El auge de los OTAN-bros: euroconformismo, belicismo y filtros burbuja
El consenso militarista dominante sobre la invasión de Rusia revela el putrefacto estado de la intelligentsia española en materia de política exterior. El discurso orwelliano de Josep Borrell sobre la “Europa geopolítica” muestra, en realidad, su absoluta irrelevancia y bloquea la aspiración soberana de los pueblos a vivir en un orden internacional más justo.
Artículo de Ekaitz Cancela - elsaltodiario.com
En un discurso similar a los pronunciados en vísperas de una acción trascendental, normalmente militar, y con el fin de preparar las expectativas para la respuesta de su país en Ucrania, Joe Biden se dirigió a la población estadounidense el 16 de febrero diciendo que no iba a “pretender que esto será indoloro”. Los servicios de inteligencia esperaban la invasión, y Estados Unidos se movilizó tanto para coordinar las inminentes sanciones al Kremlin como para preparar a la opinión pública de los países aliados. “Si la Unión Europea o la OTAN de verdad quisieran disuadir a Rusia darían una garantía de seguridad militar a Ucrania,” expresó José Ignacio Torreblanca, director del European Council on Foreign Relations, un día antes del ataque en Kiev. José Manuel Albares, ministro de Asuntos Exteriores, asumió la consigna y en una entrevista realizada por Enric Juliana, periodista de La Vanguardia, expresó que “España está por la línea de máxima firmeza ante Rusia.” Josep Borrell, alto representante para la Política Exterior de la Unión Europea, mostrando tintes de supremacismo, incrementó el tono para afirmar que “no enviar armas a Ucrania habría sido una inmensa hipocresía y un fallo histórico”. Mira Milosevich, investigadora del Real Instituto Elcano, también salió a la palestra de TVE para borrar de un plumazo cualquier atisbo de historia, la expansión militar hacia el Este, y matizando su no a las armas de 2015 indicó que “España está donde tiene que estar. Alineada con todos sus aliados. Quien está escalando militarmente es Putin y no los países que tratan de ayudar a Ucrania”. Finalmente, Daniel Gascón puso el broche en una tribuna orwelliana para El País: “El orden liberal se medirá por su capacidad de resistir”.
Los OTAN-bros han asaltado con tanta fuerza la esfera pública a izquierda y derecha del PSOE que resulta casi imposible abrir la portada de un gran medio de comunicación sin contaminarse de propaganda atlantista
La escalada de los discursos atlantistas en defensa del envío de armas a Ucrania por parte de España a la que hemos asistido durante las últimas semanas no tiene término medio: la clase intelectual dominante ha cerrado filas al unísono en torno a la solución final. Contemplamos el inicio de una política exterior cada vez más “social-militarista” que coarta cualquier esperanza de que las connotaciones imperiales contenidas en la idea de la nación española puedan transitar hacia su transformación en líneas democráticas, más orientadas hacia el Sur. Encierra a la izquierda en una trampa mortal, el imaginario político de la Guerra Fría, donde no hay alternativa a la globalización neoliberal. En este escenario, la denominación clásica de “idiotas útiles” acuñada por Vladímir Ilich Uliánov (Lenin) se ha quedado obsoleta a la hora de caracterizar a los voceros que han saltado a la arena mediática para expresar públicamente sus filias aznaristas. Lo que podríamos denominar como OTAN-bros –euroconformistas sectarios que se comportan como esos jóvenes expertos en especular con criptomonedas y en difundir una ideología determinada sobre estas tecnologías– ponen rostro a la doctrina de Washington, aunque en un momento histórico mucho más delicado para la Unión Europa.
En esta guerra, como en cualquier otra, muchos periodistas líderes de opinión se han mostrado como lo que son: bustos parlantes de la ideología dominante. Si bien la intensidad en el tono se ha rebajado, los OTAN-bros han asaltado con tanta fuerza la esfera pública a izquierda y derecha del PSOE que resulta casi imposible abrir la portada de un gran medio de comunicación o hacer scroll en las redes sociales sin contaminarse de propaganda atlantista. Y lo que es peor, en apenas unos días, la escalada militarista ha dado lugar a la introducción de una segunda categoría analítica: la imposición de un dogma económico, similar al que introdujo la Escuela económica de los Chicago Boys en Chile (Juan Gabriel Valdés, 1995), para desplazar los costes de la guerra hacia los estratos sociales más pobres. Ambas estratégicas, económico y política, son centrales para entender el capitalismo contemporáneo. La izquierda debe tomar cuenta de ello para encontrar posiciones anti-sistémicas.
A esta breve definición, Nora Miralles agregaba una categoría sociológica determinante en un informe sobre cómo la promoción de las masculinidades hegemónicas suele desembocar en el aumento de la violencia. Los OTAN-bros serían “la extensión del corporativismo propio de las masculinidades militarizadas y extendidas hacia civiles para legitimar la violencia contra otras identidades”, según la investigadora feminista en seguridad y derechos humanos. Esta idea nos permite entender que la “devaluación del valor de la vida” no solo ocurre en Rusia, sino que la retroalimentación de la violencia propia del clima bélico encuentra su perfecta expresión en la llegada de Vox al gobierno de Castilla y León, pues allí se ha firmado imponer mecanismo de control sobre mujeres, niños e identidades sexuales y de género no hegemónicas.
Por lo tanto, los “superhombres” y –en ocasiones, mujeres– que aparecen en los horarios de máxima audiencia se caracterizan porque no son capaces de validar su poder a través de narrativas plausibles sobre un futuro cercano deseable. La guerra es una expresión de su falta de imaginación, la alusión a las armas una forma de ocultar otras herramientas políticas. ¿Cuáles son los tres discursos, narrativas y marcos principales que se tratan de afianzar como sentido único?, ¿qué dinámicas sistémicas existen de fondo? Ambas son preguntas pertinentes, pues los OTAN-bros han demostrado una enorme capacidad de movilización tanto de la opinión pública como publicada, y dotes de convicción elevadas sobre el Gobierno más progresista de la historia para participar en esta guerra.
La geopolítica de Schrodinger
La primera característica que define a los OTAN-bros es su absoluto desprecio por las dinámicas geopolíticas en curso, la ausencia de todo pensamiento histórico y el negacionismo sobre los conflictos actuales, expresión de las brechas más profundas tanto en el orden internacional como en la ecúmene europea. Ante la complejidad de la situación, la ideología oficial decreta cerrar filas de manera improvisada con la entrega de armas a Ucrania sin ponderar de manera sobria el escenario inmediatamente posterior, con toda seguridad de espíritu autoritario y militarista, o cuál debería ser la posición colectiva de Europa – y de España como miembro destacado de esta– para evitar la espiral de una escalada bélica entre potencias nucleares.
Ahora toda la responsabilidad para alcanzar la paz está en China, lo cual confirma el fracaso geopolítico de los países europeos
En un enorme tirabuzón intelectual, además, los OTAN-bros apelan elocuentemente a la desgastada idea de los valores ilustrados para justificar la adopción de posicionamientos militares. Pareciera como si el moribundo proyecto de integración comunitaria requiriera de una guerra para mostrarse como un ente vivo y en plena forma. Josep Borrell se refería a la “Europa geopolítica”, siguiendo la línea marcada por el Cidob desde Catalunya, y afirmaba que “la guerra de Rusia ha despertado a un gigante dormido, uno que está totalmente comprometido a apoyar una Ucrania libre”. Torreblanca, en apenas dos semanas, pasaba de advertir sobre una “Europa, atacada” desde su tribuna en El Mundo hasta anunciar “el renacer de la política exterior y de seguridad de la Unión Europea”.
Más allá de la plétora de artículos que siguen este “modelo euroconformista”, brillantemente enunciado por Perry Anderson en el El nuevo viejo mundo, lo cierto es que España ha renunciado a cualquier rol de intermediación diplomática, reduciendo el diálogo con Vladimir Putin a un par de fotos virales de Emmanuel Macron. Ahora toda la responsabilidad para alcanzar la paz está en el país de Xi Jinping, lo cual confirma el fracaso geopolítico de los países europeos, que se diluyen como ala transatlántica del hegemón nortemericano, en un declive que solo sostiene el dólar, mientras que Rusia se pega aún más a la potencia en auge.
De fondo, algo más preocupante: presentar la solución final militar como la única manera de generar consensos en torno a la integración europea choca directamente con la génesis de la Comunidad Económica Europea, creada por el Tratado de Roma de 1957: la idea de que la apertura de los mercados y el flujo de mercancías traería de manera natural una situación de paz en el Viejo Continente. En aquel momento, toda intervención política en el orden internacional quedó desechada, y la globalización se presentó como una herramienta que por sí misma traería prosperidad al mundo. Esta ficción ha quedado desmontada, y ahora podemos contemplar nítidamente que hemos externalizado nuestra política de defensa a Estados Unidos, así como la política industrial a los productores alemanes.
En este contexto, y así de obscena es la ideología hegemónica en Bruselas, la única muestra de soberanía política tolerable para la Unión Europea en esta suerte de globalización neoliberal es la política de seguridad y defensa. ¿Control de capitales, soberanía monetaria, planificación industrial o la dirección del Estado sobre la economía para crear mercados internos en el siglo XXI? Nada, solamente intervenciones políticas sobre escenarios bélicos; keynesianismo militarizado, dicho de otro modo. Así se expresa el nuevo sentido común de la época, repetido hasta la saciedad por Borrell.
Delirios neocón
Ello nos lleva a la segunda característica de los OTAN-bros, su profundo carácter reaccionario: esta subjetividad analiza sensorialmente el mundo como un lugar caótico, el cual necesita de orden y autoridad para que las democracias liberales no fracasen. Esta era la idea central de Samuel P. Huntington en “La Gobernabilidad de las Democracias”, publicado en 1976 por la Comisión Trilateral. Haciendo alusión a un lenguaje muy similar, Borrell afirmó recientemente que “los europeos vivimos en un jardín y el mundo es una jungla. Para que la jungla no se coma el jardín, hay que espabilar”. Esta afirmación es reaccionaria porque mira al pasado, la visión exterior estadounidense del mundo libre implantada tras los atentados del 11 de septiembre, para recuperar la fallida estrategia para un nuevo siglo americano (ahora también europeo) que libere a los pueblos del mundo de la tiranía de los gobernantes autoritarios. Resultará de interés apreciar que el militarismo desenfrenado de 2001 tampoco toleraba la disidencia. Por eso, el fervor patriotero y el marco instaurado sobre la nación española insiste en que las críticas a la política exterior occidental equivalen a poco más que traición de Estado. Así se lo recriminaron periodistas como Manuel Jabois al otrora vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias.
Buena parte de los posicionamientos periodísticos, si bien menos pasados de rosca, comparten, además, una visión unidimensional sobre Europa del Este: las viejas dicotomías del Occidente libre frente al Oriente autoritario impiden comprender el significado de la guerra e imaginar nuevas solidaridades. Por otro lado, el marco neocón no entiende de las experiencias y el lenguaje racializado, el privilegio blanco de algunos ucranianos o la creación de jerarquías sociales sobre qué ciudadanos son dignos de compasión (Estados Unidos fue el primero en repatriar a su población, mientras que España no tardó en seguirle) y cuáles no. A este respecto, la anunciada a bombo y platillo diplomacia liberal europea —o la famosa unidad del Gobierno— se expresa bien en Fernando Grande-Marlaska, quien en medio de la acción europea ha defendido a los agentes policiales en la frontera mientras colectivos humanitarios pedían investigar “excesos policiales” en la valla de Melilla. Dicho llanamente, esta es basura racista de la peor calaña y es propia de una subjetividad colonial tan represiva, aunque algo más arcaica, de la que hace gala Estados Unidos en la frontera con México.
La política común de seguridad y defensa de la Unión Europea se lanzó en la década de 1998 como una búsqueda de “autonomía”, aunque más de 24 años después sus esfuerzos no hayan logrado ninguno de los grandes objetivos propuestos
Por último, los OTAN-bros no solo manifiestan delirios neoconservadores, sino que han seguido su hoja de ruta ideológica y reproducido al dedillo los dos eslóganes principales de Ronald Reagan para garantizar la seguridad nacional. De un lado, las televisiones han prestado el conflicto como una lucha entre la democracia liberal y el totalitarismo comunista, donde Vladimir Putin y Pablo Iglesias se asociaban en prime time sin mucho pudor (ni siquiera Fedérico Jiménez Losantos, vocero neocón old school, se ha atrevido a ir tan lejos). De otro, los editoriales de los periódicos indicaban que preservar la paz solo puede lograrse mediante “el envío de material de guerra”, legitimando que el poder militar es un elemento crucial en la efectividad de la diplomacia. ¿Acaso puede la socialdemocracia hablar de progreso cuando ha retrocedido a la escena de las Azores, donde José María Aznar Aznar y George W. Bush pusieron el sello neocon al hijo político de Margaret Thatcher, la Tercera Vía de Tony Blair?
¿Seguridad = soberanía?
Y no es solo que los OTAN-bros otorguen un uso prioritario a la categoría “seguridad nacional” respecto a cualquier otra consideración, como conceptos menos bregados en la ortodoxia de las relaciones internacionales: la justicia global o la cooperación altruista entre países para fomentar relaciones basadas en algo distinto a formas modernas de colonialismo, como ha dejado entrever Borrell con el giro hacia África post-invasión. Los académicos que han estudiado Europa del Este también nos han recordado que los OTAN-bros guardan silencio sobre las fuerzas globales que azotan a cualquier región del mundo debido al fracaso de sus ideas: el capitalismo neoliberal, el autoritarismo patriarcal y otras formas de sexismo, racismo y migración global que están profundamente enredados en las raíces de esta guerra.
Además, la intelligentsia europea ha utilizado este concepto para imponer la idea orwelliana de que la única forma de soberanía nacional es la vinculación sin ambages a la OTAN. Pero, como bien sabe Europa, la seguridad nacional crea la necesidad de protección y por ende la externalización de dicha soberanía. Esta es una evidencia desde que Pedro Sánchez, de manera paradigmática, renunciara al concepto de “soberanía digital” en una conferencia conjunta con el líder portugués António Costa para hablar en su lugar de “autonomía estratégica”, procedente de la lingüística militar. Recordemos que la política común de seguridad y defensa de la Unión Europea se lanzó en la década de 1998 como una búsqueda de “autonomía”, aunque más de 24 años después sus esfuerzos no hayan logrado ninguno de los grandes objetivos propuestos. Por eso, las voces conservadoras señalan que la única forma de soberanía es atar la política económica, la política exterior y la política militar al comercio con las empresas estadounidenses y a la participación en instituciones internacionales que controla Estados Unidos, como la OTAN. Más que un “super Estado fallido”, como decía Mike Davis, Europa se parece cada vez más al muro de contención comercial de Washington con el Kremlin: sus fronteras pueden estar a salvo gracias a Estados Unidos, pero los estratos menos pudientes de sus poblaciones son las primeras en pagar las consecuencias de la guerra.
Poco importa si la guerra no ataja la fragmentación existente en el orden mundial, o si ha desplazado a la antigua potencia europea hacia un lugar aún más subalterno en este escenario geoeconómico: la única soberanía posible es rendir pleitesía al guardián de nuestras fronteras. A este respecto, las consecuencias reales de seguir los postulados norteamericanos aún están por ver, pero nadie duda de que Alemania está a los mandos de la economía y la coalición europea se someterá a sus designios soberanos. Aún no sabemos si cortará el grifo del gasto público para pagar los 100.000 millones destinados a defensa o si la estabilización de las finanzas públicas en el centro sucederá a base de asfixiar a los socios del sur. No obstante, la hora de ruta macroeconómica viene deletreada de pe a pá desde el Bundestag en Berlín: quienes tendrán que atarse el cinturón serán los pobres de las periferias. La responsabilidad de la crisis ha sido desplazada hacia esos individuo (mediante el aumento de precio sobre el consumo de recursos básicos, como la energía, que nos impide poner la calefacción) y los discursos socialdemócratas sobre la “moderación salarial” amenazan con echar por tierra el trabajo de los últimos dos años en materia laboral. ¿Acaso eso es soberanía?
Apenas existen argumentos racionales en los programas de máxima audiencia, ni mucho menos una esfera pública deliberativa, sino una imposición de arriba hacia abajo de los dogmas de Washington
Junto al problema político procedente de haber hipotecado nuestras vidas a la militarización yanqui, se encuentra la delegación sobre política industrial a los intereses espurios de una mix capitalista compuesto por grandes empresas alemanas y nacionales. La muestra más obscena ha sido la visita a España de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Allí otorgó la bendición a Pedro Sánchez por enviar materiales a Ucrania y le pidió que contribuyera a reducir la dependencia europea (alemana) sobre los combustibles fósiles rusos (los 12,4 billones de metros cúbicos de gas españoles proceden de Argelia y Libia). Apenas 24 horas después el presidente llamó a su homólogo argelino para expresar su agradecimiento por la “alianza fiable” y el deseo de reforzar la relaciones entre los dos países. Ahora bien, ni aunque el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico destine todos los fondos europeos a esta hazaña podrá afrontar la falta de bombeo del gasoducto Sonatrach-Naturgy, poner sobre la mesa la desregulación del sector energético, la verdadera lacra para la soberanía energética española, o que el país no posee la más mínima capacidad de alterar la senda de sus políticas climáticas. Tampoco puede reducir la dependencia del gas porque no existe voluntad de reducir el consumo.
A este respecto, estaría bien que los representantes de los partidos verdes españoles explicaran cómo encaja esta estrategia con sus demandas “para garantizar la soberanía energética del país”, a cambio de apoyar el envío de armas. Desde luego, las empresas públicas de energía nunca serán la prioridad de este Ejecutivo, ni la crisis de suministro han abierto suerte alguna de ventana de oportunidad para iniciar su nacionalización. Más bien para todo lo contrario: el aumento de la tensión bélica reforzará el sector armamentístico español y los grandes capitalistas nacionalistas. Por un lado, el Gobierno de Pedro Sánchez, tras anunciar la compra de un 10% adicional del capital de Indra, hasta alcanzar el 28% del accionariado, ha propuesto a Telefónica y a Criteria Caixa tomar una participación en el capital para formar un núcleo duro que permita tomar el control ejecutivo y poner en marcha un plan estratégico centrado en el sector aéreo y de defensa. Por otro lado, Telefónica entra en el sector de la energía de la mano de Repsol, dotando de placas solares de autoconsumo a los hogares españoles mediante una empresa conjunta.
Redes sociales, hacia una OTAN informativa
El último rasgo definitorio de los OTAN-bros puede resumirse en su total desprecio hacia las “buenas libertades” de las que hablaba Karl Polanyi, como la libertad de información. Apenas existen argumentos racionales en los programas de máxima audiencia, ni mucho menos una esfera pública deliberativa, sino una imposición de arriba hacia abajo de los dogmas de Washington. Estos se transmiten como una correa de transmisión desde la Secretaría de Estado de Estados Unidos hacia los think tanks atlánticos, quienes esparcen las ideas en los medios de comunicación norteamericanos, los cuales consultan todas las mañanas los periodistas patrios, analistas en relaciones internacionales y fellows de los centros de estudios para saber cómo responder a la batalla ideológica que tiene lugar en los programas de máxima difusión en radio y televisión españoles. Estos argumentos se han tallado en el cerebro de tuiteros, columnistas, opinólogos y comentaristas progresistas cancelando la posibilidad de debatir sobre las condiciones de posibilidad que garanticen cierta neutralidad diplomática a la hora de lidiar con la situación; o mejor dicho, la no alineación, como hicieron los países del Sur que se organizaron durante la Guerra Fría para crear un orden alternativo al que fomentaban tanto Estados Unidos como la Unión Soviética. Se ha perdido, por tanto, la oportunidad de que un país (España) sin ninguna relación con Rusia más allá de la financiación procedente de este país a los movimientos sociales y políticos españoles abiertamente ultraconservadores, abandere “los principios de no injerencia y coexistencia pacífica que caracterizaron al movimiento de los países no alineados”, apuntaba David Adler.
La posición de los países no alineados se inspiraba en la creación de sistemas de información y comunicación soberanos, junto a agencias de prensa e infraestructuras mediáticas. Ello es aún más crucial ahora que se ha producido la ruptura de internet en indio-europa. Y la cuestión es incluso más rocambolesca: no solo se ha censurado el acceso a una de las partes del conflicto, sino que se ha reforzado el rol de las empresas de tecnología estadounidenses, ampliamente conectadas con el servicio de inteligencia. Google, Facebook y Twitter han cancelado, a petición de la Comisión Europea, los canales de Russia Today y Sputnik, eliminado la posibilidad de financiación a estos medios de comunicación y bloqueado su búsqueda en internet, pero sobre todo han adquirido un papel aún más central en la dieta informativa de los ciudadanos occidentales.
La forma de poder blando que hemos otorgado a las plataformas digitales determinará cualquier debate político futuro, pues sus algoritmos y cajas negras han demostrado estar al servicio de Estados Unidos
Mismamente, al eliminar el caché histórico de RT, Google ha censurado las entrevistas con William I. Robison sobre el “estado policial global” que se nos viene encima, un concepto para “especificar cómo las dimensiones económicas de la transformación capitalista global se cruzan de nuevas maneras con las dimensiones políticas, ideológicas y militares.” ¡La transformación en líneas bélica del orden internacional no es solo una cosa de Rusia!
Desde hace años, la manera en que se ha lidiado con los problemas de la desinformación ha sido buscar enemigos morales en Rusia, por ejemplo, haciendo coincidir el éxito del Procés en redes sociales con una conspiración nacida desde el Kremlin. En ningún momento se ha puesto sobre la mesa que el problema fuera el modelo epistemológico presente en estas plataformas (“cuanto más clicks más dinero”, esa es la fórmula secreta de la ‘verdad’). Esta forma de poder blando que hemos otorgado a las plataformas digitales determinará cualquier debate político futuro, pues sus algoritmos y cajas negras han demostrado estar al servicio de Estados Unidos. Cuando en unos años salgamos de la ensoñación y contemplemos las dinámicas autoritarias que sedimentan el mundo occcidental, parafraseando a Jean Baudrillard, algunos OTAN-bros dirán que “la guerra en Ucrania no ha tenido lugar.”
Por último, las quejas hacia las plataformas digitales por su papel en los procesos electorales de Estados Unidos y Reino Unido han desaparecido en el mismo momento en que se han comportado como las supuestas democracias liberales requerían. Esto es peligroso: no podemos olvidar el acuerdo que Facebook firmó con el Atlantic Council para “prevenir” que su plataforma fuera utilizada con fines de manipulación electoral tras el escándalo de Cambridge Analytica. El lobby financiado por compañías armamentísticas publica con frecuencia informes divulgando los méritos de la OTAN, cuenta en su consejo asesor con el expresidente neocon José María Aznar y ha tenido acceso a información que Facebook había negado a académicos y expertos independientes. Más allá de que el Atlantic Council fuera el think tank que llevó a cabo los estudios conspiranoicos sobre bot rusos que El País publicó cuando David Alandete hacía las tareas de director adjunto del periódico e Ignacio Torreblanca la de director de Opinión, la realidad es que esta obsesión mediática ha tenido enorme consecuencias: Meta Platforms Inc (FB.O) anunció hace unos días que permitirá a los usuarios de Facebook e Instagram llamar a la violencia contra la población y los soldados rusos. Este es un cambio notable en la política de moderación del contenido en esta plataforma, cada vez más abierta a la incitación al odio. Al mismo tiempo, la red social ha permitido los elogios hacia el Batallón Azov, una unidad militar neonazi ucraniana a la que previamente se le prohibió ser discutida libremente en la plataforma por ser considerada como una “organización peligrosa.”
¿Cómo es posible que ninguno de los supuestos portadores de la verdad en la izquierda sea capaz de problematizar el rol de las plataformas en esta guerra? La izquierda debiera oponerse a esta injerencia, pues en unos años puede ser víctima de este consenso epocal, y plantear plataformas tecnológicas soberanas para la comunicación, sistemas cibernéticos capaces de promover la autoorganización de la información y cualquier otra intervención política democrática, contraria a la Doctrina Borrell, quien recientemente anunció un mecanismo dictatorial para sancionar a medios implicados en campañas de desinformación.
Adam Smith en La Moncloa
Para entender el problema que se avecina para las fuerzas progresistas no hace falta haber leído a Giorgio Agamben durante la pandemia: cuando quieran salir del estado de excepción inaugurado por la posición atlántica en esta guerra, no podrán si no pasar a formar parte del bastión moderado de la gran coalición que está emergiendo. La nueva socialdemocracia es a la guerra lo mismo que fue la vieja socialdemocracia para el neoliberalismo, su fuente de legitimación y facilitador intelectual orgánico. Claro que hemos de imaginar posiciones que vayan más allá del “no a la guerra” y plantear un orden internacional alternativo, pero los discursos de los OTAN-bros son enormemente poderosos a la hora de alimentar el belicismo y defender la escalada de violencia. ¿Alguien imagina, y es posible técnicamente, usar herramientas digitales para organizar debates colectivos sobre ello? Urge que la ciudadanía encuentre representación fuera de los platós de La Sexta.
Por último, cabe recordar de nuevo que el alarde de heroísmo nostálgico que vemos en las televisiones trata de ocultar las brechas europeas y meterlas debajo de la alfombra de la invasión rusa sobre Ucrania. Cuando las aguas del mar Caspio se calmen, la UE seguirá siendo una potencia colonial venida a menos, a la que solo queda refugiarse en el paraguas militar de su hermano mayor, un hegemón en caída libre que sólo se sostiene gracias al dominio sobre el dólar. Como hemos visto estos últimos días, cuestiones como la llegada de refugiados, el calentamiento global o el resto de cuestiones sistémicas que afectan al orden internacional seguirán allí. Dado que el discurso belicista y apelar a la “civilización” contribuirá a que las fuerzas autoritarias adquieran más legitimidad a la hora de solucionar los problemas comunitarios, quizá debamos recurrir a nuestros recuerdos sobre el socialismo en Europa del Este –que ahora es multicultural, feminista y antirracista– para exigir el fin del dominio de los oligarcas, pero también de la globalización neoliberal.
Alguien como Adam Smith, leído desde las lentes de Giovanni Arrighi, nos permite argumentar sobre la reordenación del orden internacional desde una base popular y la participación democrática. También proponer un sistema que permita a la UE acercarse a China, quien a su vez puede atraer a Rusia, para contribuir al surgimiento de una mancomunidad de civilizaciones verdaderamente respetuosas con las diferencias culturales y los derechos de los demás. Deberíamos hacer todo lo posible para decretar el fin del colonialismo e iniciar un debate geopolítico de primer orden, recordando las luchas nacionales de liberación que alumbraron al movimiento de los países no alineados. Ello debiera inspirar un verdadero alarde de socialismo internacionalista, donde la transferencia tecnológica para el desarrollo económico y político de cada territorio soberano fuera más importante que el libre flujo de armas.
“Los nativos de esos países [refiriéndose a los países colonizados de las Indias Orientales y Occidentales] pueden fortalecerse, o los de Europa debilitarse, pero los habitantes de todas las partes del mundo deben llegar a esa igualdad de coraje y fuerza que, inspirados por el temor mutuo, es lo único que puede vencer la injusticia de naciones independientes para respetar los derechos de los demás”. Queridos nostálgicos del orden liberal, esa afirmación está en la página 141 de La riqueza de las naciones, publicada originalmente en 1776.