Euskal Herria y la huelga domada

30 de enero de 2020. La primera huelga general de año en Euskal Herria movilizó a miles de personas en una jornada calificada como «histórica» por los sindicatos englobados en la Carta Social y como «enorme fracaso» por el Gobierno Vasco. EULIXE estuvo presente en la capital de la CAV, Gasteiz, y registró los hechos in situ.

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Fotos: Oier Zeberio
Euskal Herria y la huelga domada

La guerra de cifras y el desigual seguimiento marcaron una jornada donde las reivindicaciones de los pensionistas, trabajadores, feministas y colectivos juveniles inundaron las ciudades y los pueblos. En total, fueron unas 145.000 personas las que salieron a las calles en las distintas manifestaciones que se celebraron por toda la geografía vasca.

La huelga fue convocada por la Carta Social de Euskal Herria. En esta Carta toman parte numerosos sindicatos (ELA, LAB, ESK, STEILAS, EHNE e HIRU) y agentes sociales (pensionistas, feministas, ecologistas, movimiento juvenil, plataformas contra la exclusión social, Red de Economía Social y Solidaria...) vascos.

Según la Carta Social, la huelga general se convocó en respuesta a la llamada del movimiento de los pensionistas. Este movimiento, después de llevar a cabo movilizaciones continuas y masivas, ha subrayado la necesidad de dar «un salto cualitativo», sumando así, más colectivos a la lucha.

Los organizadores pusieron sobre la mesa la necesidad de tomar medidas para «acabar con la precariedad y dignificar las condiciones laborales». Entre las propuestas estarían las siguientes: reducir la jornada de trabajo a 35 horas, establecer un salario mínimo de 1200 euros, acabar con la diferencia de salarios y la subcontratación y garantizar los derechos laborales. Además, defendieron la necesidad de establecer un sistema público, universal y gratuito de servicios sociales que garantice el acceso a las viviendas de alquiler social, la respuesta a todas las situaciones de dependencia y que visibilice, dignifique y garantice el trabajo de los cuidados.

A las 11:00 de la mañana la situación era de casi normalidad en Gasteiz. En las afueras de la capital una amplia mayoría de establecimientos seguía con sus quehaceres diarios. La gente entraba en los supermercados o en los bares, los locales de estética o las peluquerías recibían a sus clientes, los albañiles y los pintores entraban y salían de distintos edificios, los pequeños comercios sacaban sus coloridos carteles con las últimas ofertas…

De vez en cuando, algún autobús que circulaba con el letrero de servicios mínimos y los comentarios de la gente de a pie, que mencionaba el hecho de que se había reducido la frecuencia de ciertos servicios de transporte, apuntaban que la huelga tenía lugar en una ciudad donde todo transcurría, aparentemente, con normalidad.

La situación era, no obstante, diferente en el centro de la capital. Aunque la mayoría de establecimientos había hecho caso omiso al llamamiento de la huelga, las explosiones producidas por los petardos, los gritos, y las diferentes columnas adornaban aquel lugar.

A las 12:00 varias columnas confluyeron en la Plaza Bilbao y comenzó así la manifestación unitaria. Unitaria por el hecho de que todos los agentes que pisaron la calle se aglutinaron en aquella columna abarrotada de gente. Cada actor agitaba sus banderas, portaba sus propias pancartas, coreaba sus eslóganes y la fragmentación era la norma. La diversidad en su esplendor. Una muestra más de que el modelo de manifestarse ha cambiado radicalmente en los últimos años. «Antes todos íbamos detrás de una pancarta común, en una columna común que actuaba como fuerza de choque», mencionaría después un testigo de los acontecimientos.

Entre las 12:00 y las 12:30 todo transcurrió con normalidad y con absoluta calma. La policía brillaba por su ausencia y miles de manifestantes presentaban sus demandas a viva voz. De vez en cuando se efectuaban algunas pintadas en algunos establecimientos y se arrojaban huevos en señal de protesta.

La situación empezó a cambiar a partir de aquí, cuando un grupo de personas decidió, por su cuenta, o eso parecía, que tanta tranquilidad no era conveniente para el desarrollo de la manifestación.

Al principio, los hechos se limitaron a entablar discusiones verbales con los trabajadores de algunos establecimientos que terminaban con algunas explosiones de petardo dentro de estos establecimientos. Se volcaron algunos contenedores también.

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La tensión empezó a agudizarse cuando la columna paso por delante del el Corte Inglés de la Calle la Paz y la Ertzaintza hizo acto de presencia. Ante el lanzamiento de objetos y petardos y los gritos de «vosotros matasteis a Iñigo Cabacas», en refería al joven asesinado en 2012 por la policía vasca en Bilbao, y «PNV ata a tus perros», la policía respondió disparando balas de foam y con la identificación de por lo menos, 8 personas.

A partir de aquí, se registró un momento donde estallaron altercados limitados entre un grupo muy reducido de manifestantes (unas 12 personas) y la policía, y se destruyeron los escaparates de algunos comercios, tiendas, casas de apuestas y bancos.

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También se vivieron momentos de tensión entre los manifestantes que llevaban a cabo estos actos y la gente que los denunciaba. La jornada de la mañana finalizó en la plaza de la Virgen Blanca con la lectura de varios comunicados.

El modelo de acción en lo referente a las huelgas generales que ha tomado forma en los últimos años en la CAV plantea algunas cuestiones en torno a la efectividad de estas. El día de ayer fue un claro ejemplo.

La huelga general, de marcado carácter reivindicativo y pacífico, sirvió para demostrar que una parte de la sociedad vasca reclama un modelo social más justo. No obstante, su efectividad, como método de presión, fue cuestionable, ya que el seguimiento no fue mayoritario y tampoco paralizó la región.

Ante un gobierno autonómico que ha sabido a la perfección desactivar los colectivos que demandaban mejoras de carácter social, la presión social se convierte en la única baza para entablar una negociación y dialogo social.

En este sentido, las manifestaciones multitudinarias que quedan solamente en eso, han demostrado su poca o nula efectividad. Por otra parte, las acciones violentas de marcado carácter espontáneo que se registraron durante el día de ayer, por ejemplo, tampoco tienen ningún efecto relevante.

La historia nos enseña que el camino que se tiene que recorrer para lograr mejoras sociales es arduo y que exige la implicación de un porcentaje elevado de la población, que hoy por hoy, no está por la labor.

También exige que para que haya una verdadera conquista en el espacio de los derechos, hay que fortalecerse como colectivo, para poder plantear exigencias desde una posición de poder. Esta posición de poder solo se obtiene si el colectivo se convierte en una amenaza creíble, capaz de movilizar a miles de personas y paralizar durante un tiempo indefinido un lugar predeterminado. Pero, por lo que parece, la sociedad vasca tampoco está por la labor.

Los sindicatos anunciaban que el día de ayer era el inicio de una «nueva era», y que esta primavera sería, «una primavera caliente». El tiempo será el único juez.