la gente te mire, estudie y normalmente sonría o llame a alguien para poder comentar la jugada. Al principio hace gracia, pero llega un momento que agobia. En cada lugar que paras a comer o cada paseo por el pueblo se acaba convirtiendo en un “mira al blanquito!”. Y en próximas entregas, si es de vuestro interés, os contaré como sigue la historia hacia el Parque Nacional de Periyar.