España abre el melón de la sostenibilidad de la producción cárnica

El pasado 7 de julio el ministro de Consumo, Alberto Garzón, publicaba en Twitter un video en el que recomendaba a los ciudadanos que comieran menos carne. La campaña, enmarcada bajo la etiqueta #MenosCarneMásVida, busca “concienciar a los ciudadanos sobre los efectos del elevado consumo de carne en la salud y la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero que provoca la ganadería intensiva”. Las declaraciones levantaron una gran polvareda entre los sectores más "tradicionalistas" del Estado, e incluso el presidente del Gobierno Pedro Sánchez lanzó el siguiente mensaje: “A mí donde me pongan un chuletón al punto, eso es imbatible”. Este caso es uno de los ejemplos de un debate muy necesario que tiene en su centro cuestiones como la sostenibilidad ambiental, la salud pública, el bienestar animal e incluso la distribución justa de la riqueza.

“Qué pasaría si os dijera que el consumo excesivo de carne perjudica nuestra salud individual y también la del planeta”. Así comienza el ministro de Consumo, Alberto Garzón, el polémico video que ha recibido duras críticas por parte del sector ganadero y el aplauso de aquellos que creen que la industria ganadera necesita una reforma de calado. “Estoy preocupado […]. Sin planeta no tenemos vida, no tenemos salarios y no tenemos economía. Y nos lo estamos cargando. En una de las partes en la que nos los estamos cargando tenemos incidencia directa. Podemos cambiar nuestra dieta y mejorar el estado del planeta”, continúa.

Según los datos que cita Garzón de la Organización de las Naciones Unidas Para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en el vídeo, el Estado español es uno de los países que más carne consume de la Unión Europea. Los últimos datos emitidos por el Ministerio de Agricultura afirman que se ha constatado un aumento del 10,5% en 2020 del consumo de carne en los hogares, siendo la categoría en la que más se gasta (aproximadamente el 20% del presupuesto para alimentación). El consumo per cápita se acercó a los 50 kilos anuales y cada habitante del Estado gastó de media 350 euros en carne.  Al respecto, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) subraya que el consumo de carne debería de rondar entre 200 y 500 gramos semanales pero que los ciudadanos del Estado lo doblan consumiendo de media 1 kilogramo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) también ha recomendado en varias ocasiones reducir el consumo de carne roja y procesada.

El ministro afirma que en el Estado español “cada año se producen 7.6 millones de toneladas de carne que suponen el sacrifico de 70 millones de animales”. Subraya que el Estado es “uno de los principales productores de porcino y vacuno de la Unión Europea, y el primer productor de ovino y caprino”. Al final del video defiende que “no todos los tipos de ganadería son iguales” y que la “extensiva es mucho más sostenible que las grandes macro granjas: ayuda a enriquecer suelos, prevenir incendios y crear puestos de trabajo”.

Intensiva VS extensiva

Al respecto, es importante subrayar las diferencias que existen entre la ganadería intensiva y extensiva. Se trata de dos modelos totalmente opuestos de producir carne. Por un lado, están las explotaciones intensivas que son macro granjas donde viven miles de animales, sin moverse y con un elevado sufrimiento. Se les medica en exceso y se les explota al máximo. Hay pocos trabajadores debido a la automatización y tampoco producen riqueza en el territorio. Los beneficios se las llevan las empresas que gestionan estas macrogranjas. Por otro lado, tienen un impacto ambiental muy importante que se traduce en contaminación de acuíferos, emisiones de gases de efecto invernadero, consumo excesivo de agua, etc.

En el lado opuesto está la ganadería extensiva, es decir, la ganadería tradicional en la que los animales pastan en libertad. El animal vive en armonía con la naturaleza y la carne es de mucha más calidad, puesto que sus condiciones de vida son mucho mejores y no recibe apenas medicamentos. Además, la ganadería tradicional permite tener los montes limpios, reduciendo los incendios, así como también mejora la fertilidad de los suelos y fomenta el empleo local y de calidad, ya que son cientos de pequeñas explotaciones las necesarias para tener el mismo número de animales que una macrogranja.

Las ventajas para la sociedad de la ganadería extensiva (tradicional) sobre la intensiva (macrogranjas) son evidentes e incontestables. Y sin embargo, son las macrogranjas las que están acaparando cada vez más el sector. Por ejemplo, mientras que la producción porcina ha aumentado en el Estado español, cada vez cierran más granjas familiares. Así lo asegura el informe "Sector de la carne de cerdo en cifras", editado por el Ministerio de Agricultura: "El sector ha experimentado una considerable reestructuración durante los últimos años, con un notable descenso en el número total de granjas durante los últimos 13 años, centrado en las explotaciones de menor tamaño, unido al incremento de la producción y censo ya referido anteriormente". 

La caverna saca la artillería

Como vemos, el centro del debate no se reduce tanto a comer carne o no, sino sobre la cantidad que comemos y el tipo de carne que producimos. En este último punto es donde nos encontramos con la clave de la cuestión. Los datos confirman que la ganadería intensiva (las macrogranjas) es mucho más perjudicial en casi todos los aspectos: contamina mucho más, la carne es de peor calidad y menos sana, los animales sufren continuamente y no ayuda a generar puestos de trabajo en el rural. Sin embargo, tiene un gran punto "a su favor": permite la concentración de riqueza en pocas manos. El dueño de una macrogranja consigue unos beneficios enormes, mientras que el dueño de una pequeña explotación intensiva no se va a hacer nunca rico. Quizás por esta razón muchos de los representantes políticos y mediáticos de aquellos que acaparan la mayoría de los beneficios del sector hayan salido en tromba a criticar la osadía del Ministro de Consumo bajo el lema #YoComoCarne:

 

 

Dejar de comer carne tampoco salvará el planeta

Para algunos expertos en la materia, dejar de comer carne "no es la panacea" que describen muchos medios, activistas y ONGs. Al respecto, el investigador brasileño André Mazzetto, de la Universidad de Bangor en Gales, afirma lo siguiente: "Si realmente quieres tener un impacto significativo en el ambiente debes volar menos en avión, usar vehículos más eficientes y transporte público, y aislar de forma más eficiente tu casa. Eso tendrá un mayor impacto que dejar de comer carne".

Por su parte, el investigador estadounidense Frank Mitloehner, profesor de ciencia animal y calidad de aire en la Universidad de California, Davis, asegura que "dejar de comer carne no salvará el planeta". En 2018 publicó un artículo en el medio The Conversation con el título "Si, comer carne afecta al medio ambiente, pero las vacas no están matando el clima". Según Mitloehner, "existen muchas razones para optar bien por consumir proteínas animales o bien por elegir un menú vegetariano. Sin embargo, la renuncia a la carne y sus derivados no es la panacea para el medio ambiente, como muchos nos quieren hacer creer y, llevada al extremo, también puede producir consecuencias nutricionales negativas".

El impacto del cambio climático en nuestro planeta es alarmante. A medida que los efectos nocivos se han intensificado, la carne se ha convertido en un objetivo público. Cada día más gente aboga por comer menos carne para salvar el medio ambiente. Algunos activistas, incluso, proponen ponerle un impuesto para reducir su consumo. Argumentan que la producción genera más gases de efecto invernadero que todo el sector del transporte. Sin embargo, esta afirmación es falsa, pero la persistencia de este idea lleva a suposiciones inexactas en relación con el consumo de carne y el cambio climático - Frank Mitloehner

Un estudio de 2017 (White and Hall) estimó que si todos los estadounidenses dejaran de comer carne las emisiones de gases de efecto invernadero del sector de alimentos en ese país caerían solo un 2.6%. Según Mitloehner, de acuerdo a la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, las mayores fuentes de gases de efecto invernadero de este país en 2016 fueron la producción de electricidad (28%), el transporte (28%) y la industria (20%). La agricultura representó un 9% y la producción animal menos de la mitad de esta cifra (3.9%).

"¿Por qué se ha llegado entonces a esa conclusión?", se pregunta Mitloehner. La respuesta es la siguiente:

En 2006, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) publicó un estudio titulado "La larga sombra del ganado: problemas ambientales y opciones". El informe, que atrajo la atención internacional, afirmaba que la ganadería producía un asombroso 18% de los gases de efecto invernadero en todo el planeta. La agencia llegó a una conclusión sorprendente: el ganado hacía más daño al clima que todos los tipos de transporte juntos. 

Esta afirmación es falsa y fue desmentida por Henning Steinfeld, el autor principal del informe. El error residía en que los analistas de la FAO llevaron a cabo una evaluación integral del ciclo de vida para estudiar el impacto climático de la crianza del ganado, pero a la hora de analizar el transporte emplearon un método diferente.  Para el ganado, la FAO tuvo en consideración todos los factores asociados a la producción de carne, entre los que se encuentran las emisiones generadas por la elaboración de fertilizantes, la conversión de bosques en pastos, el cultivo de pienso y las emisiones que provienen de los animales (eructos y deposiciones) desde su nacimiento hasta su muerte. 

Sin embargo, cuando analizaron las emisiones de carbono producidas por el transporte ignoraron los efectos sobre el clima que provienen de la fabricación de materiales y piezas de los vehículos, el ensamblaje de los mismos y el mantenimiento de carreteras, puentes, aeropuertos y otras infraestructuras. En su lugar, solo tuvieron en cuenta las emisiones de coches, camiones, trenes y aviones.

 Como resultado, la comparación que hizo la FAO de las emisiones de gases de efecto invernadero entre ganadería y transporte estaba completamente distorsionada. [...] La FAO reconoció inmediatamente su error, pero desgraciadamente la afirmación inicial de que la ganadería producía el mayor porcentaje de gases de efecto invernadero ya había recibido una gran cobertura por parte de los medios. Todavía hoy luchamos para demostrar que no es así - Frank Mitloehner