Pánico en los mercados mundiales por el intento ruso de eliminar a la competencia energética

La epidemia del coronavirus en pleno ataque a la economía mundial no le ha impedido a Moscú empezar el 4 de marzo un ataque económico bastante inesperado a los EE.UU. Las acciones del ministro ruso de energía Novak al romper las negociaciones con la OPEC al principio causaron sorpresa, pero luego se entendieron los objetivos reales de los rusos.

Hidrocarburos
Pánico en los mercados mundiales por el intento ruso de eliminar a la competencia energética

Parece obvio que la caída del mercado del petroleo era algo planeado por Moscú desde hace tiempo y un virus no iba a ser impedimento. El Kremlin busca vengarse de los EE.UU. por las sanciones y prohibiciones relacionadas con el “North Stream” (el proyecto del gaseoducto por el fondo del Báltico desde Rusia a Alemania) y otros proyectos similares, demostrando así a Washington que los negocios están por encima de la política. 

Los beneficios de la venta de hidrocarburos son un poco más del tercio del presupuesto del estado ruso. Para los EE.UU. son menos del 10%. Pero al mismo tiempo la burbuja de la industria americana del fraking es muy vulnerable, los precios de menos de 40 dólares por barril son mortales para él. Al mismo tiempo Rusia podrá seguir incluso con 30 o incluso 20 dólares por barril, por algo el país durante años ahorró cerca de 500 mil millones como fondo de reserva. Por otro lado, Moscú ha empezado un juego peligroso, en unos pocos días la moneda nacional ha perdido un 10% de su valor, y las acciones de muchas compañías rusas han caído en picado.

No es algo que sorprenda. Los rusos están acostumbrados a las crisis. Es más, el eslogan “un rublo barato es clave para el desarrollo de la economía nacional” se ha convertido en la principal tesis de los economistas proKremlin. Un rublo barato es rentable y para muchas compañías que exportan materias primas. Mientras que los precios en el mercado interior ruso no suben demasiado rápido, como ya demostró la crisis de 2014. La población rusa no notará los efectos de la crisis petrolera antes del 22 de abril, cuando están llamados al referéndum sobre la reforma constitucional, algo que se puede interpretar como un test de lealtad a Putin. El 90% del electorado no tiene acciones o unos ahorros sustanciales.

Tampoco tienen ganas de vivir en época de cambios, y los propagandistas del Kremlin asustan con bastante efectividad con las consecuencias de cualquier revolución. Así la propuesta de la primera mujer en el espacio Valentina Tereshkova de 86 años de edad para que la nueva constitución le permita a Putin volver a presentarse y así mantener el poder hasta 2036 seguramente será apoyada el 22 de abril. Lo único que le preocupa al Kremlin es la participación y el porcentaje que votará en contra. Y es que un apoyo máximo al inquilino del Kremlin sería una señal inequívoca a Occidente de que todos los esfuerzos de influir en nuestra política interna son inútiles.

Con todo este panorama hay que ser realistas y entender que ninguna sanción norteamericana obligará a los países europeos a comprar el caro petroleo estadounidense y no el barato ruso o árabe. Es negocio, y para los consumidores son beneficiosos hidrocarburos baratos. La crisis del coronavirus tarde o temprano acabará, y Putin con el apoyo de su electorado tradicionalista de los que gustan “una mano firme” será el poseedor de buena parte del mercado europeo de hidrocarburos. Obteniendo además el poder por 15 años más le demuestra a su entorno que no deben tener miedo a actuar ya que nadie les podrá tocar.

Eso es importante, ya que con lo único con lo que pueden influir sobre la guerra comercial, legítima eso sí, los EE.UU. y la UE son con sanciones contra las compañías petroleras, y especialmente contra sus dirigentes. Eso le hace el juego al Kremlin. El reciente caso de Oleg Tinkov, un oligarca ruso del que EE.UU. pide la extraditar por impago de impuestos, le demuestra otra vez a la élite rusa que solo Rusia con Putin a la cabeza los puede proteger, pero a cambio de su lealtad inequívoca. Así que una nueva guerra de hidrocarburos ha empezado, solo queda esperar que el Kremlin haya valorado mal sus fuerzas.