El silenciado accidente del barco de Franco en San Sebastián que terminó con 5 fallecidos

El 19 de agosto de 1957 el barco de pesca del dictador genocida Francisco Franco, el Azor, embistió a una motora que realizaba el trayecto entre San Sebastián y la isla de Santa Clara. Cinco personas, incluido un niño de nueve años, murieron ahogadas, y sus nombres y memoria fueron borrados de la historia. La prensa de la época lo denominó como un simple accidente que no fue más grave gracias al "heroísmo" de la tripulación del yate. La historia que cuentan testimonios y familia de los fallecidos es bien diferente. 
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Franco y sus nietos en el Azor - Fondo Marín-Kutxa Fototeka
El silenciado accidente del barco de Franco en San Sebastián que terminó con 5 fallecidos

Los fallecidos eran José de Miguel, un guardia municipal de 39 años; Benito Amiano, de 38; María Andrea Dolores, de 26, Manuela Rozado, de 20, y José Ramón Rubial, un niño de nueve años cuya madre se salvó. Estas cinco personas regresaban a San Sebastián en una motora cuando fueron embestidos por el Azor, el barco de Franco que regresaba a Getaria, donde fondeaba tras dejar al dictador en Donostia para que acudiera a su residencia de verano en el palacio de Aiete, aunque esta es la versión oficial, y la realidad es que nunca se supo si el dictador iba a bordo o no. 

Aunque en la ciudad se hablaba de que "había pasado algo grave", poco se supo en aquel momento de lo acaecido. La maquinaria franquista se encargó de que el incidente pasara al olvido, y a día de hoy son muchos los donostiarras que nunca oyeron hablar del caso. 

La opacidad propia de la dictadura hace que resulte difícil saber qué fue exactamente lo que ocurrió aquella tarde-noche. Ni tan siquiera resulta fácil estimar la hora en la que la motora fue embestida. Lo que se relata, y por eso quizá se puedan situar los hechos en torno al ocaso, es que "no llevaba luces".

Según el relato que un nieto de Benito Amiano transmitió al historiador donostiarra Iñaki Egaña, tras el suceso, por miedo «al revuelo que se podía montar» en la ciudad, los cuerpos sin vida de los ahogados «permanecieron en el mar tres o cuatro días. Mis tíos fueron a reconocer el cuerpo de mi abuelo, y te puedes imaginar cómo estaba: los peces, cangrejos..., después de tantos días en el mar, se habían dado un festín con su cara y extremidades; ella aún se acongoja cada vez que lo recuerda».

Nos dijeron que había sido Franco, que venía de pescar de Getaria y que no vieron la barca [el Azor la partió en dos]. En la barca irían más de 30 personas, sobre todo familias con niños pequeños que volvían de pasar el día en la isla, en el último barco ... Franco iba en el yate; lo primero que hicieron fue llevarle a Ayete y después volver a por los accidentados... En ese momento dijeron que podía ser un sabotaje, algo que no era muy lógico viendo que la barca estaba repleta de niños y familias. Sin pararse a pensar en la gente ni recoger a los heridos, llevaron a Franco a Ayete para ponerlo a salvo, y luego volvieron. Pero ya habían muerto ahogados cinco personas, entre ellos mi padre. Quizás, si por lo menos los hubieran rescatado inmediatamente, no habrían muerto tantas personas - Julia Amiano Munilla, hija de uno de los fallecidos, en declaraciones a GARA. 

El accidente no se pudo ocultar, lógicamente, por el lugar en el que se produjo y la cantidad de testigos que sobrevivieron, pero un mutismo derivado del miedo a posibles represalias se apoderó de la ciudad. A los dos días del accidente se oficiaron los funerales por los cinco ahogados: «Pusieron cinco cajas fúnebres pero, claro, allí sólo se podía hacer el funeral de tres, porque el cuerpo de mi padre y el del guardia municipal, que era el guarda de la isla, aún no habían aparecido», explica Julia. 

Mientras al puerto no llegaba ninguna noticia de forma oficial, algunos pescadores informaron a los familiares que los cuerpos sin vida de los dos desaparecidos estaban amarrados en el fondo del mar, en el lugar acotado por las boyas y los buzos.

El sábado por la noche ya no vimos las boyas, y enseguida pensamos que ya los habrían sacado. Y así fue. Llamaron a casa de mi abuela para que fueran a reconocer el cadáver. Fueron mis tíos, sus hermanos, y volvieron enfermos de la impresión que les había causado, porque sólo pudieron identifi- carlo por los restos de la ropa. Los peces, durante tantos días, se habían comido todo: la cara, las extremidades... - Julia Amiano Munilla, hija de uno de los fallecidos, en declaraciones a GARA. 

Fuente y más información: naiz.eus // deia.eus