Campo de concentración para diez millones de uigures (parte VII)

Campo de concentración para diez millones de uigures (parte VII)

Capitulo 7 Corazones sin miedo

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Cada vez que regresábamos del mercado nocturno en Kasgar, teníamos que parar en un control de carretera, que para los chinos y los europeos no suponía un problema, pero en el que los uigures tenían que pasar la tarjeta y escanear la retina de los ojos. Una vez en el puesto había mucho alboroto: tres policías, armados como de costumbre con lanzas y escudos con puntas paralizantes, acababan de detener a un grupo de jóvenes. Les habían llevado a la comisaría de policía cercana. Los detenidos iban en columna, una detrás del otro, con las manos en la nuca. La policía les seguía por detrás y de lado, y cuando el primer joven, seguramente por falta de instrucciones, intentó pasar por la puerta de la comisaría, le sentaron bruscamente en el suelo. Los demás se sentaron en cuclillas con la cara hacia la pared; no les permitieron que bajaran los brazos. Un minuto más tarde llegaron tres coches con luces intermitentes, a los detenidos les metieron adentro, y la columna desapareció, tan rápido como había aparecido. No había nadie a quien preguntar qué sucedía, y tampoco era necesario. Podrían liberarlos después de un interrogatorio y una conversación educativa, o enviarlos al juicio, o escoltarlos al campamento.

Aunque Pekín oficialmente niega la existencia misma de los campamentos educativos, fueron mencionados por primera vez en el informe del Partido Comunista de 2015. Se declaró que el "centro de capacitación educativa" Jotan albergaba a 3.000 personas "afectadas por el extremismo religioso". Dos años más tarde, un funcionario de Kasgar dejó escapar información diciendo que solo en cuatro centros de Kasgar (el más grande de los cuales está instalado en una antigua escuela secundaria) se retiene a 120,000 presos. Lo más probable es que este número también esté muy rebajado. La reeducación no es considerada un castigo penal en China: no se hacen acusaciones formales, y por consiguiente, no hay estadísticas. Sin embargo, la escala de represión es visible incluso desde el exterior. Los campamentos pueden ser detectados en imágenes de satélite. Filas de barracas, rodeadas por una cerca doble y torres de vigilancia, todas aparecen en nuevos lugares, y las existentes están en constante expansión.

Adrian Senz, un investigador alemán de la Escuela Europea de Cultura y Teología, analizó los contratos de la construcción del Gobierno de China y encontró 73 proyectos de construcción de centros educativos. Según Senz, se están construyendo nuevos campamentos en casi todos los rincones de Xinjiang, y solo desde abril del año pasado las autoridades han gastado 108 millones de dólares en ellos. Algunas licitaciones suponen la construcción de instituciones de casi diez hectáreas, con cuarteles separados por seguridad. El científico también encontró numerosos anuncios de reclutamiento: se espera que los candidatos tengan "conocimiento de psicología criminal", "experiencia en estructuras de poder" y "un corazón intrépido".

Hace un mes, en Ginebra, Gay McDougall, miembro del Comité de la ONU para la Eliminación de la Discriminación Racial, directamente llamó Xinjiang un territorio "que recuerda a un gigantesco campo de concentración", afrimando que había un millón de personas en los "centros de transformación". El Secretario general del “Congreso mundial uigur”, Dolkun Aisa, quien estuvo presente allí, cree que la cifra real puede alcanzar los tres millones, casi un tercio de la población total de los uigures.

La respuesta de la delegación china llegó tres días después: un funcionario de alto rango del partido afirmó que "todas las minorías étnicas en China viven contentas y en paz, disfrutando de la libertad de creencias religiosas" y "no existen centros de reeducación". La edición estatal de Global Times, publicada en China en inglés, reaccionó incluso antes. "Paz y estabilidad", dijo el editorial, "están por encima de todo lo demás", y " para lograrlos deben tomarse todas las medidas".

Capitulo 8 Salida

El programa de nuestro viaje tenía prevista una visita al desierto de Taklamakan; queríamos visitar las ruinas de la ciudad budista perdido en las arenas restos de la civilización preislámica. Sin embargo, en el último día el guía con el que habíamos contratado el viaje no recibió el permiso para salir de la ciudad. Una pase laminado a la zona restringida, autrorizado por la policía, no fue suficiente; se requería el consentimiento del comité de gobierno del distrito. El guía no sabía por qué se lo habían negado y se ponía mucho más nervioso por eso que por la pérdida de dinero. La agencia propuso sustituirle por otro, pero en ese momento el ambiente ya había empezado a ahogarme tanto que decidimos seguir adelante, a Pakistán.

Estaba preocupado por las fotos escondidas y aún más por la grabación de la conversación con Ehmet. Era imposible llamar a los amigos, ya que nuestras llamadas y traslados habían sido rastreados desde el primer día. No podíamos salir de la ciudad sin acompañamiento. Al final, me parecía que los agentes me seguían constantemente, y comencé a alejarme de la gente, igual como los vendedores se habían alejado de mí cuando yo buscaba navajas. Hace poco más de diez años, viajé a Xinjiang para ver con mis propios ojos la vida tal como fue hace muchos siglos, si no miles de años. Hoy en día puedes ver el futuro superando las fantasías más salvajes de Orwell y Zamyatin.

La última mañana vimos amanecer en Tashkurgan, otra ciudad en la rama sur de la Ruta de la Seda. No fue fácil repostar antes del camino. En Xinjiang, las barreras que cierran estaciones de servicio, cercadas con alambre de púas, se abren solo después de que los conductores escanean el DNI: la cantidad de combustible comprada por cada uno es registrada por el sistema; yo no tenía la tarjeta Después de largas demoras los soldados que custodiaban la columna dejaron que el coche entrara con mi carnet temporal chino. Enfrente, cerca de la comisaría, varias docenas de uigures estaban de pie en filas, con los brazos bajados a los lados, rodeados por los agentes de policía por el perímetro. No eran prisioneros: escuchaban información política semanal antes del trabajo.

Salí de la estación de servicio y poco a poco comencé a subir por la autovía de Karakorum. Camellos vagaban entre las yurtas kirguises dispersas en las laderas. A medida que subíamos, iban dejando terreno a lanudos yaks, que cruzaban con indiferencia la carretera bajo los objetivos de las cámaras. El cordón policial de abajo se disolvió: al saludar la bandera china los uigures podían dispersarse para reunirse en el mismo lugar exactamente al cabo de una semana.

FIN

Fuente: Meduza.io

Traducción: Eulixe.com