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Lo del campo: del crimen ecológico al suicidio socioeconómico (pasando por el virus ultra)

El modelo agrario español está aquejado de una fractura estructural en la que las huidas hacia adelante no solucionan sus problemas, sino que los multiplican en un marco global de crisis ambiental.

Santos Inocentes
"En la melé de la protesta, da la sensación de que la mayoría de los participantes se creen que los problemas del campo afectan a todos por igual: empresarios grandes o pequeños, firmas exportadoras, organizaciones profesionales, sindicatos de regantes, autónomos y asalariados… y no"
Lo del campo: del crimen ecológico al suicidio socioeconómico (pasando por el virus ultra)

En realidad, nuestro campo debiera mirarse a sí mismo y reflexionar bien y rápido. Los tiempos son de crisis ecológica generalizada, y en este trance el agro es un importantísimo contribuyente a la terrible desolación ambiental y a la pobreza a término: es todo el modelo agrario el que ha de transformarse, con la vigorosa intervención del Estado y el abandono de muchos de los “principios esenciales” de la economía liberal; en primer lugar, la obsesión exportadora (con la “vuelta hacia dentro” de lo esencial de la producción de nuestro campo). No puede aceptarse que el agro actual se rija por un modelo que se empeña en ser dominante y exclusivo, negándose a reconocer que no tiene salida por esa vía: los manifestantes del 20 de marzo en Madrid tienen que pensar y actuar, tomándose muy en serio que ni son viables ni tienen futuro. Y si persisten en llevar su protesta hacia donde no es posible ya, que obtengan la respuesta que exigen.

Si no vuelven sus sentidos hacia las producciones ecológico-tradicionales, si no recuperan la sabiduría de sus (y nuestros) mayores, si no se rebelan contra los empresarios logreros y los exportadores sin escrúpulo (que exigen siempre mayor competitividad y mayor cuota en los mercados extranjeros), llevarán al país a muy serias encerronas.

Por eso, el campo es cada día más cosa de todos, y hay que señalar a sus principales protagonistas que llevan muy mal camino, implicándonos a todos en sus errores y obsesiones.

En la melé de la protesta, da la sensación de que la mayoría de los participantes se creen que los problemas del campo afectan a todos por igual: empresarios grandes o pequeños, firmas exportadoras, organizaciones profesionales, sindicatos de regantes, autónomos y asalariados… y no.

Esta falta de distinción y diferenciación entre clases, niveles y roles económico-financieros impide que se levante una verdadera reivindicación, que está ausente totalmente de los eslóganes y el “carnet de quejas” de los manifestantes: una reacción verdaderamente política y ecológica, que acuda a cambiar radicalmente el modelo productivo.

Si no surge desde el campo esa necesaria corriente transformadora, reivindicativa de verdad y alzada contra la situación generalizada de abusos y depredaciones, con enriquecimientos ilegítimos y pobreza rampante, poco podrá hacer la ciudadanía entera, tan afectada y alarmada por la mala marcha de las cosas.

El campo agoniza, también políticamente, porque los capitales y las técnicas, ferozmente intensivas, se recrean en el crimen ecológico y la muerte agronómica; y esto, que culpabiliza a nuestra gente del agro no obtiene más salida que la rabia, la violencia y la desesperación. En este momento, en el campo español sólo tenemos de positivo los esfuerzos de numerosos grupos y entidades que se empeñan en mantener —o más bien regresar a— la agricultura civilizada, ecológica, familiar, nutritiva y socialmente cohesionadora; pero la asfixia de la agricultura negra (y la ganadería parda) vienen impulsando la rabia ultra en una medida alarmante.

Se impone la revisión total de objetivos, con planificación estricta por los poderes públicos y obligación especial del Estado de planificar la estrategia alimentaria (no dejando a los intereses privados medrar en mercados internacionales, descuidando al país), sobre estas premisas:

  • Son las políticas industrialistas (originadas nada menos que en La Revolución Industrial) las que han ido arrinconando el campo económica, social y políticamente.
  • Es la depredación sistemática, de tipo industrialista, lo que humilla y arruina al campo, agotando con avaricia una fertilidad casi imposible de reponer. Se considera que el principio de los “rendimientos decrecientes” puede burlarse con tecnología y agresión al medio natural, lo que es una estupidez.
  • Es el desprecio a los límites, tanto ambientales como tecno-económicos, la ceguera y la obsesión por la rentabilidad y el beneficio social lo que, en realidad, ya no pueden continuar bajo este sistema y este modelo, siendo los resultados empresariales el efecto de un crimen contra la tierra, la vida y el trabajo humano, ya que se ignoran los costes ambientales.
  • Es la ausencia de un verdadero movimiento reivindicativo la auténtica y más profunda catástrofe del agro español. Que sea tanto político como ecológico, que remueva nuestros campos y nos recuerde las luchas de otros tiempos, eminentemente sociales, que ahora han de ser, también, ambientales. Porque esas siglas ASAJA, UPA, COAG, creadas para salvaguardar al medio rural y sus gentes, son ya espectros y funámbulos del agro español, enganchadas al sistema y encaminadas por la reacción y la bronca.

Por su parte, la PAC comunitaria, ideología perversa y engañosa, no ha hecho más que malear nuestra tierra, con sus pobladores, llevándolos a una encerrona de la que ya es muy difícil escapar. La vigencia y aplicación de la PAC ha reducido a mínimos la población activa agraria, y sigue haciéndolo ya que lo que pretende es que la restante sea productivista y competitiva, que es lo que lleva al abandono y la desertización social. Hay que dudar, radicalmente, de la posibilidad y conveniencia de reformar la PAC, ya que lo que se impone es la separación progresiva de las directrices agrarias comunitarias: el corsé aplicado desde Bruselas ha ido apretándose sobre nuestro agro mientras nos creíamos que era protección y subvención lo que nos proporcionaba (a cambio de someternos).

Quienes predijeron —y fueron muchos— el desastre que aguardaba a nuestra agricultura tras el ingreso en la Comunidad Económica Europea no llegaron a imaginar ni perfilar todo el daño que se produciría y las tragedias a esperar a manos de unas políticas meramente comerciales y productivistas, contrarias al campo y la calidad de vida, a la alimentación y la soberanía alimentaria (y nos creímos, ante el espejismo, que lo que sucedería era que nos modernizaríamos “por fin”).

Los eslóganes-amenaza de esos vociferantes de Madrid, tipo “Sin nosotros España pasará hambre”, no valen nada, pues son falaces: el campo sobrevive económicamente por la obsesión productivista y exportadora, que lo arrasa todo y a todos, no por su orientación a la autosuficiencia (ahora llamada “soberanía alimentaria”).

Los gritos y amenazas poco veladas hacia los ecologistas no sólo los causan el marcaje que estos hacen a un agro en vertiginoso proceso depredador, sino también la acusación de que esa agricultura es ineficiente a la par que tóxica, antisocial por más rentable que resulte, y sólo sostenible por cuanto no paga lo esencial de sus costes. Es también desde el mundo ecologista desde el que se les lanza la acusación, política y social, de que otra poderosa causa de rentabilidad falsaria (digamos, simplemente crematística) son los salarios de miseria y la humillación humana a que —en numerosas empresas y en muchos territorios— se somete a los trabajadores, especialmente los emigrantes, como ponen en evidencia las frecuentes intervenciones de la Guardia Civil liberando semiesclavos. Y sólo así es como salen las cuentas para los pocos beneficiarios del campo.

 

Artículo de Pedro Costa Morataelsaltodiario.com