Seguridad VS democracia en tiempos del coronavirus (parte I)

¿Cuáles son las nuevas dinámicas sociales que ha generado la crisis provocada por el coronavirus? ¿Cómo se está gestionando esta crisis y en qué se fundamentan las decisiones adoptadas por los gobiernos? El siguiente artículo, dividido en dos partes, responde a estas preguntas claves en un contexto donde nuestra normalidad ha sufrido una grave alteración, y donde se observan los primeros rayos de luz de un futuro nada prometedor.
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Foto: Juan Teixeira
Seguridad VS democracia en tiempos del coronavirus (parte I)

El nuevo coronavirus (SARS-Cov-2) ha provocado una crisis sanitaria sin precedentes en el mundo. Decenas de miles de personas han perdido la vida, y la cifra de infectados sigue subiendo a lo largo y ancho del planeta. El escenario distópico de “catástrofe biológica” que se ha recreado en numerosas novelas o films se ha convertido en amarga realidad. Desde fosas comunes a unidades policiales o militares con vestimenta “biohazard”, pasando por el confinamiento, el distanciamiento y miedo social y la utilización masiva de mascarillas, nuestra apacible realidad, que la considerábamos inamovible, se ha transformado de manera notoria.

Mientras que algunos países muestran signos de mejoría y están inmersos en procesos de desescalada, otros se sumergen en la oscuridad y en la desesperación. Y esto no sucede por arte magia o por algún tipo de castigo de origen divino. Tal y como muestra la realidad, los países que han construido un robusto sistema sanitario y de protección social tienen mayor capacidad de hacer frente al virus y garantizar la protección social, mientras que los países no favorecidos por la distribución internacional de la riqueza o con laxos sistemas de protección social están sufriendo el embate del virus.

En esta ocasión, debido a la aparición de una enfermedad desconocida para el público en general, la humanidad se enfrenta a lo desconocido. Es verdad que en el ámbito puramente científico o sanitario cada vez hay un mayor conocimiento sobre el virus. Cada día que pasa, la comunidad científica está más cerca de obtener una vacuna, y los tratamientos siguen evolucionado. No obstante, a día de hoy existe un importante desconocimiento acerca del virus y las transformaciones que puede sufrir. Lo desconocido se manifiesta sobre todo en el ámbito social, político y económico, es decir, en nuestras esferas cotidianas, y se materializa en las preocupaciones que nos consumen como seres inmersos en la modernidad acelerada.

Dinámicas sociales generadas por el nuevo coronavirus

El nuevo coronavirus entra dentro de la categoría de "amenazas invisibles de origen natural". Los sentidos humanos, desarrollados para entre otras cosas para que nos podamos defender de las amenazas exteriores que nos pueden dañar o quitar la vida, pierden su eficacia ante los riesgos de este tipo. Estamos ante una amenaza invisible que tiene el poder de neutralizar la capacidad predictiva de nuestros sentidos, que se introduce con total facilidad en nuestro cuerpo y que se reproduce sin control hasta que los primeros síntomas nos avisan de que ya es demasiado tarde.

Al tratarse de una amenaza imperceptible por los sentidos humanos, el riesgo adquiere una dimensión desconocida. El virus no entiende de fronteras nacionales, clases sociales, etnias o confesiones religiosas. Cada ser es un posible huésped y una que vez que se ha producido el contagio la amenaza permanece escondida en su interior. El virus salta de país en país, utilizando el cuerpo humano para ello, e infecta todos los disponibles. Todo este proceso se desarrolla de manera silenciosa, y solo es visible cuando algún síntoma característico o detectable hace acto de presencia. Además, la globalización e interconexión funcionan como un increíble abono en la propagación de los riesgos de este tipo, acelerando increíblemente la difusión de los patógenos a escala global.

Debido a la asombrosa capacidad de propagación que tiene este virus, tiene el poder de convertir en muy poco tiempo a decenas de humanos en agentes transmisores, y por ende en elementos peligrosos para la vida humana. El espacio público donde se desarrolla la actividad pública se transforma en un espacio que adquiere un nuevo significado, y la noción del riesgo se transforma. Los habituales peligros asociados al espacio público como el de sufrir un robo, accidente o calamidad pierden su fuerza y el peligro invisible se convierte en el principal agente peligroso que puede amenazar nuestra seguridad y en última instancia nuestra vida.

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La localidad guipuzcoana de Zumaia a finales de marzo. Foto: Oier Zeberio.

Mientras que el exterior se convierte en un entorno peligroso, el hogar adquiere el status de refugio. Socialmente, se sabe a ciencia cierta que el virus puede introducirse en los hogares. No obstante, a su vez, si no se ha registrado algún caso de carácter interno, es decir, si no hay ningún caso en una unidad familiar, por ejemplo, los hogares se convierten en los nuevos baluartes que nos separan de la amenaza invisible que rodea y atraviesa todo lo foráneo.

A principios de marzo, cuando era evidente que algo iba mal (los casos aumentaban y el miedo social aumentaba), nuestra sociedad empezó a convivir con el virus, ya en calidad de amenaza potencial, y el miedo y la incertidumbre empezaron a adueñarse de nuestras vidas. El aumento y la dispersión de los casos, que salpicaban la geografía, anunciaban que esta nueva amenaza estaba cada vez más cerca de los principales entornos de socialización y antes o después nos golpearía en los espacios donde nos sentimos más seguros.

El miedo se fue adueñando de nuestra sociedad, de una sociedad altamente avanzada pero que a su vez dispone de un desconocimiento absoluto sobre los peligros tanto naturales como tecnológicos que le rodea. El desconocimiento general y la falta de certidumbres científicas provocaron que el miedo se fuera convirtiendo en histeria. La semana del 9 al 15 de marzo fue un claro ejemplo de esta mutación a nivel social. Los establecimientos de comida y bienes básicos empezaron a sufrir los primeros estragos debido a la avalancha masiva de ciudadanos que, presas del pánico, creían a ciencia cierta que el Armagedón estaba cerca.

En numerosas ocasiones se impuso la "esencia individualista", un egoísmo básico activado por el mecanismo de supervivencia, que impulsaba a los ciudadanos atemorizados a salvar a los suyos y a sí mismos. El 13 de marzo, por ejemplo, la falta de ciertos alimentos y productos básicos era patente en ciertos establecimientos españoles. Las caras desencajadas de los individuos que circulaban en los supermercados daban fe de ello.

Esta imagen, la de las estanterías vacías, causó un serio impacto en una sociedad que está acostumbrada a vivir en la opulencia y que tiene como manía, por ejemplo, la de equiparar la libertad real con la libertad de elección de productos en un supermercado.

Un análisis superficial de los productos que sí sobraban (en cantidad) atestiguaba que lo que realmente se cocía disponía de un mayor significado que una mera respuesta de pánico. Los productos que en la mayoría de los supermercados faltaban o escaseaban eran el arroz, la pasta, el papel de váter, el alcohol higiénico y ciertos tipos de carne o pescado. Es decir, productos clasificados como "básicos". Las piezas de carne o de pescado más caras, ciertos tipos de productos Gourmet o Premium o ecológicos pro seguían adornando las estanterías.

No hay que ser un experto en ciencias sociales para saber que la brecha de clase sigue estando muy patente a día de hoy. Ante un posible encarecimiento o escasez de alimentos básicos ciertos núcleos humanos optaron por acaparar todos los recursos que pudieron, a sabiendas de que si estas suposiciones se materializaban se convertirían en los más perjudicados.

Una familia de bajos ingresos es infinitamente más vulnerable en este tipo de situaciones debido a la rigidez económica a la que se ve sometida, ya que, por ejemplo, ante la falta de productos básicos y asequibles la economía familiar queda destrozada.

Todo cambió de manera substancial, no obstante, cuando el Gobierno, mediante el poder que tiene para definir y establecer lo que es peligroso y lo que no, dio la voz de alarma y anuncio que la situación era grave objetivando así el riesgo. De la noche a la mañana, la calle se convirtió (el virus estaba presente mucho antes) en un lugar inseguro, los comercios y establecimientos a los que acudimos todos los días pasaron a ser “focos de infección” y el ser humano como tal en agente de transmisión.

El hogar se convirtió en el espacio de protección frente a la amenaza exterior durante los siguientes dos meses. Y este hecho también, seguramente uno de los más significativos durante esta crisis, tuvo un impacto considerable en nuestra sociedad. Las primeras semanas, con el objetivo de reducir la propagación del virus, la actividad económica quedó casi en su totalidad paralizada con lo que millones de trabajadores, junto con sus familiares, se quedaron en casa (exceptuando a los trabajadores esenciales). Por otra parte, aunque semanas después la actividad económica se reanudó parcialmente, millones de personas pasaron a estar más horas en casa.

Ya fuera para bien en algunos casos, o para mal en otros, las relaciones o las estructuras intrafamiliares han sufrido un shock. Por de pronto miles de parejas se han tenido que enfrentar a una nueva situación. La lógica del “desconocido entre semana” pasó a ser el del “conocido perpetuo”. Este cambio, a su vez, seguramente habrá reforzado muchas relaciones mientras que ha acabado con muchas otras. Por otro lado, miles de niños empezaron a observar con incredulidad, sobre todo al principio, que los progenitores que antes se encontraban durante todo el día fuera del hogar empezaban a estar presentes durante largos periodos de tiempo. En muchas ocasiones, debido a la paralización productiva, se ha conseguido afianzar la relación entre los sujetos que componen un hogar. En otros casos, las viejas heridas y las tensiones han aflorado de manera notoria.

La sociedad de clases también se ha manifestado de manera intensa en el ámbito del hogar. Mientras que un elevado porcentaje de familias han tenido que soportar una enorme presión social en viviendas poco adecuadas y han tenido que hacer frente a numerosos problemas de índole económica, las clases más acomodas han estado refugiadas en espacios que proporcionan un increíble confort durante unos meses en los que el simple hecho de pasear se ha convertido en motivo de delito.

A día de hoy, debido al tiempo transcurrido desde el inicio de la crisis (el ser humano acaba acostumbrándose a la nueva realidad), la mejora de los datos y el avance de la desescalada, el Covid-19 se presenta como una amenaza potencial que está ahí. El miedo está perdiendo parte de la fuerza que disponía al inicio de la crisis, pero, no obstante, seguirá ahí, de una forma o de otra, presente hasta que se produzca la vacuna y se garantice la inmunización de la sociedad.

A medida que se reduce el miedo social hacia el virus, crece el miedo sobre las consecuencias que puede producir la crisis generada en otros ámbitos como en el económico. La incertidumbre se adueña también de este campo y se convierte en un fantasma atemorizante que sobrepasa el miedo generado en términos sanitarios por el virus. Millones de trabajadores están observando con enorme preocupación su futuro laboral, nada estable en un contexto de nueva crisis económica global. Millones de personas se encuentra en ERTE y muchos se han convertido en miembros oficiales de las nuevas listas de paro.

En muchos casos, la incertidumbre laboral está acompañado por el empobrecimiento debido a la paralización económica provocada por esta crisis. En ciertos países como Francia, por ejemplo, se están registrando los primeros disturbios a raíz de las situaciones de pobreza estructurales acentuadas por esta crisis y el sombrío futuro que se avecina.

La gestión económica de esta crisis será la clave a la hora de determinar la probabilidad de que surjan nuevos ciclos de protesta que tienen como base una mejor partición de los recursos a nivel nacional e internacional. Los Gobiernos saben a ciencia cierta que se avecinan tiempos “difíciles” en materia de seguridad interna, y debido a esto, existe el riesgo de que se perpetúen a lo largo del tiempo las medidas de excepción aplicadas durante el punto álgido de la crisis. Hemos sido víctimas de un ensayo general que ha arrojado datos muy significativos y preocupantes. ¿Cuáles son? Te lo contaremos en el siguiente artículo.