El ejército de EE. UU. contamina más que otros 140 países

La huella de carbono del ejército estadounidense es enorme. Al igual que las cadenas de suministro de las empresas, depende de una extensa red mundial de buques portacontenedores, camiones y aviones de carga para abastecer sus operaciones de todo tipo, desde bombas hasta ayuda humanitaria y combustibles de hidrocarburos. Un estudio ha calculado la contribución de esta vasta infraestructura al cambio climático, y los datos son demoledores.
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Un aviador tira de una manguera para repostar un KC-135 con combustible JP8 - Foto: US Air Force.
El ejército de EE. UU. contamina más que otros 140 países

La contabilidad de las emisiones de gases de efecto invernadero suele centrarse en la cantidad de energía y combustible que utilizan los civiles. Pero un trabajo reciente, incluido el nuestro, muestra que el ejército estadounidense es uno de los mayores contaminantes de la historia, ya que consume más combustibles líquidos y emite más gases que cambian el clima que la mayoría de los países de tamaño medio. Si el ejército estadounidense fuera un país, solo su uso de combustible lo convertiría en el 47º mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, situado entre Perú y Portugal.

En 2017, el ejército estadounidense compró unos 269.230 barriles de petróleo al día y emitió más de 25.000 kilotoneladas de dióxido de carbono al quemar esos combustibles. La Fuerza Aérea de EE UU compró combustible por valor de 4.900 millones de dólares, y la Armada, 2.800 millones, seguidas por el Ejército, con 947 millones de dólares, y los Marines, con 36 millones.

No es casualidad que las emisiones de los militares estadounidenses tiendan a ser pasadas por alto en los estudios sobre el cambio climático. Es muy difícil obtener datos coherentes del Pentágono y de todos los departamentos del gobierno estadounidense. De hecho, Estados Unidos insistió en una exención para informar de las emisiones militares en el Protocolo de Kioto de 1997. Esta laguna se cerró con el Acuerdo de París, con la retirada de la administración Trump esta laguna se volvió a producir (N.T: hay que ver que sucede ahora con la nueva administración).

Nuestro estudio se basa en los datos obtenidos de múltiples solicitudes de la Ley de Libertad de Información a la Agencia Logística de Defensa de EE.UU., la enorme agencia burocrática encargada de gestionar las cadenas de suministro del ejército estadounidense, incluyendo sus compras y distribución de combustibles de hidrocarburos.

El ejército estadounidense sabe desde hace tiempo que no es inmune a las posibles consecuencias del cambio climático, y lo reconoce como un "multiplicador de amenazas" que puede exacerbar otros riesgos. Muchas bases militares, aunque no todas, se han preparado para los efectos del cambio climático, como el aumento del nivel del mar. Los militares tampoco han ignorado su propia contribución al problema. Como hemos demostrado anteriormente, el ejército ha invertido en el desarrollo de fuentes de energía alternativas, como los biocombustibles, pero éstos representan sólo una pequeña fracción del gasto en combustibles.

La política climática del ejército estadounidense sigue siendo contradictoria. Ha habido intentos de "ecologizar" aspectos de sus operaciones aumentando la generación de electricidad renovable en las bases, pero sigue siendo el mayor consumidor institucional de hidrocarburos del mundo. También se ha encerrado en sistemas de armamento basados en hidrocarburos para los próximos años, al depender de los aviones y buques de guerra existentes para operaciones de duración indefinida.

No es verde, es militar

El cambio climático se ha convertido en un tema candente en la campaña para las elecciones presidenciales de 2020. Los principales candidatos demócratas, como la senadora Elizabeth Warren, y miembros del Congreso como Alexandria Ocasio-Cortez están pidiendo grandes iniciativas climáticas como el Green New Deal. Para que algo de eso sea efectivo, la huella de carbono del ejército estadounidense debe abordarse en la política nacional y en los tratados internacionales sobre el clima.

Nuestro estudio muestra que la acción sobre el cambio climático exige el cierre de amplias secciones de la maquinaria militar. Hay pocas actividades en la Tierra tan catastróficas para el medio ambiente como hacer la guerra. Una reducción significativa del presupuesto del Pentágono y la disminución de su capacidad para hacer la guerra provocarían una enorme caída de la demanda del mayor consumidor de combustibles líquidos del mundo.

No sirve de nada retocar los bordes del impacto medioambiental de la maquinaria bélica. El dinero que se gasta en la adquisición y distribución de combustible en todo el imperio estadounidense podría emplearse en cambio como dividendo de la paz, ayudando a financiar un New Deal verde en la forma que sea. No faltan prioridades políticas a las que les vendría bien un empujón de financiación. Cualquiera de estas opciones sería mejor que alimentar una de las mayores fuerzas militares de la historia.

 

- Artículo publicado en The Conversation de:

Benjamín Neimark - Profesor titular, Centro Ambiental de Lancaster, Universidad de Lancaster

Oliver Belcher - Profesor asistente de geografía, Universidad de Durham

Patrick Bigger - Profesor de Geografía Humana, Centro Ambiental de Lancaster, Universidad de Lancaster