Eulixe

Una mirada personal a la pandemia

Alguien que ojee el título puede preguntarse si este no es redundante. Pues una mirada ha de ser siempre personal, por fuerza. Para mirar hacen falta ojos, cuerpo y un cerebro activo. Alguien podría argüir -con razón- que ciertos animales poseen también esa capacidad. Lo que ocurre es que, por suerte o desgracia, esos animales no se han animado todavía a escribir textos.

A lo que me refiero con "una mirada personal" es a mi ausencia de pretensión ilustradora o ejemplar en este texto. No pretendo aquí dar lecciones de moral ni ciencia. Simplemente quiero narrar cómo estoy viviendo esta situación, con la esperanza de que pueda servir de entretenimiento a algún amable y desocupado lector.

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Una mirada personal a la pandemia

Desde niño, todos los años, enfermo una o dos veces del llamado "resfriado común". Así se le conoce a un conjunto de síntomas causados por una gran cantidad de virus, entre ellos varios coronavirus que ya están más apaciguados que el presente demonio que nos martiriza. Desde hace años veo que la gente utiliza la palabra "gripe" y "resfriado" indistintamente, y yo -un cruzado del buen uso lingüístico- me tengo metido en no pocas discusiones por causa de ello.

- "Tengo gripe." Diría algún ignorante contertulio.

- "¿Tienes 38 o más de fiebre, dolor muscular…?" Respondería yo.

- "No: tengo 37. Y mocos".

- "Entonces es resfriado común, no gripe".

- "¡Es gripe!". 

Por algún extraño motivo, estas discusiones tienden a tornarse muy amargas, y no es inusual que después de ellas acabe muy alterado y pensando que la vida no merece la pena. Por fortuna, ese sentimiento suele durar poco: hasta que como o bebo algo.

Otro motivo de discusión frecuente en mi vida es el papel del frío en resfriados y gripes. Mucha gente me dice que el frío los provoca, y yo replico que son los virus los causantes. Ante eso, mis contertulios suelen preguntar que por qué la gente se resfría en invierno. Y yo, en mi ignorancia, no sé qué contestar y me veo obligado a irme mientras mi adversario me observa con sonrisa satisfecha.

Sin embargo, esta horrible pandemia está dándome una pequeña revancha: ninguna de las indicaciones de la OMS dice que debamos protegernos del frío. Triste consuelo, pero algo es algo.

Pues bien: todos los años cojo resfriados o gripes (dejemos de lado la polémica de cuál es cuál), y esto lleva siendo así desde mi infancia. Por un tiempo pensé que le ocurría a todo el mundo, hasta que un buen día escuché a una amiga de mi madre: "Mi hijo nunca estuvo enfermo", decía mientras acariciaba el pelo liso y cortado a la taza de su hijo: un niño de mi edad, pelirrojo, pecoso, fuerte y apuesto. Ambos reían satisfechos mientras mi madre me lanzaba miradas de mal disimulado reproche.

Siempre había pensado que el niño no enfermaba porque era fuerte. Esa creencia había vagado largo tiempo por mi mente, libre de examen crítico. El correlato implicaba que yo caía enfermo todos los años porque era débil.

Sin embargo, ahora me bombardean con los siguientes mensajes: "Lávate las manos", "no te toques la cara". En todos lados escucho esto. Si entro en Facebook aparece Spiriman, diciéndome que me lave las manos, que no me toque la cara y que soy un hijo de puta. Si pongo la tele, Pedro Sánchez me dice que me lave las manos y que no me toque la cara. A veces también lo dice un hombre lobo de tupidas cejas al que no conocía. Al parecer es un ministro.

No quiero que se me entienda mal: estas recomendaciones son importantes y sensatas, y las sigo a rajatabla. Pero me hacen pensar que, tal vez, los resfriados anuales que arrastro desde niño no tengan que ver con mi debilidad muscular. Quizás ese niño asquerosamente fuerte, guapo y perfecto era inmune a la enfermedad porque se lavaba las manos frecuentemente y no se tocaba mucho la cara.

Hasta hace poco, había tenido el hábito de meter los dedos en mi nariz en busca de un preciado botín en forma de moco duro, que procedía a extraer y a lanzar a cualesquiera sitio me rodease. Una profesora -siendo yo niño- solía recriminarmelo: "¿Qué Abraham: hay baile en el salón?". Nunca entendí el significado exacto de su metáfora, pero siempre supe que estaba conectada de algún modo a mi ilícita y furtiva actividad. Así que bajaba la cabeza y callaba, contrito. Ahora mis dedos ya no entran nunca en mi nariz. Este fue uno de los hábitos que cambió la pandemia. Uno de tantos…

En los inicios del desastre permanecí sumido en la ignorancia. La gente hablaba y escribía sobre el coronavirus y a mí me interesaba más bien poco. Tenía un billete a Roma para el 19 de Marzo, y creía que no tendría el menor impedimento en gozar de los placeres que me pudiera brindar esa notoria ciudad. Al final, llegado el día, no solo no pude disfrutar de Roma: no pude ni pasear por el parque más próximo a casa, no fuera que el ejército se abalanzase sobre mí.

Lo primero que me hizo pensar en que el asunto podría ser grave fue que cancelaron la liga de fútbol. Nunca había presenciado tan inusual suceso. Cuando cerraron los colegios, procedí, finalmente, a informarme sobre el coronavirus y me asusté mucho. Esto fue el jueves 12 de marzo.

 Mi trabajo está relacionado con colegios y con academias de inglés, así que este cierre significaba una pausa en mi actividad laboral. Ahora sé que existe otro nombre por el que designar a esa pausa: ERTE. Pues bien: el jueves 12 de marzo comprendí la gravedad de la situación y decidí  (lo que entonces era todavía una recomendación) quedarme en casa, para ayudar a salvar vidas, la mía entre ellas.

El vienes 13 de Marzo no salí hasta que tuve que hacerlo, al caer la noche. Cuando finalmente fui a hacer la compra pude ver, con mucha sorpresa e indignación que: las terrazas de los bares estaban llenas, los niños campaban a sus anchas jugando en grupos, una casa de apuestas acogía a no pocos clientes y, en definitiva, una parte de la población hacía oídos sordos a las recomendaciones de los expertos en salud y control de pandemias.

El sábado 14 se anunció el cierre de bares y establecimientos recreativos. si se salía solo podría ser para pasear a perros, comprar alimentos y/o bienes de necesidad básica (como lo es el tabaco, al parecer) o para enriquecer a dueños de empresas, o sea: para trabajar.

A partir de entonces, mi vida siguió un patrón bastante uniforme. Salía solo a comprar y estaba casi todo el día encerrado en un piso. Los primeros días pasaba la mayor parte de mi tiempo informándome sobre el coronavirus; viendo todos los videos de Spiriman: superhéroe contemporáneo, y devorando  información de Facebook y Twitter. La consecuencia fue vivir en un estado de terror constante.

Cierto día descubrí que tenía mocos. Normalmente, tal hecho no me habría importado en absoluto, pero en estos tiempos pareciera que los mocos son la antesala a la otra vida. Otro día tosí: un mero tosido que no se repitió, y, al momento, sentí unas incontrolables ganas de hacer el testamento. Mi cara se tornó seria y taciturna mientras caminaba hacia casa (venía de comprar Fairy en una gasolinera) y el sudor bajó por mí frente. Sin duda esta reacción fisiológica fue fruto del encarnizado debate mental que estaba lidiando conmigo mismo sobre quién sería digno de heredar mi Play Station 4.

El primer día que escuché los aplausos a los sanitarios me emocioné. Aplaudí yo también, sacando mis manos por la ventana y mirando hacia el horizonte con ojos húmedos, donde me parecía ver, difuminada, la cara de Spiriman mirándome con aprobación.

Ahora, al escuchar el aplauso de las ocho, no puedo evitar pensar: "Se podían callar ya esos hijos de puta". Saco la cabeza por la ventana y los observo, creyéndome (sin duda, infundadamente) mejor que ellos. "Seguro que muchos votaron al PP y apoyaron los recortes en sanidad". Sobra decir que no son reflexiones muy ponderadas. Pero confieso que me asaltan cada día a las ocho.

Esta crisis tuvo el efecto de hacerme creer que todos los políticos son una mierda. Tampoco sé muy bien cómo llegué a esa conclusión. Me pareció obvio en algún momento y se quedó en mi mente:

  • "Votar no sirve de nada. Todos juegan al juego de un mismo sistema. Y ese sistema no es ni siquiera capaz de proteger la vida de la gente a la que tiene sometida. Mejor que votar a este o a aquel partido sería consumir conscientemente, para no apoyar a los ricos".
  • "Ricos=Hijos de puta".

Estos y otros pensamientos del estilo surcaron con virulencia mi mente en los primeros días del desastre. Aunque todavía sigo creyendo en su certeza y tino, ya no les doy muchas vueltas. Dedico mis días a jugar a videojuegos, ver clips de la serie "The Wire" y a leer La Regenta.

Al fin y al cabo, mi miedo es el miedo de muchos: perder mi vida y perder a amigos y seres queridos. Miedo también a la incertidumbre de qué pasará después. Miedo de aceptar y de ver normal esta opresión policial y militar.

Pero… ¿para qué tener miedo? Lo importante es conservar la vida, conservar las mayores vidas posibles. Pasar por esto intentando hacer el menor daño posible. Es cierto que mucha gente muere; pero todos los días mueren muchas personas por muchas causas. Hambre, sed, infarto, malaria… Esa es la naturaleza de la vida y, además, la gente que tiene poder no se preocupa de proteger y socorrer al débil, al menos no tanto como debería.

Por ahora estamos vivos, así que mejor estar lo mejor que las circunstancias nos lo permitan. De nada sirve martirizarse. Si vamos a morir mejor disfrutar hasta el final, y si no vamos a morir ¿para qué este sufrimiento y tensión?

Muchos no somos conscientes del mundo en que vivimos, y ahora que vemos la muerte cerca, pensamos que esa muerte existe. Antes existía también. En las 15.000 personas anuales que mueren de gripe, en todos los humanos que mueren de hambre, y por cualesquiera causas.

Por cierto, en mi opinión quién compara al Covid 19 con la gripe (con intención de quitarle hierro al asunto), cómete el error de subestimar tanto al Covid 19 como a la gripe.

Al final, creo que deberíamos seguir el consejo de Epicuro. No anticiparnos a las desgracias, ni imaginar un futuro terrible. Lo que no causa dolor presente no debe causar dolor en anticipación.

"Disfruta todo lo que puedas, todo lo que la vida te deje. No te anticipes a nada".