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ENTREVISTA CON PAUL PRESTON

Corrupción, incompetencia política y división social: un pueblo traicionado

El hispanista Paul Preston ha publicado recientemente el libro "Un pueblo traicionado. Corrupción, incompetencia política y división social". En la siguiente entrevista realizada por los compañeros de Revista LIbertalia, Preston analiza el pasado y el presente del país en el que es experto. Se podrá estar de acuerdo en mayor o menor medida con su forma de revisar la historia, pero sin duda Sir Paul Preston sabe algo sobre España: lleva más de 40 años investigando la historia de este país, lo que le ha llevado a escribir numerosos libros sobre la Guerra Civil y la Segunda República, además de biografías de figuras clave como Franco, Juan Carlos I o Santiago Carrillo.

paul preston
Corrupción, incompetencia política y división social: un pueblo traicionado

Artículo original de Revista Libertalia

-La obra se inicia abordando el tema del orientalismo que dominó la historiografía extranjera sobre España. Aunque en la obra se niega que estos “tórridos estereotipos” fueran ciertos, se matiza que el ciclo de Guerras Civiles posterior en España durante el siglo XIX dio fuerza a esa visión. Pues bien ¿qué había de cierto en estos tópicos?

La contestación corta es “no lo sé a ciencia cierta”, porque estos tópicos o estereotipos provenían de viajeros; primero franceses y luego británicos, mayormente. Y nunca se sabrá hasta qué punto lo que querían era hacer sus versiones sobre España más sabrosas. Es decir, cuanto más exótico pintaban al español, tanto más interesantes iban a ser sus libros. Cuento el caso de la aristócrata francesa que directamente se inventa cosas sobre España, que escribe un libro inventado. Luego hay casos, como, por ejemplo, el del libro de Richard Ford, que escribe “La Guía España de los años 30 del siglo XIX”, un libro que sigue siendo una maravilla. Está escrito para el lector británico, pero para el lector español de hoy en día sigue siendo un libro fantástico, con un nivel de datos muy importante.

En cuanto a estereotipos, lo que sí saqué de ese libro -o, más bien, lo que sí me confirmó ese libro acerca de algo que ya pensaba- fue el estereotipo de la corrupción. Hay muchos tipos de corrupción, claro, y la que cuenta Richard Ford es, más bien, la corrupción de la pobreza, una corrupción que surge de la pobreza y que tiene que ver con toda una literatura española, la picaresca, que es casi idéntica a otra literatura en francés y en inglés. Entonces, en todos los países en los que hay tradiciones de corrupción, esta surge de la pobreza, como se ve en este tipo de literatura. Ahora bien, la corrupción de los ricos que hacen lo que sea necesario para guardar su riqueza, este es otro tema.

 

-Durante el período de la Restauración políticos con sinceras aspiraciones reformistas como Antonio Maura se vieron “obligados” a recurrir al fraude electoral para poder perseguir, paradójicamente, sus proyectos reformistas que incluían reducir este fraude electoral. ¿Hubiera sido posible llevar a cabo dichas reformas sin recurrir a utilizar la corrupción y el fraude electoral?

Evidentemente el fraude electoral se implementa dentro del contexto del turnismo; esto es, del sistema electoral ideado por Cánovas del Castillo durante la Restauración. Este sistema con dos partidos muy similares- el conservador y el liberal - fue ideado por Cánovas- creo yo, pues se trata de una hipótesis -para intentar emular el modelo británico en España. Creo que durante los años setenta del siglo XIX Cánovas tenía en mente que la riqueza y el avance del país más rico del mundo en el momento, Gran Bretaña, eran atribuibles a su sistema político estable, sin evidentes conflictos políticos. En este sentido, creo que Cánovas intentó reproducir el sistema bipartidista británico pensando que de ahí fluiría una prosperidad similar para España.

El gran problema es que este sistema, en su versión española, tenía que ser un sistema cerrado; porque, claro, Cánovas buscaba la estabilidad, pero si dabas el voto a toda la población, tendrían el voto los pobres; y los pobres iban a querer reformas, y esas reformas supondrían la división de las grandes tierras; y la gente que realmente mandaba en ambos partidos eran los grandes terratenientes.  Por tanto, el sistema era una especie de ecuación cerrada que era imposible que funcionara sin el fraude. 

 

-Suele decirse que la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial reportó grandes beneficios al país. No obstante, en la obra se sostiene que al acabar la guerra: “El Estado español se enfrentaba a retos similares a los de las naciones beligerantes derrotadas”.  Entonces, ¿fue beneficiosa o perjudicial la neutralidad española? Y, en segundo lugar, ¿tiene este hecho algo que ver con la corrupción o la incompetencia política?

Socialmente, al acabar la guerra las condiciones en España eran muy similares a las de Alemania, Italia y también un poco a Gran Bretaña y Francia. La única gran diferencia es que España no tuvo los muertos y los mutilados que sí tuvieron estos otros países, y que constituyeron la base en Alemania y en Italia del fascismo. 

El caso es que la guerra para España fue beneficiosa temporalmente; es decir, fue beneficiosa para industriales y terratenientes, en el sentido de que precisamente por ser un país neutral España podía suministrar productos agrícolas y productos industriales a ambos bandos en la guerra. Por tanto, se hicieron grandes fortunas en un breve período de tiempo, lo que benefició principalmente a industriales y agricultores ricos. El gran problema era que esto suponía unas exportaciones masivas que tuvieron como consecuencia escasez e inflación; lo que significó una bajada terrible del nivel de vida del ciudadano modesto del momento. Además, para empeorar las cosas, parece que los industriales, en lugar de utilizar esta riqueza pasajera para invertir en hacer más eficientes sus industrias, la gastaron más bien en coches, palacios y cosas similares; en definitiva, en consumo conspicuo, en lugar de en realizar inversiones que podrían haber beneficiado a ellos y al país en el largo plazo.

En cuanto a la segunda pregunta, yo no creo, por lo que acabo de describir, que fuera más acentuada la corrupción. Si acaso ese período reveló especialmente la incompetencia política. Como prueba puede pensarse en que en los años que siguen a la Primera Guerra Mundial hubo 12 o 13 gobiernos. Otro ejemplo de la incompetencia fue el tema catalán, que fue un problema que no se solucionó como se podría haber solucionado. El no incorporar a Cataluña en el centro de la toma de decisiones o, en resumidas cuentas, la exclusión de Cambó -como se cuenta en el libro acerca a de cómo Alfonso XIII engañó a Cambó hasta el punto de que este se hartó y se autoexilió- fueron ejemplos de esta historia de incompetencia. Otro personaje que tiene un papel muy negativo en esta historia es Juan de la Cierva, quien, por un lado, es el instrumento de la corrupción para Antonio Maura, y por otro lado, es un instrumento de intrusión militar en política y que, además, tuvo mucho que ver con todo este tema de la exclusión de la burguesía catalana de las grandes decisiones.

 

-¿Se podría pensar que el desastre de 1898 y, sobre todo, el conflicto de Marruecos, constituyeron esa base de excombatientes en España que, de forma similar a otros países tras la Primera Guerra Mundial, sirvieron luego para construir el fascismo años después?

Yo creo que no, diría tajantemente que no; porque evidentemente las formaciones de la historia española de los años 20 y 30 que se podrían tildar de fascistas no se nutrían de excombatientes de la guerra de Marruecos, por lo que se puede descartar esa hipótesis. En cambio, sí que hay que decir que la guerra de Marruecos acentuó muchos de los problemas del momento y especialmente las divisiones sociales, subrayando con ello la incompetencia política, en el sentido de que los políticos civiles no sabían controlar a los militares, a la vez que el afán de los militares de controlar la política fue acentuado precisamente por el rechazo popular a la guerra de Marruecos.

 

-Uno de los ejemplos más repetidos en la obra para ilustrar el problema de la corrupción y la incompetencia política es la figura de Alejandro Lerroux. No obstante, historiadores como Stanley Payne, en su obra La Guerra Civil Española (Rialp, 2019), sostienen que: “El único gran partido nacional, pura y simplemente partidario de la democracia liberal era el partido republicano radical -que fue, además, añade Payne- la única formación política de tamaño aceptable que siempre respetó la constitución y las normas democráticas” (p. 44). ¿Qué le parece esta valoración?

Pues hasta leer claro ese libro no conocía la dimensión cómica de Stanley Payne, porque evidentemente, Lerroux era una figura absolutamente fascinante, pero era un hombre corrupto de arriba abajo que dañaba a la democracia. Verle como pilar de la democracia me parece una contradicción pues hizo mucho daño a La República. Además, decir que su partido era el único partido que apoyaba la democracia es un insulto a la memoria de Manuel Azaña y de otros. La izquierda republicana liberal de Azaña, de Martínez Barrio...sí que eran gente con un compromiso democrático, mucho mayor que el de Lerroux. Naturalmente se pueden cuestionar acciones de Azaña durante la Guerra Civil, pero eso es otro tema.

 

-En relación con la Constitución republicana, en el texto se expone que la redacción del artículo 36 acerca del sufragio femenino provocó enconados debates. En este sentido, nos ha sorprendido cuando se afirma que: “La introducción del sufragio femenino en el artículo 36 de la Constitución hizo que la influencia reaccionaria del clero empujase a la mayoría de las mujeres católicas a votar a la derecha”. ¿Qué pruebas hay de esta influencia tan efectiva del clero sobre las mujeres católicas? Y, en segundo lugar, ¿se mantuvo esta influencia en las elecciones de 1936?

Es muy difícil saber con exactitud y con precisión por qué votaba cada uno en las elecciones. De las tres elecciones del período de la República hay cosas que todavía no se saben; no se sabe con precisión los resultados exactos de las elecciones de junio del 31, por ejemplo. En este sentido, tras la aprobación del sufragio femenino, era de esperar que, siendo la clase obrera y agrícola mayoritaria numéricamente, se duplicara el número de votos socialistas o republicanos que antes emitían solo los hombres. Sin embargo, esto no fue así, y hay comentaristas de época que atribuyen esto al hecho de que, o bien las mujeres no votaban, por la razón que fuera, o bien había algún tipo de influencia sobre ellas que lo explicara, lo cual apunta a la Iglesia católica. Pero claro, como usted decía, no hay pruebas contundentes de eso.

 

-En diversas ocasiones en el texto se explica cómo progresivamente las bases, sobre todo del Partido Socialista acabaron perdiendo la fe en la República, durante el periodo de 1931 a 1933, quizás con el paréntesis de la Sanjurjada y el éxito que tuvo la República al derrotar este golpe. ¿Cree que es posible que durante este periodo se fraguara la idea en algunos sectores de estas bases socialistas, antes reformistas, de que una revolución desde abajo o incluso una guerra civil era la única solución para adoptar las reformas sociales que necesitaba el sistema?

Al valorar esta pérdida de fe en la República, por así decirlo, de muchas bases del Partido Socialista, sobre todo en el sur, se tienen que tener en cuenta dos cosas. Primero, que la República desató unas expectativas bastante exageradas. Si se ven las fotos de la gente bailando en las calles el 14 de abril, se aprecian estas grandes expectativas. Y lo que pasa es que, en los primeros dos años, la derecha, y, sobre todo, la derecha agrícola, hicieron todo lo posible para obstaculizar las reformas; y a nivel local, obstaculizar, no solamente la gran reforma- que iba a ser la reforma agraria y la redistribución de la tierra, -sino las leyes como, por ejemplo,  la de Términos Municipales, que tenía como objetivo impedir que los terratenientes no importasen mano de obra barata de Portugal, por ejemplo, o la que establecía la jornada laboral de 8 horas. Todo esto, que eran más bien decretos que reformas grandes, se obstaculizaron.

No obstante, aquí hay otra pregunta, porque tanto el bracero como el jornalero, sobre todo del sur, que eran afiliados a esa federación socialista, bien podrían ser anarquistas. Es decir, ¿los obreros del sur eran anarquistas o socialistas? Es absurdo intentar diferenciarlo, porque no es que algunos leyeran a Karl Marx y otros a Bakunin: la mayoría eran analfabetos. Por tanto, se afiliaban al sindicato que les daba más posibilidades de lograr unos salarios decentes. Hay que pensar que había trabajo durante muy pocas semanas al año, y eran jornadas de trabajo terribles. A veces la faena estaba muy lejos de sus casas, tenían que andar y andar y trabajar de sol a sol. Claro, al pedir la implementación de los decretos que había introducido Largo Caballero como ministro de trabajo para mejorar sus vidas, era muy comprensible que perdiesen fe en la República cuando vieron que la gran reforma prometida no llegaba realmente.

En cuanto a las consecuencias de la pérdida de esta fe en la República y las tesis revolucionarias, esto quizás sea más atribuible a las tradiciones anarquistas del sur. Los braceros no habían dejado de ser anarquistas al afiliarse a un sindicato socialista. Sí que hubo siempre, y desde finales del siglo XIX, la idea de que quizás la violencia era la única forma de romper ese dominio que les sofocaba y que les hacía morir de hambre. Eso, por un lado; pero, por otro lado, también había unos individuos dentro del partido socialista, como, por ejemplo, Luis Araquistaín -que terminará siendo bastante conservador, pero en aquel entonces, como director de la Revista Leviatán y, digamos, gurú, de Largo Caballero- que sí abogaban por soluciones revolucionarias.

 

-La siguiente pregunta, además de con Un Pueblo Traicionado tiene que ver con su vertiente como biógrafo de Francisco Franco. En la obra se refleja repetidamente la posición que se define como “extremadamente ambigua” o incluso “vacilante”, de Franco respecto al golpe de julio de 1936. Sin embargo, esto contrasta con el Franco activo y progolpista que se dibuja en la obra tras las elecciones de febrero de 1936, en las cuales se nos dice que incluso intentó convencer al director general de la Guardia Civil en aquel momento, Sebastián Pozas, para que comprometiera a sus hombres en un golpe de Estado. ¿A qué se debe este aparente cambio de actitud de Franco entre febrero y comienzos de julio de 1936? 

La contestación corta es como decía el general Sanjurjo: “Franco es un cuco y un taimado”. Es decir, las cosas que él hacía antes del Frente Popular a favor del golpismo, por decirlo así, las hacía desde el poder. Él era el jefe de Estado Mayor y, por tanto, con la colaboración de su jefe, el Ministro de la Guerra, Gil-Robles, pudo hacer cosas, como por ejemplo traer a generales progolpistas de derechas, africanistas amigos suyos, - como Mola, jefe de las fuerzas africanas entonces - a Madrid para ir preparando el golpe. Luego había cosas de armamento, de poner parapetos y cosas similares alrededor de Madrid, que luego se utilizaron en el asedio de Madrid durante la guerra. Entonces eso lo hacía cuando estaba en el poder, cuando lo podía hacer impunemente. Y, cuando se veía la posibilidad de perder esa situación tan espléndida para él, incluso se metía en posibilidades de golpe de Estado, cosa que cuento en detalle en el libro. En cambio, después de la llegada al poder del Frente Popular, se volvió otra vez en muy cauteloso, y ese era el Franco de siempre, muy celoso de no comprometerse. En una situación casi cómica que detallo más en su biografía relato cómo éste intenta conseguir un escaño en las Cortes para tener impunidad. En fin, yo no veo contradicción con lo que hace antes de las elecciones de febrero y luego durante la primavera y el verano del 36.

 

 

-Respecto a estos preparativos para el golpe, se afirma en un momento de la obra, y también diría que, en su obra sobre la Guerra Civil española, que los conspiradores del golpe confiaban en que todo terminaba al cabo de unos días. Sin embargo, en Un pueblo traicionado, hay un momento en el que se dice, en relación con unos pagos realizados por Juan March para la compra de material bélico a la Italia de Mussolini que: “Los conspiradores preveían una tarea más difícil que un mero pronunciamiento”. Pues bien, ¿se conoce hoy en día cual era el nivel de resistencia que esperaban los organizadores del golpe momentos antes de que se produjera?

Hoy día e incluso entonces habría sido muy difícil cuantificar exactamente cuál iba a ser el nivel de resistencia. Pero yo creo que se puede extrapolar de las instrucciones que emitía el director de la conspiración, Emilio Mola, a los oficiales: se insistía mucho en la necesidad de cortar rápidamente la posible resistencia. Y por eso hablaba siempre de que se debía utilizar el terror para paralizar al enemigo, que había que detener y fusilar a los dirigentes sindicales, etc. De eso se podría deducir, primero, que preveía una resistencia proletaria, pero que también pensaban que tenían ya los métodos a emplear para paralizar la resistencia: los métodos “africanos” desarrollados en Marruecos.

 

 

-Recientemente, también entrevistamos a David Alegre, autor de La Batalla de Teruel: Guerra Total en España. En ella el profesor Alegre se muestra crítico con la tesis que aparece tanto en Un pueblo traicionado, como en La Guerra Civil Española, de que Franco disponía de un plan de “redención” y de “pacificación” de España que implicaba incluso alargar la guerra mediante acciones aparentemente de poco valor estratégico, como pudiera ser el contraataque de Teruel. Para defender esta tesis Ud. cita una carta a Roberto Cantalupo en abril de 1937, embajador de Mussolini en España, en el que aparece Franco justificando su cambio de planes estratégicos al dejar de ir a tomar Madrid. Pues bien, el profesor Alegre defiende que de la documentación militar producida por el cuartel general de Franco se desprende que sí que buscaba acabar la guerra cuanto antes pero que, al verse incapaz, se inventó la cuestión de la pacificación y la redención para justificar su incompetencia. Además, el profesor Alegre, citando a otros historiadores como Julián Casanovas, Javier Rodrigo o Gómez Bravo, recuerda que, hasta tres cuartas de los muertos por violencia política en ambos bandos se produjeron al principio de esta entre verano y otoño del 36, lo que también parecería poner en tela de juicio la idea del plan de redención de Franco. ¿Qué opinión le merece esta visión?

No es una carta: es una entrevista que sale luego en los informes de Cantalupo y luego en sus memorias. En todo caso, no estoy muy seguro de que sea exactamente una contratesis, porque claro, hay una cosa que sabemos, sin duda, que es que el esfuerzo bélico de Franco era lento. Era lentísimo. Sabemos a ciencia cierta que los alemanes y los italianos estaban desesperados por esa lentitud de Franco. Sabemos lo que Franco hizo después de la guerra: la represión en Cataluña y que, a partir del 1 de abril de 1939, había casi un millón de personas en campos de concentración, con numerosas ejecuciones.

No he leído al profesor Alegre, y yo no sé si es esto lo que dice. Ahora bien, si lo que está diciendo es que Franco no tuvo este plan de purga masiva, pues yo, francamente, no lo entiendo. Precisamente yo trabajé durante muchos años en mi libro sobre la represión, con la colaboración constante de Julián Casanovas, Gómez Bravo etc. En fin, no sería justo con el profesor Alegre, porque no he leído su libro, pero la versión que me cuenta no me hace cambiar de idea a este respecto.

 

 

-Pasemos ahora al tema de la Transición, a su libro sobre El Triunfo de la Democracia en España: de Franco a Felipe González pasando por Juan Carlos (Debate, 2018). Al exponer en el libro el modo con el que Suárez inició la transición, se insiste en que el problema vasco fue el menos comprendido y el que peor pudo abordar Suárez. ¿A qué achaca esta incomprensión de Suárez del problema vasco? Y, con la perspectiva que da el tiempo, ¿qué cree que Suárez podría haber hecho mejor dadas las limitaciones prácticas que afrontaba en relación con el ejército, con ETA, etc.?

Evidentemente los problemas con los que se enfrentaba Suárez eran colosales. Tenemos que pensar que tenemos, por un lado, el juego o el plan con Juan Carlos, cuyo papel era neutralizar a todas esas fuerzas que están absolutamente decididas a asegurar la permanencia de la dictadura, como eran las fuerzas armadas, la Guardia Civil, la policía armada, los falangistas armados etc.. Y mientras Juan Carlos se ocupa de esto, por otro lado, hay unos teóricos, Fernández Miranda y algunos más, que están intentando buscar una fórmula para que Suárez pueda negociar con las fuerzas más moderadas de la izquierda y más progresistas del franquismo. 

Entonces, claro, Suárez tiene un montón de problemas. El primer problema es el ejército en el sentido de que para que las grandes potencias acepten que haya una democracia real en España hay que legalizar el Partido Socialista y quizás -insisto en el “quizás”- al Partido Comunista. Ahora bien, hacer esto va a garantizar la hostilidad de gran parte de las altas esferas de las fuerzas armadas. Encima, están las cuestiones catalanas y vascas. De momento, yo diría que en el 1976 no son quizás problemas tan primordiales, digamos, porque la gran mayoría de la población de toda España -incluyendo al País Vasco y Cataluña- lo único que les interesa es una transición a la democracia. Las aspiraciones nacionalistas, regionalistas o independentistas -como se le quiera llamar- todavía no son, como decimos en inglés: “up front”. Todo eso viene después de las elecciones de junio del 77.

Pero, volviendo al 76, ¿hasta qué punto metió la pata Suárez al prometer a los generales que no iba a legalizar el Partido Comunista? Había, digamos, un sofismo: “No lo podemos legalizar [al PCE] porque tiene unos estatutos que nos lo harían imposible”. Claro, luego se acuerda con Carrillo cambiar esos estatutos. En definitiva: que hay errores, no cabe duda. Pero tampoco puedo afirmar esto diciendo: “Lo que tenía que haber hecho Suárez fue esto o aquello”, puesto que eran unos problemas dificilísimos. Quizás el gran error o fallo después es que, en cuanto al tema catalán, tiene la colaboración de Tarradellas, que es una figura simbólica y cuando él llega a Barcelona con su famoso “Ja soc aquí” y todo eso; eso sirve para neutralizar durante largo tiempo el nacionalismo catalán. Podría haber hecho algo semejante con el equivalente vasco del momento, Jesús María Leizaola, y no lo hace porque pensaba que el problema vasco no era más que una cuestión de orden público. Y ahí sí que hay un tema muy complicado como fueron las relaciones entre el Partido Nacionalista Vasco y ETA.

 

-Una última pregunta para concluir. En las últimas páginas de Un pueblo traicionado se lanza la reflexión de que parte de la crisis económica y política que se desata a partir de 2007 vino motivada por una mezcla de corrupción y arrogancia de los dos partidos mayoritarios en España, el PP y el PSOE, y por una falta de separación clara entre la élite política y el poder judicial. ¿A qué se refiere exactamente con esta falta de separación clara?¿Qué sugeriría para aclarar esta separación?

Yo creo que la corrupción tiene varias vertientes. Una es la que llega a los partidos políticos precisamente por la necesidad de financiarse electoralmente; es decir, que los encargados de este tema empezaron a meterse en cosas que luego son corruptas y que luego vuelven para atrás hasta afectar al interior de ambos partidos. Eso, por un lado. Luego hay toda una serie de medidas que, en el momento de implementarse, no se hicieron con fines corruptos -como por ejemplo facilitar cambios en la función de la tierra, los usos del suelo, la calificación de los terrenos etc.- pero que posteriormente pudieron ser usadas incorrectamente.

Luego estaría el hecho de que los partidos políticos han tenido mucho poder en el nombramiento de los jueces. Eso creo que está cambiando, pero yo creo que el gran problema es la lentitud de la justicia; como se dice “las cosas de palacio van despacio”. En cualquier caso, estas preguntas sobre la actualidad para mí son muy difíciles, ya que yo no vivo en España, y no sigo el día a día de la política española. Y, por tanto, estoy bastante desligado de estos temas. Tengo la impresión de que ya se están haciendo cosas eficaces contra la corrupción, aunque ya hay otros problemas: el problema de la pandemia, el problema de la monarquía...  cosas, en definitiva, más grandes. No obstante, no creo que la corrupción haya desaparecido.

Es curioso, porque hay cosas que yo describo de cuando estaba haciendo esta parte final del libro - de que había sospechas de que Fulanito hacía esto o aquello - y no es hasta años después que aparece que la policía lo está investigando. Y luego, cuando termino el libro a mediados del 2019 es cuando empieza a llegar a la prensa los resultados de diversos casos, algunos incluso de los años 90. Entonces, claro, me es muy difícil dar consejos pues no vivo en España, leyendo y comentando los sucesos diarios. Con todo, tengo la impresión de que se ha hecho mucho para controlar la corrupción a nivel de los partidos políticos. No hablo de otras esferas de la sociedad.